Read in English

Para la mayoría de los católicos estadounidenses, tal vez el único nombre que les resulta familiar en el más reciente grupo de hombres seleccionados para ser nuevos cardenales por el Papa Francisco es el del arzobispo Christophe Pierre, nuncio apostólico de Estados Unidos desde el año 2016.

Pero el nombramiento del diplomático francés de 77 años fue un poco sorpresivo. Por lo común, cuando se trata de decidir quién recibe el rojo cardenalicio, son los obispos de diócesis grandes y conocidas o los funcionarios del Vaticano que ocupan puestos importantes, los que tienen precedencia sobre los embajadores papales.

Antes de llegar a Washington, Pierre fue nuncio en Uganda, Haití y México. En Estados Unidos ha estado a cargo del proceso de selección para el nombramiento de nuevos obispos, ha ayudado a gestionar la complicada política relacionada con dos administraciones presidenciales y ha coordinado el desarrollo de los nuevos lineamientos de investigación del Vaticano relacionados con los obispos acusados de abuso o encubrimiento en circunstancias de un resurgimiento de la crisis de abuso clerical.

Pocos días después de que se hiciera pública esta noticia, el cardenal-electo Pierre respondió a una serie de preguntas que se le hicieron a través de Zoom sobre diversos temas, entre ellos, su reacción a la sorpresiva noticia, los conflictos de percepción entre los católicos estadounidenses y el Papa, y una faceta del difunto obispo auxiliar David O’Connell, que él no conocía. La conversación ha sido editada debido a su longitud.

Arzobispo, su trabajo tiene que ver con anunciar noticias sorprendentes, como por ejemplo decirles a los sacerdotes que el Papa los ha nombrado para ser obispos. ¿Qué le pareció ser el receptor de la noticia en esta ocasión?

Yo estaba todavía medio dormido cuando recibí la llamada aquel domingo por la mañana. Fue una gran sorpresa para mí, ciertamente que no me la esperaba.

Cuando yo llamo a un sacerdote para decirle que el Santo Padre lo ha nombrado obispo, me siento bastante nervioso porque siempre quiero que me diga que “sí”. Esto es un poco diferente, porque escuché que yo ya había sido designado. La noticia ya era pública, así que no tenía caso decir que “no”.

Esto implica una gran responsabilidad, y la confianza que el Santo Padre me tiene es notable. Ya veremos de qué modo quiere él que [los cardenales electos] lo ayudemos. Siento que esto es, por supuesto, un honor, pero también toda una responsabilidad.

En ese momento recordé la frase de Jesús a Pedro: ¿Me amas? ¿Me amas realmente más que otros? Creo que es una cuestión de amor; yo amo a la Iglesia, me agrada mucho el Papa; siempre he tratado de ser un fiel servidor del Papa. Pero siento también que esto requiere de mí un mayor servicio, en todos los aspectos del término.

¿Tiene alguna conexión personal especial con alguno de los demás cardenales electos?

¡Sí! A algunos de ellos los conozco bastante bien. Hay otro nuncio en la lista que está todavía activo, el arzobispo Emil Paul Tscherrig, el nuncio de Italia. Estuvimos juntos en la escuela diplomática de Roma durante un tiempo, aunque él estaba un año más abajo que yo. Así que me siento bastante contento de no estar solo, de tener un colega conmigo (risas). Somos buenos amigos.

También está el arzobispo Marchetto. Él también fue nuncio, y durante algunos años estuvimos juntos —en el tiempo en que yo trabajaba en Zimbabue y él en Mozambique— prestando nuestros servicios al mismo nuncio. Así que trabajamos juntos y somos también buenos amigos.

Entonces es algo interesante. ¡Nunca hubiera pensado que me harían cardenal al mismo tiempo que a ellos!

Su tiempo como nuncio ha estado marcado por algunas realidades complejas, tales como el resurgimiento de la crisis de abusos sexuales por parte del clero de este país, el declive de la participación en la iglesia y el cierre de iglesias en algunas partes del país, la pandemia de Covid y dos elecciones presidenciales. ¿Ha mantenido Ud. alguna prioridad principal en su mente a través de todo esto?

Mi principal preocupación personal es custodiar la obra de evangelización en este país.

Nosotros, los que formamos parte de la Iglesia, estamos en la sociedad para anunciar la buena nueva del evangelio. Éste es el principal interés del Santo Padre. Por eso, todos sus documentos hablan de la invitación que Cristo nos hace a todos a ser discípulos suyos, a buscar otros discípulos, y a anunciar la buena nueva.

Para eso, necesitamos salir de nuestra zona de confort, tenemos que dirigirnos a las periferias. Este lenguaje del Santo Padre es el que yo, en lo personal, he tratado de transmitir en mis intervenciones y en mis conversaciones, para ayudar de este modo a la iglesia local a estar en sintonía con el mensaje del Santo Padre.

