El aborto lastima profundamente a las mujeres.

Esta es mi opinión personal, aunque se basa en las innumerables conversaciones y encuentros que he tenido a lo largo de los años con mujeres que no pueden recordar esa experiencia sin un suspiro de dolor y que periódicamente se derrumban cuando algún acontecimiento fortuito rompe la delgada capa que se han formado sobre esa herida que tienen en carne viva.

Las mujeres no religiosas me han dicho que con frecuencia piensan en el pequeño que ellas rechazaron, y en cómo la enormidad de lo que perdieron se les hizo evidente cuando sostuvieron a sus hijos recién nacidos en sus brazos. Las mujeres religiosas tienen problemas para creer que Dios pueda perdonar lo imperdonable.

Se sienten alejadas del Amor mismo, de la fuente de toda alegría. Tienen que ser convencidas de que ellas —incluso ellas— son esas ovejas que el Buen Pastor anhela traer a casa.

Los partidarios del aborto no están de acuerdo. Dicen que no es dañino para las mujeres. De hecho, lo pintan como un procedimiento liberador y, en último término, positivo, un simple acto de la voluntad y de la autodeterminación. No hay víctima en el aborto, dicen, ni el embrión, ni la madre, y ciertamente no el padre. Si no hay víctima, entonces no hay culpa. Si no hay culpa, entonces, el aborto no puede ser nada que pueda dañar emocional o espiritualmente a las mujeres.

Como prueba de que el aborto no es traumático, citan estudios que muestran que las mujeres que interrumpen un embarazo no deseado no sufren más dificultades psicológicas ni mayores tasas de abuso de sustancias en comparación con las mujeres que sí dieron a luz.

Estos estudios siguieron a las mujeres hasta cinco años después de sus abortos y observaron características aisladas, como tasas de depresión o de tendencias suicidas, pero no consideraron la totalidad de su angustia.

No creo que los estudios clínicos puedan rastrear completamente las consecuencias espirituales y emocionales negativas del aborto en las mujeres. Los frecuentes episodios de duelo que les impiden una vida pacífica son imposibles de cuantificar.

Sin embargo, si uno debe luchar contra los partidarios del aborto que citan estudios clínicos, entonces lo que hay que buscar son mejores estudios, estudios más precisos, que hayan investigado a las mujeres durante un período de tiempo más largo y que hayan medido todos los signos de su angustia psicológica a la vez. Justo uno de esos estudios acaba de ser publicado en la revista médica suiza, Medicina.

El estudio midió la prevalencia de trastornos psicológicos en casi 4,000 mujeres estadounidenses de entre 15 y 28 años de edad. Comparó la salud mental que tenían, antes y después del embarazo, el aborto y el nacimiento, y tuvo en cuenta el hecho crucial de si las mujeres optaron libremente por interrumpir sus embarazos o fueron coaccionadas o presionadas para abortar.

Los hallazgos son impactantes, pero no sorprendentes, por lo menos para aquellos de nosotros cuya ideología no nos ciega intencionalmente ante los daños emocionales que el aborto causa en las mujeres.

El estudio muestra que cuando una mujer que ha abortado tiene 28 años, tiene un 74% más de probabilidades de experimentar depresión, ansiedad o tendencias suicidas que una que nunca ha abortado. Esta alta incidencia se eleva al 84% en aquellas que fueron presionadas para buscar el procedimiento, ya sea por sus padres o por su esposo o novio.

Las que luchan contra la depresión, la culpa o la ansiedad con frecuencia recurren a las drogas o al alcohol para ocultar el dolor o se automedican, lo cual a veces las lleva a la adicción. Tal es el caso de algunas de las mujeres después de un aborto.

El estudio de Medicina muestra que ellas tienen el doble de probabilidades que las mujeres que dieron a luz a sus bebés, de sufrir abuso de sustancias (opioides, marihuana, alcohol o drogas ilegales). Curiosamente, esto es cierto, ya sea que sus embarazos fueran deseados o no.

Nuevamente, los estudios que piden a las mujeres que marquen casillas de un cuestionario, sólo pueden evaluar las cosas hasta cierto punto. El trauma no siempre se manifiesta en resultados precisos y medibles que se puedan registrar y rastrear.

La mayoría de las mujeres que han compartido conmigo su arrepentimiento por haber abortado, gozan, por otra parte, y según todos los estándares clínicos, de una salud mental normal y no creo que ninguna de ellas haya abusado de sustancias. Sin embargo, estaban traumatizadas y marcadas por su experiencia.

El sexo, sin las trabas de los códigos morales antiguos y ya superados, es divertido y sin consecuencias, nos dice nuestra sociedad libertina. Para decir esto con seriedad, primero tienen que pretender que los cientos de miles de niños cuyas vidas terminaron a causa del aborto legal nunca existieron, y tienen que crear y citar estudios que muestren que las mujeres siguen despreocupadamente su camino después de abortar a sus bebés.

Curiosamente, cuando los grupos pro-aborto se reúnen para manifestarse, como lo hacen en la Marcha de las Mujeres en Washington, D.C., el estado de ánimo que muestran no es alegre y despreocupado sino hosco, enojado y vulgar. Lo opuesto de lo que sucede en las marchas pro-vida, que se caracterizan por su ambiente alegre y por su énfasis en el cálido apoyo que ofrecen a las afligidas mujeres que han abortado y que van entre sus filas.

Son los opositores del aborto los que conocen la verdad, ya sea por los estudios clínicos o por experiencia personal. El arrepentimiento, el remordimiento, la tristeza, las dudas sobre uno mismo, el enojo e incluso, ocasionalmente, la desesperación, son la carga pesada atada a las espaldas de las mujeres por la cultura de la muerte. Es la cultura de la vida la que les devuelve la esperanza y la felicidad, la que apunta al sol naciente después de una noche larga y fría.