Read in English

El 8 de julio, el Arzobispo Gomez celebró la Misa en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México para más de 200 peregrinos de la Arquidiócesis de Los Ángeles y por las intenciones de oración de toda la familia de Dios en Los Ángeles. Lo que sigue es una adaptación de su homilía.

Qué gran privilegio el poder estar aquí en este santo lugar, en presencia de esta sagrada tilma. Me llena de alegría ver que tantos de ustedes vinieron a hacer esta peregrinación para rendirle homenaje a nuestra Santísima Madre.

Desde que veníamos aquí en familia, cuando yo era un niño, siempre he experimentado una profunda sensación de paz en este lugar.

La Virgen es nuestra madre, y ella nos ama tanto que quiso que tuviéramos un “retrato” de su rostro; quiso que pudiéramos mirarla a los ojos y saber así cuánto nos ama.

Esta sagrada tilma es un milagro del amor de Nuestra Señora, un tesoro que ella nos da a cada uno de nosotros.

Así que hoy, que estamos ante la presencia de esta sagrada imagen, tenemos la certeza de que ella está con nosotros y de que se alegra de que hayamos venido a orar ante su Hijo, a quien amamos con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas.

Somos hijos e hijas de Dios, y eso es una maravillosa verdad, como lo dice san Pablo en la segunda lectura de hoy: “Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama “¡Abbá!”, es decir, ¡Padre!”

Reflexionemos sobre esta gran verdad ante la mirada amorosa de nuestra Madre. Cada uno de ustedes tiene un valor inestimable para Dios.

¡Él nos ha hecho hijos e hijas suyos! ¡Esto es algo que debería llenarnos de una gran alegría! Nosotros podemos dirigirnos a él como nuestro Padre y él puede saber que nos ama como a sus hijos.

Cuando Jesús está con nosotros, gozamos de la alegría perfecta.

Nuestro Evangelio de hoy nos presenta el misterio gozoso de la visitación. Y todos los detalles de esta historia son detalles de alegría. María trae al niño Jesús en su seno cuando va a visitar a Santa Isabel y, como bien sabemos, el niño que espera Isabel, San Juan Bautista, salta de alegría cuando María se aproxima.

Y María, por supuesto, se regocija por la grandeza del Señor, expresando en su Magníficat, ¡que él ha hecho cosas grandes y maravillosas por ella!

Hermanos y hermanas, así es como estamos llamados a vivir: ¡con alegría y con gratitud!

El Señor ha hecho grandes cosas por nosotros también. ¡Él nos ha hecho hijos e hijas suyos! Nos ha enseñado el modo de vivir, que es un camino de amor y de verdad que nos conducirá al cielo.

¡Así que, debemos regocijarnos y llenarnos de alegría cada día! Y hemos de buscar compartir nuestra alegría, compartir el amor de Jesús, con cada una de las personas con quienes nos encontremos, tal como lo hizo María, y como ella le pidió a San Juan Diego que lo hiciera.

Siempre que estoy aquí, reflexiono sobre las hermosas palabras que Nuestra Señora le dirigió a Juan Diego. Y, por supuesto que hoy nos dirige esas mismas palabras a cada uno de nosotros:

¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?

Pidámosle a ella que sea siempre nuestra madre, y que nos ayude a seguir recorriendo el camino con su Hijo, adaptando nuestro modo de vida al suyo, y viviendo con alegría y gratitud.

Oremos, pues, hoy ante la presencia de este hermoso “retrato” de Nuestra Señora.

Hoy traemos aquí, de manera especial, las peticiones e intenciones de oración de mucha gente de Los Ángeles. Las depositamos a los pies de la Virgen y pedimos su intercesión para todas nuestras necesidades.

¡Al mirarla a los ojos, recordemos que ella nos ama y tengamos también presente el amor que Dios nos tiene! Y recordemos también que el amor de ellos es todo lo que necesitamos.