El 5 de junio, domingo de Pentecostés, el Arzobispo José H. Gomez celebró la Misa de clausura de la fase arquidiocesana del 16 Sínodo de los Obispos convocado por el Papa Francisco. El proceso, que se inauguró en octubre, incluyó sesiones de escucha en toda la diócesis como una preparación para la reunión que los obispos del mundo tendrán con el Papa en Roma, en octubre de 2023. Lo que sigue es una adaptación de la homilía del arzobispo.

¡En Pentecostés, la Iglesia nació del fuego del Espíritu Santo! Y aquí en Los Ángeles, la Iglesia está viva, encendida en el fuego del Espíritu.

A principios de este mes, tuve el privilegio de ordenar a ocho nuevos y excelentes sacerdotes para que sirvan como pastores y padres espirituales a la familia de Dios de esta arquidiócesis. En este cumpleaños de la Iglesia, pedimos una nueva efusión del Espíritu Santo para nuestro tiempo, y un nuevo florecimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

Nuestra celebración local del Sínodo de los Obispos convocado por el Papa Francisco ha sido una oportunidad magnífica para reflexionar más profundamente sobre nuestra vida como discípulos y sobre nuestra responsabilidad por la misión de la Iglesia.

Como nos dice San Pablo, nosotros pertenecemos al Cuerpo de Cristo: cada uno de nosotros es un miembro de él, cada uno de nosotros tiene un papel importante que desempeñar en el hermoso plan de salvación de Nuestro Señor.

En Pentecostés el Espíritu Santo descendió sobre Santa María y sobre los apóstoles bajo la forma de “lenguas de fuego”. Y ellos, llenos del Espíritu, empezaron a proclamar las maravillosas obras de Dios, en todos los idiomas de la tierra.

En ese primer Pentecostés había ahí gente reunida “de todas partes del mundo”. Y todos los que estaban allí ese día escucharon la predicación de los apóstoles “en su propio idioma”.

Esa es nuestra misión ahora. Nosotros estamos llamados a proclamar su Evangelio a todas las naciones.

Estamos llamados a seguir a Jesús, a amarlo y servirlo, y a colaborar con él para crear una sola familia de Dios, integrada por la multitud de los pueblos de la tierra.

Jesús dijo que Él vino a traer fuego a la Tierra. Y en Pentecostés envió a su Espíritu Santo para llevar a plenitud su misión. El fuego que se encendió en Pentecostés ha de seguir ardiendo en nosotros, en su Iglesia.

En este día y tal como lo hizo con sus apóstoles, Nuestro Señor nos está diciendo a ustedes y a mí: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Habiéndoles dirigido estas palabras a sus apóstoles, el Evangelio nos dice que: “Sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo’”.

Esto es lo que sucede con cada uno de nosotros en nuestro bautismo.

El bautismo es como nuestro propio Pentecostés personal. En esas aguas vivas, Nuestro Señor envía su Espíritu a nuestros corazones, haciéndonos una nueva creación, haciéndonos hijos e hijas del Dios vivo, hermanos y hermanas reunidos en su familia, miembros de su cuerpo, que es la Iglesia.

En el bautismo obtenemos nuestra verdadera identidad, el verdadero significado y propósito de nuestras vidas. Y el propósito de nuestras vidas es extender el fuego de su amor hasta los confines de la tierra.

Así como el Padre lo envió a Él, él nos envía ahora a nosotros, a nuestros hogares, a nuestros lugares de trabajo, a nuestros vecindarios y a todas partes.

Debemos considerar nuestra vida como una peregrinación misionera. Estamos siguiendo los pasos de Jesús, en nuestro camino de regreso a la casa del Padre, tratando de llegar al cielo.

Y al ir recorriendo este camino con Jesús, estamos llamados a invitar a nuestro prójimo, a nuestros seres queridos, a todos los que conocemos, a que vengan con nosotros.

Una persona santa dice en sus escritos: “No podemos ir al cielo solos, porque Dios nos dirá: ¿Dónde están los demás?”.

Necesitamos llevar a muchos más con nosotros al cielo. Ésta es nuestra tarea.

¡Esta es nuestra hermosa misión y lo que toda alma anhela! ¡Solo cuando la gente se encuentre con Jesús, podrá su vida empezar de nuevo! Solo en este encuentro pueden ellos descubrir el maravilloso amor que Dios les tiene, al igual que el poder de su perdón y de su misericordia.

Así pues, queridos hermanos y hermanas, Pentecostés continúa en la vida de ustedes y en la mía. Cristo está vivo en ustedes. Vivamos con esa confianza. Vivamos como Él vivió. ¡Y amemos como Él amó!

Pidamos la intercesión de María Santísima, para que haya un nuevo Pentecostés en nuestros tiempos.

Que estemos realmente entusiasmados por nuestra fe y por estar realizando nuestra misión en nuestra vida diaria, confiando en la presencia de Dios en nuestra vida; pidamos especialmente por la inspiración del Espíritu Santo en nuestra vida.

¡Que el fuego del amor que hay en nuestros corazones inspire a los demás, hasta que el mundo entero arda en el amor de Cristo!