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La Misión San Gabriel Arcángel fue totalmente reabierta al público por primera vez, este pasado 1 de julio, después de haber sido cerrada a causa de la pandemia y de un devastador incendio provocado en julio de 2020.

Unos cuantos días antes, tuve el honor de bendecir el retablo, renovado exquisitamente, al igual que el nuevo espacio destinado al museo y al jardín, y pude participar también en una emotiva ceremonia en la que estuvieron presentes varios descendientes de los integrantes de la misión original.

La misión fue fundada por San Junípero Serra y sus hermanos franciscanos en 1771 y fue construida por y para los indígenas Tongva, procedentes de los primeros pueblos de esta tierra.

La ceremonia se desarrolló en torno a sus oraciones, rituales, y música sagrada, todo en la lengua materna de ellos.

Una de sus canciones incluía estas conmovedoras frases: “Oh antepasados míos, escuchen mi corazón / Oh antepasados míos, aquí está mi corazón”.

Esto me recordó aquellas palabras de la Carta a los Hebreos: “Rodeados, como estamos, por la multitud de antepasados nuestros”.

Estas palabras nos recuerdan que nuestra fe no es nunca es un camino solitario. El don de la fe se lo debemos a nuestros antepasados, a aquellos que nos precedieron, a esa gran multitud de testigos que, a través de los siglos, fueron profesando y proclamando la fe católica.

Los misioneros llegaron a este país con la noble intención de compartir lo que consideraban como el don más grande que ellos pudieran dar, el don de conocer a Jesucristo, su amor y su salvación.

Al entrar al museo restaurado de la misión, ustedes se encontrarán con una pared blanca, en la que están escritos los nombres de los 7,054 nativos americanos bautizados en la misión desde 1771 hasta 1848.

Esto es un testimonio visual impactante de esa gran verdad de que cada alma tiene un valor inestimable a los ojos de nuestro Dios, tan lleno de amor hacia nosotros. Y es maravilloso pensar que aquella pila bautismal original, que fue utilizada por Junípero y los franciscanos se encuentra aún en el bautisterio de la misión.

Los franciscanos llevaban un registro de cada bautismo, de cada matrimonio y de cada entierro. Para ellos, esto no se trataba de un mero registro de datos, sino de un “cuidado de las almas”. Ellos estaban tomando nota de los recorridos de fe de las almas encomendadas a su cuidado, recorridos que se abrían paso a través de los retos de este mundo, para alcanzar el amor sin ocaso del cielo.

El nuevo museo de la misión es de los mejores del mundo. Y como lo dijo en la ceremonia de apertura su cocurador, el historiador de la Universidad de California, Dr. Steven Hackel, no hay ningún otro museo en Los Ángeles que narre la historia que relata el museo de la misión: “una historia única y dinámica, en la que el pasado instruye, de manera tangible, al presente.”

Y tiene razón. El pasado está vivo y “presente” en este lugar. Al ir recorriendo el recinto de la misión, experimenté una marcada sensación de estar en terreno sagrado, de ir caminando entre las almas de los 5,000 nativos que están enterrados en este sitio, todos ellos, orgullosos hijos e hijas de los pueblos ancestrales de esta tierra, que conocieron a Jesucristo y decidieron tomarlo como el camino y la verdad de sus vidas.

En una de las salas del museo, situado al lado de algunas obras maestras de la pintura española de la época colonial, hay un confesionario que los expertos piensan que fue utilizado por Junípero. Esto me hizo pensar en todas aquellas innumerables almas que fueron reconciliadas con Dios a través del ministerio de la misión, en todos aquellos hombres y mujeres que escucharon esas hermosas palabras pronunciadas por los sacerdotes de la misión: “Yo te absuelvo de tus pecados...”

La Misión San Gabriel será siempre el verdadero corazón espiritual de Los Ángeles. La misión señala el punto del nacimiento de la fe cristiana en este lugar pues 10 años después de haber sido establecida la misión, hombres y mujeres provenientes de ella fundarían la ciudad misma.

La misión es un signo de los orígenes cristianos, no solo de nuestra ciudad, sino también de nuestra nación.

Con frecuencia he hecho notar cómo, en la providencia de Dios, la fiesta de San Junípero Serra cae el día 1 de julio y la celebración de la independencia de América el 4 de julio.

Esto también es un “recordatorio de Dios” de que los misioneros llegaron aquí antes, de que a los pueblos de este país ya se les llamaba cristianos mucho antes de que fueran llamados estadounidenses.

La misma “concepción del mundo” y los mismos valores que inspiraron a Junípero y a los misioneros se encuentran reflejados en nuestra Declaración de Independencia, que tiene sus raíces en la creencia de que todos los hombres y mujeres fueron creados por Dios por amor, dotados de igual dignidad y de iguales derechos, y llamados a un destino trascendente.

El sueño americano está todavía basado en esta convicción.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

Y ahora que conmemoraremos la independencia de Estados Unidos, oremos para que nuestro prójimo y nuestros líderes se sigan enriqueciendo con nuestra herencia cristiana y se den cuenta de que estos valores cristianos son esenciales para los ideales e instituciones de nuestra nación.

Encomendémonos, tanto a nosotros mismos como a nuestra nación, al Inmaculado Corazón de María, nuestra Santísima Madre.

Y que, por intercesión de ella, seamos renovados en nuestro compromiso de darle continuidad al trabajo de los misioneros y de llevar a Jesús a la vida de toda persona de estas tierras.