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Crecí como hijo de inmigrantes de segunda generación en las tierras remotas de las praderas occidentales de Canadá. Nuestra familia era pobre económicamente, agricultores de subsistencia, con lo necesario, pero rara vez con algo más. Mi padre y mi madre eran caritativos hasta el extremo e intentaron inculcarnos ese valor. Sin embargo, dadas nuestras propias limitaciones, era comprensible que no tuviéramos una visión clara en términos de justicia social. Éramos los pobres.

Criarse de esta manera puede inculcarte profundamente ciertos instintos y actitudes, algunos buenos, otros no tanto. En el lado positivo, aprendes que necesitas trabajar duro, que nada te es dado gratuitamente, que debes cuidarte a ti mismo y que todos los demás deberían hacer lo mismo. Irónicamente, esa misma mentalidad puede cegarte ante algunas verdades fundamentales sobre los pobres.

Puedo dar testimonio de ello. Me llevó muchos años, viajes a través de varias fronteras, encuentros directos con personas que no tenían lo básico para vivir y horas incontables en aulas de teología antes de siquiera comenzar a ser consciente de algunas de las verdades bíblicas y cristianas más fundamentales sobre los pobres.

Ahora estoy luchando por vivirlas, pero al menos acepto que son no negociables para un cristiano, sin importar la denominación o la inclinación política. En resumen, como cristianos, recibimos un mandato innegociable de acercarnos a los pobres con compasión y justicia. Este mandato es tan innegociable como guardar los Diez Mandamientos, como lo deja claro la Escritura en múltiples pasajes.

Aquí está la esencia de ese mandato:

  • Los grandes profetas judíos acuñaron este principio: “La calidad de tu fe será juzgada por la calidad de la justicia en la tierra; y la calidad de la justicia en la tierra siempre será juzgada por cómo están ‘las viudas, los huérfanos y los extranjeros’ (código bíblico para los grupos más débiles y vulnerables de la sociedad) mientras tú estés vivo.”
  • Jesús no solo ratifica este principio, sino que lo profundiza, identificando su propia persona con los pobres: “En verdad les digo que cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, conmigo lo hicieron” (Mateo 25:40). Nos dice que seremos juzgados para la vida eterna según cómo hayamos tratado a los pobres.
  • En ambos Testamentos de la Biblia, esto es especialmente cierto en cuanto a cómo tratamos a los extranjeros, los forasteros y los inmigrantes. La manera en que los tratamos es, en realidad, la manera en que tratamos a Jesús.
  • Jesús define su misión con estas palabras: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres” (Lucas 4:18). Por lo tanto, cualquier enseñanza, predicación o política gubernamental que no sea una buena noticia para los pobres no puede atribuirse a Jesús ni al Evangelio.

Una visión cristiana sobre la riqueza

La mayoría de nosotros hemos sido criados creyendo que tenemos el derecho de poseer lo que obtenemos honestamente, ya sea a través de nuestro propio trabajo o por herencia legítima. No importa cuán grande sea esa riqueza, pensamos que es nuestra mientras no hayamos engañado a nadie en el proceso. En términos generales, esta creencia ha sido consagrada en las leyes de los países democráticos, y solemos asumir que está moralmente respaldada por el cristianismo. Pero no es así, como podemos ver en estos principios de la Escritura:

  • Dios ama a todos. No hay favoritos ni privilegiados a los ojos de Dios, y Él creó la tierra y todo lo que hay en ella para el bien de toda la humanidad. Por lo tanto, los bienes creados deben fluir de manera justa para todos.
  • La riqueza y las posesiones deben entenderse como algo que administramos, no que poseemos de manera absoluta.
  • Ninguna persona o nación tiene derecho a tener excedentes mientras otros no tengan lo necesario para vivir.
  • Todos estamos obligados a acudir en ayuda de los pobres.
  • La condena de la injusticia es un aspecto innegociable de nuestro discipulado.
  • En todas las situaciones donde haya injusticia, desigualdad, opresión o pobreza extrema, Dios no es neutral. Dios quiere acción contra todo lo que cause injusticia y muerte.

Estos principios son fuertes, tan fuertes que es fácil pensar que Jesús no puede realmente estar pidiéndonos esto. De hecho, si se tomaran en serio, cambiarían radicalmente nuestras vidas y el orden social. Ya no podríamos seguir con nuestros asuntos como si nada.

Tomemos solo un ejemplo: hoy hay casi 45 millones de refugiados en el mundo, la mayoría buscando cruzar una frontera hacia otro país. En términos bíblicos, ¿es realista para cualquier nación en la actualidad "acoger al extranjero", simplemente abrir sus fronteras y recibir a todos los que quieran entrar? Esto no es realista ni socialmente viable si consideramos las implicaciones en nuestra seguridad y comodidad.

Eso puede ser cierto. Pero lo que no puede ser cierto es que nuestro pragmatismo social y político para lidiar con "la viuda, el huérfano y el inmigrante" pueda atribuirse a Jesús y la Biblia. No puede. Es antitético a Cristo.

Nos guste o no, Dios está siempre del lado de los pobres, aunque eso incomode nuestra seguridad y comodidad.

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Father Ronald Rolheiser, OMI