“El Vaticano está perdiendo influencia en América Latina”, decía el titular del 12 de enero del Wall Street Journal. Es una frase que seguramente tomó por sorpresa a algunos católicos estadounidenses. Pero no debería ser así. No fue algo como lo que sucedió cuando el emperador Constancio se declaró en herejía y —como escribió San Jerónimo— “El mundo entero gimió de asombro al encontrarse arriano”.
El auge de las iglesias evangélicas en América Latina se vio como un peligro ya desde la década de 1950. Por eso, en la década de 1960, el Papa Juan XXIII les pidió a quienes trabajaban en la iglesia norteamericana que se comprometieran en el trabajo pastoral de ese lugar. Mi diócesis natal de Cleveland y muchas más respondieron a su llamado abriendo misiones en varios países.
Yo trabajé como sacerdote misionero en El Salvador durante un total de 20 años, haciendo un receso intermedio de cinco años en Estados Unidos. Fui testigo de ese crecimiento de las denominaciones protestantes que ha hecho que ciertos investigadores afirmen que hay algunos países latinoamericanos que son ahora mayoritariamente no católicos, entre ellos las cinco naciones de Centro América.
No existen explicaciones simples para los cambios culturales que propiciaron este desarrollo. El Journal dice que la mayoría de los protestantes de América Latina son pentecostales, pero ése no fue el caso de El Salvador. Al menos algunas de las mega iglesias que hay en ese lugar se acercan más a las denominaciones bautistas o fundamentalistas de Estados Unidos.
Lo que noté en el desempeño de mi ministerio ahí, es la manera en la que el cambio religioso influyó en el trabajo pastoral. Los hijos protestantes de un padre católico pueden optar por no tener una misa de funeral y pueden prescindir de los tradicionales nueve días de oración después de la muerte de un ser querido. Las familias quedaron divididas, haciéndose presente un continuo antagonismo en las discusiones religiosas y volviéndose los velorios todo un campo de batalla.
Los fundamentalistas acusaron al catolicismo de idolatría, superstición o ignorancia. Y, desafortunadamente, su proselitismo agresivo no fue igualado por el trabajo pastoral de las parroquias, la mayoría de las cuales estaban sobrepasadas por exigencias básicas.
Durante los años que pasé en El Salvador había un promedio de 20,000 fieles por sacerdote. Las iglesias protestantes se estaban llenando, pero las parroquias católicas, sobre todo en los días festivos y durante la Semana Santa, también se llenaban. Los sacerdotes se daban cuenta de las deserciones, pero había otros asuntos qué abordar.
Sin embargo, el desconocimiento del auge protestante por parte de la Iglesia católica latinoamericana sigue siendo problemático. Imagínense que en la parábola de Nuestro Señor acerca del pastor que perdió una oveja fueran más bien 40 las que se hubieran descarriado. Incluso el reciente sínodo amazónico apenas se refirió al hecho de que el 46% de los 34 millones de habitantes de la región amazónica no son católicos, según lo que arroja un informe reciente.
El WSJ informó que la “teología de la liberación” ha tenido su parte en el alejamiento de los católicos de nacimiento, con respecto a la Iglesia. Basándome en mi experiencia, yo podría ciertamente estar de acuerdo en que la teología de la liberación, a pesar de su “opción preferencial por los pobres”, desvió la atención del hecho de que muchos de los pobres estaban desertando para unirse a grupos protestantes.
Recuerdo a un misionero de una orden religiosa de Estados Unidos que me dijo que su orden apoyaba con la construcción de casas en un barrio pobre de Venezuela. Cuando fue al lugar, se sorprendió de las iglesias de fachada-escaparate en las que los ex católicos se reunían para orar. “Ustedes nos han ayudado a tener casas”, dijo una mujer. “Ellos nos han prometido el cielo”.
