Cada mañana al escuchar el silencio de la mañana, cada segundo en que vuelves a escuchar el palpitar de tu corazón, cada momento de de rodillas es un regalo del amor que Dios te tiene. No siempre lo comprendemos así. Las Sagradas Escrituras nos dicen que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos”. (Hechos 17, 28) Dios sustenta nuestras vidas. Es un tesoro que se nos da. Nuestra vida humana es un regalo.
En los últimos días he visto mucha gente llorar. Pero viene a mi memoria especialmente una mujer que sufre mucho desde que es niña. Es una mujer que ha amado profundamente a Nuestro Señor Jesucristo y que también en algunos momentos de su vida se ha extraviado. Como muchos de nosotros, se ha perdido y vuelve a Dios, como el hijo pródigo. Esta es un parábola en la que todos deberíamos meditar con frecuencia…..
Alguien podría pensar que es la voluntad propia, esto de volver al Señor. Pero en realidad, es el puro regalo de su Gracia, Amor y Misericordia para esa alma; y es que Dios desde la Eternidad ha tenido un propósito para cada uno, una gran deseo de amor.
Esta mujer que está de vuelta, más comprometida que nunca dentro del Corazón Dulcísimo y Amantísimo de Jesús está teniendo simultáneamente la más profunda experiencia de sufrimiento y dolor.
Dolor del corazón … lo más íntimo de la persona, el corazón que está hecho para amar, en primer lugar para amar a Dios…. pero que muchas veces debido a las diferentes experiencias de la vida puede llegar a quedarse profundamente dormido, o puede cerrarse sobre sí mismo y seguir palpitando simplemente para sobrevivir… pues no sabe ciertamente el alma como actuar ni que esperar cuando ha dejado de orar o simplemente cuando no ora, cuando no conoce en verdad que su corazón está hecho para ello: hablar con Dios.
Le pregunte a esta hermosa mujer: ¿Tienes bastante fe en la eficacia de la oración? Sólo la oración puede arrojar luces que expliquen de alguna manera que es lo que Dios podrá estar haciendo o pidiendo a una persona en particular. Por eso, en las pruebas, especialmente aquellas que no pueden comprenderse con la razón hay que vivirlas a la luz de la fe y llenarse de amor, aceptación y paciencia para rendirse. Sufrirlo todo, y buscar con más intensidad al Salvador.
Estas pruebas permiten, si el alma es humilde acercarse al corazón del Señor; conocer la pasión verdadera que siente por ti, por mí. Conocer Su Amor de forma más sobrenatural y confiada y así ir desatando nudos interiores, desprendiéndose de todo y de todos para poder verdaderamente pertenecerle sólo a Él y acompañarle, servirle y amarlo como Él desea ser amado.
En momentos de agonía del corazón, en los que se siente por primera vez que una espada lo atraviesa, es sólo Dios en la persona de Jesucristo quien puede levantar al alma y consolarla, quien puede purificarla de todo aquello que no la acerca a Él.
Por eso, el sufrimiento, la llegada de una cruz inesperada, no buscada representa una ocasión para la purificación del propio corazón; para conocerse y conocerle; para dejar de ser egoísta. En momentos así se puede volver la mirada a contemplar el rezo del Vía crucis para poder meterse también en el dolor de Jesús, en los momentos de su pasión, cuando su corazón estaba asustado, con miedo y agonizante. Entonces es oportunidad, nuestro dolor para comprender todo lo que El sufrió por ti y por mí, por su gran amor hacia cada uno.
Dios, aunque el alma en ese momento no comprenda nada, quiere llevarla más alto en la escalera espiritual; quiere ir hacia uno unión más íntima con ella. Quiere amarla de una forma más exclusiva, más dulce y más intensa.
La verdad es que Él quiere hacer esto con todas aquellas almas que se dejan, que están dispuestas, que quieren conocer Su Amor, pues cuando llega la cruz hay momentos en que ese sufrimiento es casi insoportable y es sólo la fe absoluta en este Dios y la perseverancia en la oración lo que la hará no claudicar a la experiencia. ¿Y a dónde se ora a Dios? Ya lo hemos dicho, ahí en el corazón, centro de tu ser, donde la voluntad elige y ama lo que quiere de una manera absoluta y por encima de todo… por eso sufrir es volver la mirada al corazón de Jesús y en medio de tu propio e intenso dolor repetir: “corazón en la cruz, corazón en la cruz, corazón en la cruz”(Escriva de Balaguer) y ese Corazón se alegrará tanto que te acuerdes de El y quieras sufrir con El, entonces te regalará la paz y la alegría.