El 1 de junio, el Arzobispo José H. Gomez les confirió la ordenación sacerdotal a 11 hombres en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. Lo que sigue es una adaptación de su homilía.
Hermanos, las palabras de Jesús que acabamos de escuchar en el evangelio fueron pronunciadas durante la Última Cena y estuvieron dirigidas a los Doce, a sus apóstoles, a aquellos hombres a quienes Jesús eligió para que fueran sus primeros sacerdotes.
Y ahora, Él los ha elegido a ustedes y, también a ustedes, les dirige con ternura estas palabras: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor”.
El día de hoy, Jesús los llama a ustedes “amigos”, porque les ha dicho todo lo que el Padre le dijo a Él.
Y les está confiando a ustedes sus palabras de vida eterna.
Él los está haciendo colaboradores de su plan de amor, de ese plan que los apóstoles llamaron “el designio secreto que Dios ha mantenido oculto desde siglos y generaciones”.
Como sacerdotes suyos, ustedes serán siervos de Cristo y administradores de este gran misterio de amor, que el Padre está realizando en la historia de la salvación.
El motivo por el que Dios creó el universo es el amor, y el amor es también la razón por la cual Dios nos creó a ustedes y a mí, al igual que a cada uno de los que nos encontramos aquí en este día. Y el amor queridos hermanos, es la razón de ser del sacerdocio de ustedes.
Un santo pronunció esta frase: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”.
En el corazón de Dios existe un anhelo profundo. El Padre desea ardientemente que todo hombre y toda mujer participe de su amor, que todos lleguen a ser hijos e hijas de su familia en el reino del amor que Él edifica aquí en la tierra, dentro de su Iglesia.
Por ese motivo, el Padre envió a su Hijo único al mundo, para que por nosotros muriera, y resucitara, y es también el motivo por el cual el Hijo los envía ahora ustedes al mundo, para que continúen realizando su misión de amor.
Recuerden lo que Jesús les dijo hoy: “No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca”.
El sacerdocio de ustedes siempre será fructífero si permanecen arraigados en el amor de Dios. “Porque el amor de Cristo nos apremia”, nos dice hoy San Pablo.
Amen a su pueblo como Jesús lo ama, con todo su corazón y con todas sus fuerzas. Estén siempre dispuestos a entregar su vida por el rebaño que Él les ha confiado.
Si ustedes hacen todo por amor a Cristo, entonces ¡nada de lo que hagan, será en vano!
Y lo mismo se aplica a todos nosotros, los que formamos parte de la Iglesia. Todos fuimos traídos a esta tierra para difundir el amor de Dios, donde quiera que nos encontremos: en nuestro trabajo, en nuestros hogares, en la sociedad.
El sacerdote es ordenado in persona Christi, para ser la imagen viva de Jesús, y está llamado a ser nuestro guía en los caminos del amor.
Ustedes le entregarán hoy su vida a Jesús y, a cambio de ello, Él los convertirá instrumentos de su amor.
A través de los labios de ustedes, Él proclamará su palabra de verdad, y pronunciará sus palabras de perdón. Por medio de sus manos, Él descenderá del cielo para entregar su cuerpo para la vida del mundo y para derramar su sangre por nuestra salvación.
Como sacerdotes de Jesús, ustedes van a ser líderes del reavivamiento eucarístico de nuestro tiempo.
Creo que todos nos damos cuenta de que en el mundo de hoy está sucediendo algo emocionante: Se está dando una nueva actividad del Espíritu.
¡La gente está buscándole significado a la vida y está encontrando a Dios! ¡La gente está buscando el amor y está volviendo a Jesús!
En todo nuestro entorno podemos ver señales de esto. ¡El amor de Dios está irrumpiendo en el mundo y en la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo!
La Eucaristía es el corazón del plan de Dios, el corazón del misterio de amor que mueve la creación y que mueve, también, la historia.
Y hoy Él pone en manos de ustedes este misterio.
Él los está ungiendo, tal y como ungió al profeta en la primera lectura que escuchamos hoy, para “pregonar el año de gracia del Señor”.
A través del sacerdocio de ustedes, Jesús vendrá a buscar y a salvar a los que están perdidos, a reunir en la unidad a todos sus hijos, provenientes de todos los confines de la tierra.
Por medio de ustedes, Él llamará a la puerta de todos los corazones humanos, invitándonos a todos a compartir su divinidad, así como Él se humilló para compartir nuestra humanidad.
¡Qué tiempo tan emocionante para ser sacerdotes!
¡Y en qué tiempo tan maravilloso, nos tocó vivir y ser católicos!¡En qué tiempo tan maravilloso nos tocó formar parte del gran misterio del amor de Dios, que está irrumpiendo en nuestro mundo!
Encomendemos, pues, a nuestros nuevos sacerdotes al corazón de la Virgen María, la Madre del Amor Hermoso y Madre de los Sacerdotes.
¡Y pidamos su intercesión por todos nuestros sacerdotes! ¡Que ella nos consiga muchas vocaciones más para el sacerdocio y para la vida consagrada!