¿Utopía o salvación? Es más fácil predicar sobre una salvación individual y en muchos círculos “evangélicos” esto se combinó con la predicación del “Evangelio de la Prosperidad”, esa idea de que el Señor recompensa con bienestar material y riqueza a quienes lo siguen. Esto fue un mensaje de esperanza para alguna gente pobre, a quien parecía no importarle que el nivel de vida de algunos de los principales predicadores fuera elevado. (Su evidente prosperidad parecía ser prueba de esto: Dios te bendecirá materialmente).
El protestantismo siempre ha sido asociado con el individualismo y, especialmente, con la creencia de que cada persona puede leer e interpretar la Biblia sin tener que contar con la guía o interpretación del clero. El individualismo, entendido en términos de éxito material, es mucho más fácil de comprender que las complicadas teorías sobre justicia social y desarrollo de la teología de la liberación. El diezmo es una apuesta por la prosperidad futura, aparentemente avalado por la Biblia.
La Iglesia de América Latina estuvo y sigue estando dividida y gasta demasiado tiempo y esfuerzo en luchas internas. Esto es algo que puede leerse entre líneas en el documento de Aparecida de los obispos latinoamericanos, en 2007, en el que la resistencia “tradicionalista” al Concilio Vaticano II es catalogada como un problema más grande dentro de la Iglesia que el tsunami de deserciones hacia las iglesias protestantes. La inestabilidad de la política católica en El Salvador ha dado como resultado que desde la década de 1970, tres diferentes seminarios se hayan separado del seminario nacional. Habría lugar suficiente para los seminaristas en el enorme conjunto de edificaciones de San José de la Montaña, pero los obispos están divididos sobre quién debería encargarse de la enseñanza y sobre qué debería enseñársele a los futuros sacerdotes.
Otro problema es que la preparación de los sacerdotes contra el ataque del fundamentalismo bíblico era pobre. No había cursos de teología protestante o de apologética y el clero no siempre estaba bien formado sobre las Escrituras ni tenía “habilidad en el manejo de la Biblia”, como dirían algunos.
En una ocasión en que estuve en un retiro de sacerdotes, pasé junto a tres de mis colegas que discutían, y uno de ellos, un ex vicario general, dijo: “Preguntémosle a Ricardo [a mí] si ha escuchado alguna vez sobre eso”. La pregunta era sobre si conocía el término “Armagedón”.
“Es la batalla final predicha en el Apocalipsis”, respondí. “¿Ya ven?”, dijo el ex vicario general, que una vez había sido una eminencia gris en su diócesis, “él lo ha escuchado. Deben estudiar eso en Estados Unidos”.
En la década de 1960, el filósofo francés Jean Guitton dijo que la Reforma protestante estaba en la raíz de la secularización de la civilización de Occidente. Mi opinión informal sobre el crecimiento protestante en El Salvador es que los hijos de excatólicos no siempre se comprometen con las confesiones religiosas de sus padres. Ni tampoco regresan a la Madre Iglesia. En cambio —y lo que es quizás más preocupante— se convierten en “personas sin afiliación religiosa”, que no se identifican con ninguna denominación específica y tienen tan sólo una vaga visión del mundo cristiano, que no siempre es coherente.
¿A dónde llegarán estas tendencias? En El Salvador, las iglesias protestantes están creciendo cada día más. La influencia de la Iglesia Católica es débil. La generación más joven no busca orientación en la Iglesia, y TikTok es más influyente que el clero católico. El presidente actual de ahí es musulmán. El secularismo está aumentando. Y, aunque la Iglesia canonizó al arzobispo Oscar Romero y beatificó a otros personajes considerados como defensores de la justicia social durante los años de la inestabilidad civil, hay pocas señales de un renacimiento católico en la región.
Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia, prometió nuestro Señor. Pero eso no significa que no vaya a haber tiempos difíciles a corto y mediano plazo. Tomando una frase de nuestra liturgia: “Oremos”.