LOS ÁNGELES -- Desde abril, el Centro de Convenciones de Long Beach ha albergado a niños migrantes que no tenían adonde ir, mientras las autoridades buscaban familiares adultos y patrocinadores en el país.

Cerca de 1,600 menores no acompañados de Guatemala, Honduras, y El Salvador -- la mayoría de ellos huyendo de la violencia y la pobreza de sus países -- han vivido los últimos meses allí.

En mayo, la Arquidiócesis de Los Ángeles solicitó con éxito comenzar a celebrar misas de fin de semana en el refugio. Sin embargo, ahora que el refugio está cerrando, las misas también han llegado a su fin.

La última misa del 18 de julio fue una celebración del siguiente paso para estos niños, pero para los voluntarios que organizaron y llevaron a cabo las liturgias, fue un final agridulce para lo que describieron como un "ministerio intenso y significativo". Los niños han sido colocados con familias patrocinadoras. Otros niños fueron enviados a vivir a la instalación de vivienda temporal Pomona Fairplex en Pomona, California, aunque no se dieron detalles sobre cuántos niños fueron enviados a vivir con familias o a Pomona.

"Al principio, sentí aprensión por la presencia de tantos niños en la misa sin sus padres", expresó Cynthia Marie Powell, quien se desempeñaba como ministra extraordinaria de la Sagrada Comunión cada semana. "Sin embargo, cuando miraba a los ojos de cada niño, sentí profundamente la presencia de Nuestro Señor y estaba muy consciente de su reverencia por el Santísimo Sacramento".

Powell -- quien es descendiente de inmigrantes japoneses, mexicanos, y galeses -- comentó que se sintió atraída por trabajar con los niños migrantes en el refugio en parte para ayudarlos a comenzar de nuevo en Estados Unidos con sus familias y patrocinadores.

"Encuentro que los inmigrantes se convierten en miembros trabajadores de la sociedad estadounidense", le explicó a Angelus, la revista semanal de la Arquidiócesis de Los Ángeles.

Por su cuenta, Powell y los demás voluntarios tuvieron que realizar una labor importante para poder trabajar en el refugio, incluyendo ocho horas de capacitación en el lugar, toma de huellas dactilares, y pruebas periódicas para la detección de COVID-19.

Sin embargo, las recompensas emocionales y espirituales durante este tiempo fueron incalculables, dijo Powell.

Los sacerdotes voluntarios que celebraban las misas dominicales a menudo encontraron que los niños necesitaban otros sacramentos. Después de las misas, varios niños hacían fila para confesarse y orar con los sacerdotes.

"Conocí a una niña después de una misa que había estado en el refugio por algunas semanas", recordó uno de los sacerdotes voluntarios, el padre Budi Wardhana, pastor de la Iglesia Santa Lucía en Long Beach. "Pensé que ella quería (el) sacramento de la reconciliación, pero ella dijo: 'No, padre, realmente extraño a mis padres'".

El padre Wardhana, quien vino a Estados Unidos desde Indonesia en busca de asilo político en 1999, manifestó: "Oré por ella. ¡Doy gracias a Dios (por) la oportunidad de llevar el gozo de Dios a estos niños que están sufriendo!"

El sacerdote reclutó a su amigo, Rafael Álvarez, un seminarista del Centro de Formación Sacerdotal Reina de los Ángeles, para que también ayudara. Álvarez y su familia emigraron a Estados Unidos desde México, por lo que dijo tener "un gran amor, de una manera especial, por nuestros hermanos y hermanas refugiados".

"Fue una bendición para mí poder ser parte de este recorrido", expuso el padre Wardhana. "Al orar con (los niños), me di cuenta de que muchas veces todo lo que necesitaban era alguien que los escuchara. Aunque no somos familia, sabían que los estábamos cuidando".

La comunidad se unió para ayudar a proporcionar a los niños en el refugio los productos necesarios durante su estadía. La Sociedad de San Vicente de Paúl organizó una campaña de artículos de tocador, recogiendo casi 200 paquetes con pasta de dientes, cepillos de dientes, champú, artículos de higiene femenina, y rosarios. También organizaron una celebración del Día de los Niños en el refugio y trajeron juguetes y un mago.

Aunque su trabajo en el refugio ha terminado, Powell cree que su trayectoria con los niños migrantes está lejos de terminar.

Como abogada, ella trabaja pro bono con el Proyecto de Derechos de los Inmigrantes Esperanza como defensora de niños inmigrantes, quienes tendrán que navegar por procedimientos judiciales una vez que abandonen los refugios de emergencia federales.

"Nunca olvidaré la profunda experiencia de estar junto a los niños migrantes para recibir la Sagrada Comunión", comentó. "Rezo para que los niños migrantes centroamericanos que conocí en el centro puedan hacer una vida aquí con sus familias o patrocinadores".