(Nota del editor: El 7 de septiembre, el Arzobispo Gomez celebró la Misa anual en Reconocimiento a Todos los Inmigrantes en la Catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles. La siguiente es una adaptación de su homilía)
Este año nos reunimos una vez más, para celebrar nuestros respectivos viajes a este país, nuestras tradiciones y nuestras culturas. Estamos recordando las tierras en las que nacimos, estamos compartiendo nuestras esperanzas para el futuro.
La migración —el gran movimiento de los pueblos de un país a otro— es un signo de nuestros tiempos. Las migraciones están ocurriendo en todas partes del mundo, puesto que las personas dejan sus tierras natales en busca de una vida mejor para sus familias y, con frecuencia, lamentablemente también están huyendo de la violencia y de la pobreza.
Estados Unidos siempre ha sido excepcional porque siempre ha sido un hogar para los pueblos de todos los países. Esta nación ha sido un faro de esperanza, un refugio para los pueblos que no tienen un lugar a donde ir. Estados Unidos es una nación conformada por muchas nacionalidades, una nación de inmigrantes y de refugiados.
Hoy tenemos que orar por Estados Unidos. Algunos dicen que estamos más divididos que nunca antes en nuestra historia; que desde tiempos de la Guerra Civil las cosas no habían estado tan difíciles y polarizadas.
Pero ahora que estamos ante este altar, sabemos que no hay divisiones, que no se puede hablar de “nosotros” contra “ellos”. No importa quiénes seamos, ni de dónde vengamos, todos formamos parte de una sola familia.
Más aún, todos somos pecadores, todos estamos necesitados de la misericordia y de la redención de Dios. En un tiempo fuimos extranjeros, estuvimos alejados de Dios. Esta es la historia de ustedes y la mía también. Pero luego vino Dios a salvarnos por medio de Jesucristo. Por medio de su muerte.¡Nunca olviden eso! ¡Jesús murió por ti! Así de grande es su amor por ti.
Pero no solo por ti. No solo por mí. Jesucristo murió por todos nosotros. Y él nos llama a todos a la conversión, a la reconciliación.
En el Evangelio de hoy, vemos cómo los fariseos quieren separar a Jesús de sus discípulos. Ellos temen su poder, les asusta su amor.
Los fariseos tratan de recurrir a la Ley para evitar que Jesús alimente a su pueblo cuando éste tiene hambre: “¿Por qué hacen lo que está prohibido hacer en sábado?”.
Pero Jesús responde al miedo de ellos, con amor. Y en esto, él nos está mostrando un mejor camino.
Y Jesús percibe todavía el hambre de su pueblo, es decir, nuestra necesidad humana de esperanza y de un hogar; de paz, de seguridad y de trabajo para nuestras familias.
Él nos recuerda hoy que él es “dueño del sábado”. Eso quiere decir que Él es el Señor de la Creación y de la historia. Ello significa que este mundo le pertenece a Él. Y que nosotros le pertenecemos también. Él quiere que cada uno de nosotros tenga un lugar al que podamos llamar nuestro hogar.
Desde hace muchos años ya, les he estado diciendo que la inmigración no es solo una cuestión política. Es una cuestión espiritual.
La inmigración no se refiere solamente a las fronteras entre naciones. Tiene que ver más bien con las barreras que hay en el corazón humano, con las barreras que nos hacen temer a la gente que no se parece a nosotros; con las barreras que nos hacen ver a los demás como menos que humanos, como indignos de que nos preocupemos por ellos.
En Jesucristo, todo muro se viene abajo. Ya no hay mexicanos o vietnamitas, coreanos o filipinos; rusos o venezolanos, no hay migrantes o nativos. En Jesucristo, todos somos hijos de Dios, creados a su imagen.
Y como seguidores de Jesucristo, tenemos una misión en este tiempo desafiante por el que está pasando nuestro país. Tenemos que mostrarle a nuestro prójimo una mejor manera de actuar: debemos enseñarle el camino de Jesús, el camino del amor.
Jesús nos está llamando a amar a aquellos que se vuelven nuestros enemigos y a orar por aquellos que estarían dispuestos a causar la división en nuestro país.
Nosotros podemos sanar lo que está roto en Estados Unidos. Podemos restaurar el sentido de confianza mutua y de empatía; podemos restaurar esa fe que compartimos acerca de nuestra humanidad común, reconociendo la dignidad de aquellos que son diferentes a nosotros.
El amor es el único camino para seguir adelante en Estados Unidos. Y somos nosotros quienes debemos mostrarle el camino a nuestra nación. El odio nunca puede convertir a quien odia. Solo lo puede hacer el amor.
El amor cristiano no es débil o blando. El amor cristiano implica trabajar por el bien del otro. Implica hablar con aquellos que no están de acuerdo con nosotros, tratarlos con amabilidad y respeto, tratar de ver las cosas a través de sus ojos.
¡Mañana es el cumpleaños de nuestra Santísima Madre María! Qué hermoso regalo le daríamos, si cada uno de nosotros empezara a rezar un Rosario todos los días, por la sanación de nuestro país y pidiendo la transformación de nuestro corazón y del corazón de nuestro prójimo.
¡Podemos hacerlo! Incluso una sola “Ave María” o un “Memorare”, rezados todos los días. En su oración, pidan por el amor, pidan por el valor para amar.
Y pidámosle hoy a nuestra Santísima Madre que interceda por Estados Unidos. Que ella ayude a nuestra nación a ver que todos somos hijos de Dios, que todos fuimos creados para vivir juntos como hermanos y hermanas. Amén.