ROMA – Después de casi una década de trabajo, el Vaticano publicó este mediodía de Roma, sin previo aviso, la nueva constitución apostólica. El documento de 54 páginas fue escrito en gran parte por el consejo de cardenales que asesora al Papa Francisco en la reforma del gobierno central de la Iglesia.
La nueva constitución, publicada únicamente en italiano a pesar de que la demora en las traducciones fue siempre la explicación esbozada para justificar la demora en su lanzamiento, se llama Praedicate Evangelium, es decir, Prediquen el Evangelio. Sustituye a la constitución Pastor Bonus redactada por San Juan Pablo II en 1988.
La nueva Carta Magna vaticana fue publicada el 19 de marzo, el noveno aniversario de la investidura de Francisco como Papa y fiesta de San José, una figura importante para el ministerio de Francisco.
Los cambios son, a primera vista, muchos. Entre los que mas se destacan, sin embargo, esta el hecho de que “cualquier fiel puede presidir” un dicasterio u organismo “dada su particular competencia, poder de gobierno y función". Esto abre la puerta a que no solo cardenales (y arzobispos) sean prefectos en cualquier dicasterio, sino también religiosos y laicos- hombres y mujeres.
“La integridad personal y la profesionalidad" se exige a quienes sirven en la Curia, que serán seleccionados entre obispos, sacerdotes, diáconos, miembros de Institutos de Vida Consagrada y laicos que se distinguen por su vida espiritual, su buena experiencia pastoral, su sobriedad de vida y su amor a los pobres.
Una buena parte de la reforma impulsada por la constitución se fue anunciando de a poco a lo largo de los últimos nueve años, con la fusión de algunas oficinas y con una reforma financiera siempre en marcha. La publicación de la constitución finaliza el proceso que entrará en vigor el 5 de junio.
Francisco fue elegido Papa en 2013 en gran parte por su promesa de reformar la enorme e ineficiente burocracia vaticana, que actúa como órgano de gobierno central de la Iglesia católica. Al poco tiempo de su elección nombró un gabinete de cardenales asesores que se han reunido periódicamente desde entonces para ayudarle a redactar los cambios. Dentro de este gabinete se encuentra el Cardenal Sean O’Malley, de Boston.
Entre las reformas más destacadas se encuentra el hecho de que ahora no existen mas los “consejos” y las “congregaciones pontificias,” sino que todos los órganos centrales se convierten en “dicasterios.” La única excepción a la norma es la Secretaria de Estado, que es algo así como el ministerio de relaciones exteriores de la Santa Sede.
Entre las 16 oficinas centrales, solo una de ellas es nueva: El Dicasterio para el Servicio de la Caridad que reemplaza a la oficina de la alimonaría apostólica. Históricamente fue una oficina dirigida por un obispo que hace las veces de “brazo caritativo” del Papa. Desde el 2018, sin embargo, esta tomó mayor relevancia, cuando Francisco hizo cardenal al hombre que la dirigía, el polaco Konrad Krajewski.
A demás, se buscó “reducir el número de Departamentos, uniendo aquellos cuya finalidad era muy similar o complementaria, y racionalizar sus funciones con el objetivo de evitar el solapamiento de competencias y hacer más eficaz el trabajo".
De esta manera, el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización y la Congregación para la Evangelización de los Pueblos se fusionaron para convertirse en el Dicasterio para la Evangelización, presidido directamente por el Papa y dividido en dos secciones.
“El dicasterio está al servicio de la obra de evangelización para que Cristo, luz de los gentiles, sea conocido y testimoniado con la palabra y con las obras, y para que su Cuerpo Místico, la Iglesia, sea edificado,” dice la constitución.
Al dicasterio le competen las cuestiones fundamentales de la evangelización en el mundo y la constitución, acompañamiento y apoyo de las nuevas Iglesias particulares, sin perjuicio de la competencia del Dicasterio para las Iglesias orientales.
