ROMA - Como dice el viejo refrán, "cuidado con los griegos que traen regalos". Bien se podría decir lo mismo de los papas, porque a veces sus regalos, por muy bien intencionados que sean, son en realidad cargas disfrazadas.
Quizá el último caso sea el nombramiento por parte del Papa Francisco, el 26 de septiembre, del cardenal portugués José Tolentino de Mendonça al frente del flamante Dicasterio para la Cultura y la Educación, que combina la antigua Congregación para la Educación Católica y el Pontificio Consejo para la Cultura. Se trata del primer nombramiento tras la amplia reforma de la Curia Romana realizada por el Papa en el documento "Praedicate Evangelium" ("Predicad el Evangelio"), que entró en vigor en junio.
En cierto sentido, es un gran honor para este cardenal de 56 años, que sustituye al cardenal italiano Gianfranco Ravasi como responsable del compromiso cultural del Vaticano. El cardenal Ravasi, que cumplirá 80 años el 18 de octubre, está considerado como el hombre más inteligente del Vaticano después del Papa Benedicto XVI.
Por lo tanto, ponerse en su lugar significa que el Papa piensa que el cardenal Tolentino, un consumado poeta y ensayista cuyo anterior trabajo era el de archivista y bibliotecario del Vaticano, tiene un gran talento intelectual.
Por otro lado, también significa que el cardenal Tolentino hereda ahora uno de los trabajos más complicados que ofrece el Vaticano, porque, admitámoslo, una institución que piensa notoriamente en siglos no siempre es adecuada para adaptarse al ritmo vertiginoso del cambio cultural en el siglo XXI.
Consideremos sólo tres de las trayectorias culturales a las que tendrá que enfrentarse el cardenal Tolentino.
La jurisdicción del metaverso
Sin sacar a relucir nuestro geek interior, el término "metaverso" se refiere a los entornos digitales en los que las personas pueden asumir nuevas identidades, interactuar con otros usuarios, construir comunidades, defender causas, participar en el comercio y, en general, construir una especie de civilización virtual.
Cada vez más, gran parte de la vida social se desarrolla en estos espacios virtuales.
Históricamente, la aparición de la civilización ha ido acompañada del desarrollo del derecho, aunque éste suele ser posterior a la conquista. El Vaticano es consciente de ello, ya que es el principal heredero del derecho desarrollado originalmente en la antigua Roma.
Por el momento, la única "ley" real en el metaverso es la impuesta por las grandes entidades corporativas que dominan el espacio, como Facebook, Microsoft, Epic Games y Apple, y, por supuesto, no hay garantía alguna de que sus normas sean de interés público.
A medida que la actividad cultural se traslada al metaverso, surge la cuestión de la necesidad de un contrato social. Por ejemplo, ¿deberían los intereses comerciales de los blancos poder crear avatares negros para que se conviertan en influenciadores virtuales que conduzcan a las comunidades minoritarias hacia sus productos? Si no es así, ¿quién tiene exactamente la autoridad para decir que ese comportamiento está fuera de los límites?
Estas cuestiones plantean un espinoso cruce de dolores de cabeza legales, morales, políticos, tecnológicos y culturales, y uno no envidia al cardenal Tolentino por tener que lidiar con todo ello.
Desigualdad de los creadores
La aparición de lo que se denomina "economía de los creadores", es decir, individuos en lugar de empresas o grandes organizaciones de medios de comunicación que crean contenidos que otras personas pagan por consumir, es sin duda una de las megatendencias de nuestro tiempo.
Plataformas como YouTube, Instagram y Twitch han dado a los individuos la oportunidad de llegar a audiencias masivas, y está funcionando. En 2018, el número total de espectadores de Twitch superó al de las cadenas de noticias establecidas, como la CNN. Se estima que unos 50 millones de personas en todo el mundo se consideran ahora "creadores", lo que es mayor que la población total de, por ejemplo, España o Argentina.
Sin embargo, los datos también sugieren una dramática desigualdad en la economía de los creadores. En Twitch, por ejemplo, el 1% de los streamers gana la mitad de los ingresos totales. En el caso de los podcasts, el 1% más importante recibe un asombroso 99% de las descargas. Además, los datos también muestran que los creadores de las minorías cobran menos que sus homólogos blancos, incluso con niveles de uso similares.
En efecto, la economía de los creadores está reproduciendo las desigualdades del orden preexistente y, en todo caso, las exacerba.
Por lo tanto, promover una mayor equidad en este espacio en rápida evolución es otro desafío de enormes proporciones.
Neuroeducación
El campo emergente de la neurociencia educativa tiene el potencial de revolucionar la educación al hacer posible la adaptación de las estrategias de instrucción a las características neurológicas particulares de determinados alumnos.
En los últimos 10 años, el número de búsquedas en Internet de la palabra clave "neuroeducación" se ha disparado un 405%, según ExplodingTopics.com, lo que es un indicador seguro del rápido aumento del interés.
Entre otras cosas, la neurociencia parece demostrar que la mayoría de las personas no aprenden mejor memorizando o escuchando presentaciones, sino experimentando, involucrándose y practicando con sus manos. Los principios clave son la plasticidad del cerebro, las neuronas espejo, los desencadenantes emocionales y el aprendizaje multisensorial.
La misma ciencia sugiere también que no todos los alumnos pueden demostrar su dominio de la misma manera, lo que sugiere la necesidad de pruebas no tradicionales.
Por un lado, se trata de un reto práctico para que la educación católica siga el ritmo de los mejores conocimientos seculares emergentes, que tendrán que ser supervisados y apoyados por el nuevo dicasterio que dirige el cardenal Tolentino.
Por otro lado, también hay una cuestión de equidad, ya que las instituciones católicas mejor posicionadas para aprovechar los resultados de la neurociencia -y, por tanto, para pagarlos- son las del Occidente acomodado. Por lo tanto, el fomento de las asociaciones y la colaboración más allá de las fronteras mundiales será otro reto fundamental.
En otras palabras, el cardenal Tolentino parece tener mucho trabajo por delante. Su nuevo trabajo puede ser un honor, pero no es una sinecura.