Durante gran parte del año pasado, Estados Unidos se ha enfrentado a la triste realidad de que el pensamiento y las prácticas racistas siguen siendo demasiado comunes en nuestra sociedad. Millones de nuestros hermanos y hermanas siguen siendo víctimas de humillaciones y se les niegan oportunidades solamente a causa de su raza.
En la sociedad estadounidense hemos recorrido un largo camino para superar el flagelo del racismo. Pero los acontecimientos de 2020 son un triste recordatorio de que no hemos avanzado lo suficiente.
El Mes de la Historia Afroamericana nos ofrece la oportunidad de reflexionar acerca de nuestro origen y de cómo debemos crecer. En lo personal, es un tiempo para pensar y orar por nuestros santos católicos negros.
A lo largo de la historia, la santidad siempre ha sido la respuesta de Dios al odio. En todos los tiempos y lugares y a lo largo de los siglos, Dios ha elevado a santos y santas para proclamar y defender la dignidad humana frente al mal y frente a la injusticia.
Esto ha sido cierto también dentro de la historia de Estados Unidos. Desafortunadamente, la Iglesia Católica de este país no siempre ha sido un testigo constante en contra de los pecados de esclavitud y discriminación racial.
Pero nuestra historia está llena de católicos negros que no temieron vivir su fe en Jesucristo ante la injusticia y la violencia. Pienso en la Venerable Henriette Delille, en la Sierva de Dios Madre Mary Elizabeth Lange, en el Venerable Pierre Toussaint y en la Sierva de Dios Julia Greeley.
Uno de mis favoritos es el Venerable Augustus Tolton, que nació en la esclavitud, escapó hacia la libertad con su madre y se convirtió en el primer hombre negro de nuestro país en ser ordenado sacerdote.
El Padre Tolton solía decir: “La Iglesia Católica deplora una doble esclavitud: la de la mente y la del cuerpo. Ella se esfuerza por liberarnos de ambas”.
Nuestros santos católicos negros se negaron a permitir que sus mentes fueran esclavizadas por la ignorancia y el racismo de los demás. Estos hombres y mujeres santos enfrentaron dificultades y odio, pero nunca cayeron en la ira o en la amargura.
El testimonio inspirador de la comunión de los santos católicos negros de Estados Unidos nos da la esperanza de que realmente podemos liberarnos de los pecados de nuestro pasado, sanar viejas heridas y divisiones y unirnos para trabajar por una sociedad que refleje el hermoso plan de amor de Dios para el ser humano.
Como católicos, deberíamos conocer a todos nuestros santos estadounidenses. Entre nuestros santos hay inmigrantes y misioneros como San Junípero Serra y Santa Francisca Xavier Cabrini. Entre ellos podemos encontrar mártires como San Isaac Jogues y el Padre Juan de Padilla.
Nuestros santos incluyen laicos profetas, como la Sierva de Dios Dorothy Day y Santa Kateri Tekakwitha; grandes sacerdotes como el Beato Michael McGivney y como el Siervo de Dios Walter Ciszek; mujeres consagradas valientes, como Santa Marianne Cope y como la Sierva de Dios Thea Bowman.
Deberíamos conocer sus historias y contárselas a nuestros niños. Debemos tenerlos como modelos y debemos buscar su intercesión.
En este mes, en el que recordamos la historia negra, deberíamos acordarnos de Thea Bowman.
Su abuelo había sido un esclavo y ella creció en aquel Mississippi tan profundamente segregado de la década de 1940. Criada en un hogar metodista, a la edad de 9 años se convirtió al catolicismo, con el permiso de sus padres. A los 15 años, se convirtió en la primera mujer negra en ingresar a la orden de las Hermanas Franciscanas de la Adoración Perpetua, por haber quedado impresionada por el testimonio de ellas en la escuela católica a la que asistía.
La hermana Thea obtuvo un doctorado en literatura en la Universidad Católica de América, enseñó inglés y música y grabó álbumes de cantos espirituales y de himnos. Antes de su muerte por cáncer, ocurrida en 1990 cuando era muy joven, ella llegó a desempeñar un papel importante en la tarea de ayudar a que la Iglesia de este país redescubriera y celebrara la cultura y los dones de los católicos negros.
Ella nos ayudó a recordar que los africanos estaban entre los primeros cristianos, señalando a Simón de Cirene que ayudó a Nuestro Señor a cargar su cruz, de camino al Gólgota y al etíope convertido por San Felipe en el Libro de los Hechos.
“Tal vez no estoy haciendo grandes cambios en el mundo”, dijo ella en una ocasión. “Pero si de alguna manera he ayudado o alentado a alguien a lo largo del camino, entonces he hecho lo que estoy llamada a hacer”.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.
Y tratemos de hacer más profunda la devoción que le tenemos a nuestros santos estadounidenses, que son nuestros verdaderos antepasados espirituales. Ellos pueden ayudarnos a conocer la voluntad de Dios en lo que continuamos realizando la misión de la Iglesia y difundiendo el evangelio en Estados Unidos.
Acudamos también a nuestra Santísima Madre María, que es Espejo de la Justicia. Que ella nos ayude en nuestra labor de transformar los corazones y de cumplir la promesa sagrada de Estados Unidos: ser una amada comunidad de vida, libertad e igualdad para todos.