Si bien todos los Dicasterios tienen la misma competencia jurídica, el orden de los factores altera el producto: A la cabeza se encuentra la Secretaria de Estado, y le siguen los Dicasterios de la Evangelización, de la Doctrina de la Fe y del Servicio de la Caridad.
La Comisión Pontificia para la Protección de los Menores- coordinada hasta el momento por O’Malley- se une al Dicasterio para la Doctrina de la Fe: "Su tarea es proporcionar al Romano Pontífice asesoramiento y consultoría y también proponer las iniciativas más adecuadas para la protección de los menores y las personas vulnerables".
El Consejo Pontificio de la Cultura y la Congregación para la Educación Católica también se fusionan para convertirse en el Dicasterio para la Cultura y la Educación, también dividido en dos secciones.
Pero más allá de las reformas “técnicas,” el documento es una fiel respuesta a los tres puntos que el Cardenal Jorge Mario Bergoglio esbozó durante las reuniones previas al conclave que lo elegiría papa ese 13 de marzo de 2013.
"La mundanidad espiritual" es "el peor mal de la Iglesia", les decía el prelado argentino al colegio de cardenales, según una nota manuscrita publicada semanas después por el arzobispo de La Habana. La Iglesia tiene el deber de "salir de sí misma" para evangelizar las "periferias, no sólo geográficas, sino existenciales".
Antes de su elección, Francisco dijo que hay dos imágenes de la Iglesia: aquella que es evangelizadora, que sale de sí misma, escuchando y proclamando la palabra de Dios, o aquella mundana, que vive en sí misma, de sí misma, para sí misma.
Con este contexto se entiende la advertencia que hace la constitución cuando dice que la reforma de la Curia será real y posible solo si surge de una “reforma interior” que refleje la parábola del Buen Samaritano, “del hombre que se desvía de su camino para hacerse cercano a un medio muerto que no pertenece a su pueblo y al que ni siquiera conoce”.
“Se trata de una espiritualidad que tiene su fuente en el amor de Dios que nos amó primero, cuando todavía éramos pobres y pecadores, y que nos recuerda que nuestro deber es servir a nuestros hermanos como Cristo, especialmente a los más necesitados, y que el rostro de Cristo se puede ver en el rostro de cada ser humano, especialmente del hombre y la mujer,” afirma la constitución, que en reiteradas oportunidades hace la distinción de “hombre y mujer” o “laicos y laicas”.
La reforma, dice el documento, no es un “fin en sí mismo, sino un medio para dar un fuerte testimonio cristiano; para fomentar una evangelización más eficaz; para promover un espíritu ecuménico más fructífero; para favorecer un diálogo más constructivo con todos".
Reconociendo que esta reestructuración de la Curia romana fue solicitada por la mayoría de los cardenales en las Congregaciones Generales previas al Cónclave, “debería afinar aún más” la identidad del gobierno central de la Iglesia: Asistir al Sucesor de Pedro en el ejercicio de su suprema autoridad.
Una parte fundamental del documento son los principios generales esbozados en 12 puntos en el preámbulo. Entre otras cosas, recuerda que todo cristiano es un discípulo misionero. Por tanto, todos -incluidos los fieles laicos- pueden ser nombrados para funciones de gobierno en la Curia Romana, en virtud del poder vicario del Sucesor de Pedro.
"Todo cristiano, en virtud del Bautismo, es discípulo misionero en la medida en que ha encontrado el amor de Dios en Cristo Jesús. Esto no puede dejar de tenerse en cuenta en la actualización de la Curia, cuya reforma, por tanto, debe prever la participación de los laicos, también en funciones de gobierno y responsabilidad", dice la constitución.
También se subraya que la Curia es un instrumento al servicio del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal y, por tanto, de los episcopados e Iglesias locales.
"La Curia Romana no se interpone entre el Papa y los obispos, sino que está al servicio de ambos en la forma propia de la naturaleza de cada uno", dice la constitución.