Ésta es la tarea de la Iglesia Católica. La Iglesia no es sólo una colección de pequeñas iglesias interconectadas. Es una iglesia grande, una iglesia que se encarna y se incultura en diversas circunstancias y culturas. Parte de mi interés —y también el del Papa— es evangelizar al pueblo donde éste está y como él es, teniendo en cuenta sus particularidades, pero sin olvidar nunca la unidad de la Iglesia.

Esta sociedad está muy polarizada. La Iglesia necesita ayudar a la sociedad y trabajar por la unidad, no de una manera artificial, sino ayudando a la gente a añadir nuevas dimensiones. Si la Iglesia está igual de polarizada que la sociedad, ¿cuál es entonces su función?

El mes pasado, cuando Usted hablaba con los obispos de los Estados Unidos durante su reunión de primavera en Orlando, recordó al difunto obispo auxiliar David G. O’Connell como “un modelo de servicio sinodal”. Usted estuvo aquí para asistir al Congreso de Educación Religiosa de Los Ángeles, que tuvo lugar tan solo unos días después de su muerte. ¿Conoció Usted algo nuevo sobre él durante aquella visita?

Yo conocía al obispo David; me había encontrado con él en algunas ocasiones, y me simpatizaba como ser humano: era una persona muy agradable y siempre lo aprecié. Pero para ser honesto, yo no lo conocía a fondo.

Fue una casualidad el hecho de que yo estuviera en Los Ángeles para el Congreso durante esos días, y acompañé al arzobispo Gómez, que, como ustedes saben, estaba bastante triste en aquellos momentos. Pero al acompañarlo y encontrarme con los miles de personas que había en el Congreso, me sorprendió agradablemente el escuchar el testimonio de la gente sobre la vida [de O’Connell].

Allí descubrí quién era el obispo; me di cuenta del modo en que este hombre había sido cercano a la gente y cómo había sido un verdadero testigo. Él fue amado por su pueblo, pero era alguien que no buscaba darse a notar.

Su muerte fue muy trágica, un poco absurda. Pero, en lo personal, yo lo considero un mártir, porque terminó su vida como la había vivido: su vida fue una vida entregada. Y para mí esto es un ejemplo maravilloso.

¿Por qué hablé de él y de la sinodalidad? Precisamente porque, actualmente, en este país —y en esta iglesia— mucha gente dice que no entiende lo que es la sinodalidad. Algunos se oponen a ella. ¿Qué quiere el Papa cuando habla de sinodalidad? El objetivo de ésta es hacer que la gente trabaje unida. Y, como Ud. sabe, [el obispo O'Connell] era a su modo, cercano a la gente; siempre estaba tratando de propiciar que todos se unieran, que oraran juntos, poniéndose a su servicio. Éste es un camino sinodal. Es una especie de modelo de lo que quiere transmitirnos el Santo Padre.

Una vez que nos hemos encontrado con Cristo, pasamos a formar parte de su cuerpo, que es la Iglesia. Y la Iglesia será el lugar en el que el testimonio de Cristo se ha de manifestar al pueblo.

Como sacerdote y como obispo, David fue verdaderamente un maravilloso instrumento de encuentro con la gente. Ése era el propósito de su vida. En cierto modo, él era bastante modesto. Era un buen auxiliar, no buscaba destacarse, pero ésa es la verdadera notoriedad que a mí me gusta. (risas)

Hablando de sinodalidad y de malos entendidos, algunos católicos tienen la percepción de que el Papa Francisco no entiende a los estadounidenses. Hay también otros que dicen que los estadounidenses sencillamente no entienden al Papa. En base a su experiencia, ¿existe algo de verdad en esas declaraciones?

Bueno, estas son ciertamente percepciones existentes. Entonces, si las hay, creo que tenemos la responsabilidad de descubrir qué es lo que hay detrás de ellas. Veo que existe algo mucho más profundo detrás de esto, tal vez una especie de malentendido, ahora que nos estamos preparando para la reunión sinodal de octubre y para la del próximo año.

Tal vez pensamos que preparar un sínodo consiste simplemente en expresar algunas ideas sobre la reforma de la Iglesia para luego escribirlas en un papel y enviarlo a las diócesis, a las conferencias episcopales, a nivel continental y a Roma. Y que, una vez que hayamos realizado ese trabajo, decimos: muy bien, ya cumplimos. Pero eso es tan sólo una parte.

Pero lo que tenemos que entender, y creo que ha habido una falta de comprensión sobre el tema en muchos sectores, es que se supone que el Sínodo sobre la Sinodalidad debe reflexionar sobre la experiencia que hemos tenido a nivel local. Éste es el motivo por el que se llama Sínodo sobre la Sinodalidad. Es un sínodo para reflexionar sobre el modo en que podemos trabajar juntos.

