Cuando fue elegido como sucesor de Pedro, el Papa Francisco fue descrito por personas que lo conocían bien como alguien que odiaba viajar. Las historias sobre su aversión a salir de Buenos Aires abundaron durante sus años como arzobispo y cardenal, y sus allegados predijeron que sería un Papa que se quedaría en Roma.

Pero el tiempo demostró que estaban equivocados ... En ocho años, Francisco ha visitado 50 países, lo que supone una media anual superior a la del peripatético San Juan Pablo II, que visitó 129 naciones en casi 27 años.

Más allá de los países que visitó para eventos "oficiales", como la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil, Polonia y Panamá, y el Encuentro Mundial de las Familias en Estados Unidos e Irlanda, el pontífice argentino ha sido audaz en sus elecciones: La República Centroafricana durante una guerra civil; Myanmar y Bangladesh durante lo peor de la crisis de los rohingya; Chile a pesar de una lista aparentemente interminable de acusaciones de abusos sexuales del clero y de encubrimiento; y, más recientemente, Irak, un país que ningún Papa había visitado, a pesar de que tanto Juan Pablo II como Benedicto querían ir. Y logró su cometido a pesar de una pandemia global.

Más de una vez dijo a los periodistas que quería viajar a países y ciudades que ningún Papa hubiese visitado, y lo ha conseguido en varias ocasiones, incluido un histórico viaje a los Emiratos Árabes Unidos, el primero de un pontífice a la Península Arábiga.

Sin embargo, ha evitado lo que algunos podrían argumentar como opciones "obvias" para el primer pontífice latinoamericano de la historia, y además argentino.

A la cabeza de la lista de países que Francisco ha sido invitado a visitar en repetidas ocasiones (ya sea charlando con los periodistas a bordo de los vuelos papales, o de forma oficial por los gobiernos y los obispos) se encuentran su país de origen, Argentina, y España, que en su día fue el país más católico de Europa pero que hoy es uno de los motores de la rápida secularización que se expande en el continente.

Ambos países aparecen en la lista de naciones que el Papa "casi" visitó al menos una vez, y ambos tuvieron grandes eventos católicos para atraerlo.

Argentina era un gran contendiente en 2020, con varias razones pastorales que habrían justificado la visita: El 500 aniversario de la primera misa en suelo argentino, junto con el deseo del Papa de declarar santa a la beata María Antonia de Paz y Figueroa, conocida como "Mama Antula". Hace tiempo que se dice que el segundo milagro necesario ha sido aprobado, pero aún no hay confirmación oficial.

Sin embargo, incluso al margen del coronavirus, nunca hubo ningún esfuerzo serio para organizar un viaje de vuelta a casa. Francisco esbozó una explicación en 2016, cuando envió un vídeo a sus compatriotas diciendo que no volvería en 2017. La cinta pretendía acallar los rumores de que se estaba preparando un viaje.

"No saben cuánto me gustaría volver a verlos", decía en el vídeo. "Y tampoco podré hacerlo el año que viene porque hay compromisos con Asia y África... ¡el mundo es más grande que Argentina"!

En efecto, fue casi una apropiación papal del musical Evita, de Andrew Lloyd Webber, basado en la vida de la segunda esposa del general Juan Domingo Perón, con su famosa melodía: "¡No llores por mí, Argentina!"

En lo que respecta a España, no han faltado motivos para un viaje desde 2013, incluyendo dos aniversarios importantes. Ya en 2015, el entonces presidente Mariano Rajoy hizo todo lo posible por conseguir una visita con motivo del 500 aniversario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, la primera mujer doctora de la Iglesia, aunque la petición fue ignorada por el Papa.

Para explicarlo, esbozó una respuesta críptica que ha reiterado varias veces desde entonces: "Demasiada división".

Francisco nunca ha explicado públicamente si se refiere a demasiada división entre los obispos, posibilidad que no puede ser descartada, o entre los españoles, con una situación política inestable y la constante amenaza en ciernes de que Cataluña declare su independencia.

Además, cuando los periodistas le preguntan si tiene prevista una visita a España, suele decir que cuando se trata de Europa la prioridad son los "países pequeños", lo que automáticamente descarta también las visitas a Francia, Inglaterra y Alemania. (Fue a Estrasburgo en 2014 para dirigirse al Parlamento Europeo, pero evitó reunirse con funcionarios franceses o incluso visitar la catedral local).

El segundo gran aniversario que representa una gran "tentación" para que Francisco visite España, el 500 aniversario de la conversión de San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, se inaugura el 20 de mayo y se clausura el próximo mes de julio.

La pandemia del COVID-19 hace prácticamente imposible una visita este año, pero ha expresado su esperanza de una posible visita en 2022.

Explicaciones públicas aparte, ambos países tienen un denominador común que puede hacer que el pontífice recele de una visita: La crítica desenfrenada al Papa desde todos los rincones, tanto por motivos religiosos como políticos.

En Argentina y en España, al menos a juzgar por las redes sociales y la palabrería política, se culpa al Papa Francisco de prácticamente todo. Su nombre se relaciona habitualmente con argumentos políticos de poca monta en los medios de comunicación seculares, y los blogs de los católicos tradicionalistas lo acusan de ser un hereje.

En ambos casos, los críticos no se basan en nada de lo que el Papa ha dicho o hecho realmente, sino en una caricatura basada en una cuidadosa selección de palabras, un arte perfeccionado tanto por los amigos como por los enemigos que tiene en estas dos naciones, que han hecho un deporte de hacer girar sus palabras como un carrusel.

Por necesidad, todo Papa desarrolla un caparazón cuando se trata de críticas, y Francisco ha recibido una buena cantidad antes, durante y después de varios de sus viajes. La pregunta que él se hace es: ¿merece la pena la visita a nivel pastoral, interreligioso o incluso político?

Muchos cuestionaron la conveniencia de su viaje a Irak en marzo, a pesar de las amenazas a la seguridad y el creciente número de casos de coronavirus, pero él vio la visita como un paso importante para asegurar la supervivencia del cristianismo en Oriente Medio.

¿Qué podría ganar con una visita papal a Argentina y España, más allá de un abrazo a su única hermana con vida, María Elena, a la que no ve desde que llegó a Roma en 2013, y de honrar al santo que inspiró su vocación al sacerdocio?

Esa, probablemente, es la pregunta que tendría que ser respondida de forma convincente antes de que cualquiera de estos dos viajes aparentemente "obvios" para el Papa Francisco pudiera ser también plausible.