La legendaria apertura de Estados Unidos a los inmigrantes es una de las muchas características que lo hacen destacarse entre las naciones. Sin embargo, incluso en nuestra acogedora tierra, la experiencia de los inmigrantes puede ser difícil. El éxito en encontrar un punto de apoyo y escalar hacia arriba puede depender de muchas cosas, pero la unidad y la asistencia mutua por parte de la comunidad de recién llegados es algo esencial.

Quizás el mejor ejemplo de este principio, visto en acción, fue el Padre Michael J. McGivney. Él fundó los Caballeros de Colón y fue beatificado este 31 de octubre. Él, un sencillo párroco que resentía profundamente las necesidades de su empobrecido rebaño irlandés, estableció una organización laica que, 132 años después, cuenta con millones de miembros y hace mucho bien en todo el mundo.

Los propios padres del Padre McGivney llegaron aquí en la primera gran ola de inmigración irlandesa provocada por la “Gran Hambruna”, como se conoce a la época de hambre que asoló aquella tierra en 1848. La enfermedad y la muerte acechaban a quienes partieron de Irlanda rumbo a los Estados Unidos, tanto en los fétidos barcos que llegaron a ser llamados los botes ataúd, como en las miserables viviendas que los albergaban y en las peligrosas fábricas que los empleaban. Y también en el despiadado fanatismo anticatólico con que se topaban en todo momento y que sólo aumentó a medida que ellos se incrementaba su número.

El papá del Padre McGivney trabajaba en medio de los gases tóxicos de un molino de latón, en tanto que su esposa criaba a siete hijos de los cuales enterró a seis. Como les sucedía con frecuencia a las mujeres de esa época, su madre quedó viuda y sin los medios adecuados para criar a sus restantes hijos. La pobreza, el dolor y la ansiedad eran el pan nuestro de cada día para esa familia, como para tantas otras, pero era una pobreza, un dolor y una ansiedad aderezados con una magnífica fe.

Como joven párroco, el padre McGivney desempeñó su ministerio entre aquellos que sufrían las mismas circunstancias difíciles que su propia familia había conocido. Él entendía sus carencias y necesidades. En primer lugar, los hombres tenían necesidad de una camaradería sana y decente, no del tipo que se encuentra en las tabernas o sociedades secretas, sino de una hermandad construida a través de la práctica del amor y de la asistencia mutuos. Como él decía, el objetivo de los Caballeros de Colón era “unir a los hombres de nuestra Fe ... para que de ese modo obtengamos las fuerzas necesarias para ayudarnos unos a otros en tiempos de enfermedad; para darle un entierro digno y la asistencia pecuniaria necesaria a las familias de los miembros fallecidos”.

Los hombres irlandeses, en una época en la candidatura de los irlandeses no era bien vista en los empleos, tuvieron que aceptar los trabajos más peligrosos y ellos también frecuentemente morían jóvenes a causa de accidentes o de exceso de trabajo. Las viudas y los hijos de los miembros de la organización pasaron a ser los primeros beneficiarios de la caridad de los Caballeros, pero esto tan solo fue el principio.

Más de 130 años después, la organización que el Padre McGivney, iniciara en el humilde sótano de una iglesia parroquial en Connecticut, es una fuerza mundial para la realización del bien. Los Caballeros actuales, que cuentan con unos 2 millones de personas, donan grandes sumas de dinero a organizaciones benéficas ($ 187 millones en 2019) y realizan enormes cantidades de trabajo voluntario (77 millones de horas en 2019). El simple concepto de juntar una pequeña donación semanal para poder tener un entierro decente y para socorrer a las viudas y a los hijos de sus hermanos ha llegado a convertirse en una organización moderna que invierte más de $ 100 mil millones para la protección financiera de las familias de los Caballeros.

Los irlandeses de Estados Unidos están ya establecidos de forma segura aquí, por supuesto. Hace mucho tiempo que llegaron a compartir la relativa comodidad y prosperidad que distingue a nuestro país de los demás. Pero la inmigración y sus dificultades continúan; la pobreza y la intolerancia persisten y tienen diferentes manifestaciones.

La idea del Padre McGivney incluía deliberadamente a todos los hombres católicos, de cualquier origen étnico, y esta idea fue la que modeló a una organización que ha servido como fuente de unidad y de asistencia para las sucesivas oleadas de inmigrantes.

Los Caballeros del Padre McGivney tocaron mi propia vida de hispana que crecía y vivía mis primeros años de exilio y dislocación. Ellos nos proporcionaron sólidas redes de asistencia y fraternidad en parroquias en las que mi familia encontró ayuda espiritual y materia,l y mis hermanos y yo recibimos educación de bajo costo y alta calidad.

Hoy soy radióloga y voluntaria en un centro de crisis de embarazo. Allí, leo ultrasonidos, realizados en una máquina cara y donada por los Caballeros para los inmigrantes pobres que enfrentan el desafío de tener un nuevo bebé. Cuando las parejas jóvenes de Venezuela o Ecuador sonríen con alegría al escuchar los fuertes latidos del corazón de su hijo, le doy gracias en silencio al Padre McGivney por la hermosa idea que tuvo.

Para los católicos, la beatificación es el paso final para declarar santa a una persona que fue heroicamente virtuosa. La canonización para la santidad normalmente requiere de un segundo milagro que se le atribuya al candidato, después de su beatificación. En cierto modo, dudo que esto sea un problema para el Beato Michael McGivney. Ya lo he visto realizar milagros en mi propia vida y en la vida de mi país, esta hermosa tierra de inmigrantes, en el curso de los últimos 132 años.