Hace unas semanas, intenté concertar una cita para una sesión inicial con un terapeuta. Mi copago sería de cero, nunca había recurrido a tal ayuda y pensé, especialmente después de este año pasado en que hubo COVID-19, incendios forestales y disturbios políticos, ¿por qué no hacerlo?
Primero tuve que hablar con tres personas, asegurándoles repetidamente que no poseía un arma, que no tenía la intención de hacerme daño a mí ni a nadie más y que no tenía ideas suicidas. Cada empleado era cortés y también sin un ápice de calidez, humanidad, vitalidad o sentido del humor.
Finalmente, llegué a la persona que me conectaría directamente con el terapeuta disponible. Volvimos nuevamente a las mismas preguntas. Y luego, la persona que estaba frente a mí, me preguntó: “¿Te identificas como mujer?”
Todo mi ser se detuvo bruscamente. La pregunta misma era absurda, era una afrenta. El cielo es azul. Yo no identifico el cielo como azul, vivo en un mundo en el que el cielo es azul. La esencia de una cosa creada no está en mis manos. Yo no cambio los hechos; no tengo el poder de hacerlo. Yo no doblego la realidad a mi voluntad; no soy Dios.
¿Que si me identifico como mujer? Tengo un nombre, una voz, afectos y un cuerpo femeninos. Tengo los cromosomas, el corazón y la psique de una mujer. Entre las preguntas capciosas, “¿Te identificas como mujer?” debería ser una de las más notables. Casi grité: “Soy mujer.
Pertenezco al género femenino. Soy 100 por ciento mujer”.
Las palabras hombre y mujer son arquetipos, que están profundamente enraizados en el cerebro, en el cuerpo y en la conciencia humanos. ¿Acaso alguien querría que ese Cristo, clavado en la cruz, fuera mujer? ¿Alguien querría que la Virgen de Guadalupe, que se le apareció en 1531 al campesino Juan Diego en cuatro ocasiones en el cerro del Tepeyac, en la actual Ciudad de México, fuera un hombre?
No, para Emperatriz de las Américas, necesitamos a una mujer. No para completar una cuota de acción afirmativa, sino porque Nuestra
Señora es la Reina del Cielo y de la Tierra. Porque la Santísima Virgen satisface nuestra hambre desesperada de ese amor incondicional e iluminador de una madre: un pecho sobre el cual descansar, una palabra reconfortante, una mano que ofrezca un sostén.
María es la que ve a través de nuestras almas, aquella a quien podemos acudir con nuestros problemas, la que siempre está con nosotros, —alguien estable, “que medita estas cosas en su corazón”— al pie de la cruz.
Además, ¿qué sería de la vida sin una ocasional tilma llena de rosas en invierno? ¿Sin un amor fino? ¿Sin poesía?
¿Qué mujer en la tierra no querría solidarizarse con Nuestra Señora de Guadalupe, con sus misteriosos ojos, con su manto color turquesa, tachonado de estrellas, con el fondo que la circunda, formado por los dorados rayos del sol?
¿Quién puede dejar de conmoverse por el hecho de que los científicos más avanzados del mundo no hayan podido “descifrar” el milagro que ocurrió en el cerro Tepeyac? La tilma, por ejemplo, —el manto de Juan Diego en el que se imprimió misteriosamente la imagen de Nuestra
Señora—fue aparentemente tejida con fibras de agave.
“Todos los lienzos similares a la tilma que han sido colocados en el ambiente salado y húmedo que hay en torno a la basílica no han durado más de 10 años”, apunta el investigador y físico Dr. Adolfo Orozco. Que la tela no se haya deteriorado en casi 500 años es algo que “está totalmente más allá de cualquier explicación científica”.
“La Virgen de Guadalupe: Dios Inantzin”, interpretada por La Compañía Latina de Teatro en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles en 2016. (Cortesía de Latino Theatre Company)
Oportunamente, en la visión de Juan Diego, la virgen estaba embarazada. Ella es el símbolo de la fecundidad, de la longanimidad, de la belleza, de la compasión. Una mujer: protectora de los pobres, refugio de los oprimidos, sede de una nueva vida. “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús”.
No es casualidad que la fiesta de Nuestra Señora sea el 12 de diciembre, tan solo dos semanas antes de la Navidad. Este año, parece que las celebraciones de la parroquia de Guadalupe serán al aire libre, si las circunstancias lo permiten. Pero si no desea o no puede salir de su casa, ésta es otra posibilidad.
La cantante de ópera Suzanna Guzman interpreta el papel de la virgen. Más de 100 actores, cantantes, bailarines indígenas aztecas y personas de la tercera edad de la comunidad completan el elenco.
El espectáculo ha sido adaptado para el escenario por Evelina Fernández, a partir del texto del “Nican Mopohua”, que data de mediados del siglo XVI. Se lleva a cabo en inglés con subtítulos en español. Se transmite en thelatc.org/lavirgen desde el viernes 11 de diciembre a las 7 p.m. PST y 10 p.m. EST, hasta el domingo 20 de diciembre a las 11:59 p.m. PST. Y es gratis.
“¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”, se dice que le preguntó la Virgen a Juan Diego.
Esas palabras se han enraizado tan profundamente en el corazón humano que están inscritas sobre la entrada principal de la Basílica de Guadalupe, el lugar de peregrinaje católico más visitado del mundo.
¿Que si me identifico como mujer? Soy mujer. Mil por ciento.