El Papa lo dijo muy claramente al inaugurar el sínodo. Él invitó a todas las iglesias del mundo, de todos los niveles, a iniciar este proceso de escucha mutua, de tratar de discernir cuál es la mejor manera de evangelizar en nuestro nivel. Y luego, a proporcionar los resultados de esta reflexión para que, a nivel de toda la Iglesia universal, tengamos algunas indicaciones sobre el asunto.

Pero el propósito de todo es trabajar juntos. De modo que, para mí, la sinodalidad no es el final del proceso. A eso se debe que el Papa haya dicho que la Iglesia, o bien será sinodal, o bien no será Iglesia. Porque una iglesia en la que no todos estén involucrados no es la Iglesia. No se trata tan sólo de la Iglesia del párroco o del obispo, o de un pequeño grupo de personas.

Parece que ha habido un malentendido, y que mucha gente tiene una especie de temor de que la Iglesia se destruya o de que se cambie la doctrina a causa de la sinodalidad.

Eso no es verdad. El Papa lo dijo muchas veces: lo que quiero es hacer una verdadera revolución a nivel de la evangelización, porque el mundo es diferente ahora. Y sabemos que en la actualidad es difícil llegar a la gente, sabemos que mucha gente no va a la Iglesia, que a los padres se les dificulta enseñarles la fe a sus hijos. Los maestros no se comunican con sus alumnos, ¡y ni siquiera lo hacen los sacerdotes! Así que existe un problema en la sociedad actual, un problema que es cultural y propio de estos tiempos.

Lo que propuse (en Orlando) es que escuchemos juntos y tratemos de reconstruir la Iglesia para que ésta responda a las necesidades de esta época y evangelice a la gente de hoy.

El pasado mes de abril, Usted dio una charla en la Universidad Católica de América desglosando algunas ideas sobre el Avivamiento Eucarístico Nacional. ¿De qué modo piensa que los estadounidenses pueden aprovechar mejor esta iniciativa?

Pienso que es maravilloso el hecho de que los obispos de Estados Unidos estén promoviendo en toda la iglesia este tipo de aventura. Lo han hecho porque consideran que, actualmente, mucha gente puede haberse olvidado de lo que es la Eucaristía. Y me parece que ello se debe a la falta de educación religiosa. Creo que estamos pasando por una gran crisis. Que también se debe a la pandemia del Covid y a la secularización de la sociedad.

Entonces —pensaron los obispos— tenemos que hacer algo. Y yo pienso que este Avivamiento Eucarístico es algo muy importante, del cual brotarán muchos frutos.

Pero, por otra parte, como mencioné en mi intervención, tenemos que tomar también esta oportunidad para descubrir todas las dimensiones de la Eucaristía, para hacer una verdadera catequesis. Creo que hay una especie de focalización en la adoración y en las procesiones. Esto es parte de la tradición de la Iglesia y estoy seguro de que muchos, especialmente los jóvenes, tendrán un encuentro personal con Cristo a través de estas cosas. Yo mismo lo he experimentado durante mi vida y creo que es extremadamente importante.

Lo importante es el encuentro con Cristo para llegar a formar parte del Cuerpo de Cristo como Iglesia, lo cual es la finalidad de la Eucaristía. Esto es lo que sucedió en aquella primera Eucaristía, que Jesús celebró con sus discípulos después de tres años de preparación.

Antes de morir y de ofrecer su vida en sacrificio para redimirnos, Jesús tuvo esta comida pascual, durante la cual dijo “ahora voy a morir por amor a ustedes, para redimirlos de sus pecados. Pero para ello, recuerden lo que están viviendo ahora”. Tomó el pan y dijo “tomen, esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre…”

Aquel día, los discípulos se convirtieron en Cuerpo de Cristo, fueron asimilados a él. En eso consiste la Sagrada Comunión. ¡Ellos incorporaron a sí mismos a Cristo y pasaron a formar parte de Él!

Así que creo que es importante que el Avivamiento Eucarístico ayude a la gente a darse cuenta de eso. Porque las consecuencias de esta concientización serán grandes: si somos el cuerpo de Cristo, si somos Cristo en medio de la sociedad, podremos convertirnos en testigos de su presencia y transformar la realidad.

El Papa Francisco lo ha nombrado cardenal a los 77 años, dos años después de la edad estándar de jubilación para los obispos. ¿acaba de estropearle el Papa sus planes de jubilación con esto?

Bueno, ¡yo no tengo planes de jubilación!

Cuando tenía 75 años, el Papa me respondió que “¡no!” (a la posibilidad de jubilarse). Así que aquí sigo. Puedo quedarme por un tiempo, pero estoy bastante abierto. Una vez que todo haya terminado, terminado estará, y ya veremos luego. Luego veré qué hacer, pero todo está bien. No tengo otro plan más que hacer lo que me pidan. En eso está la belleza de la vida de un sacerdote: en que se es libre.