Por decisión del presidente Alberto Fernández la Argentina, el país del Papa Francisco, está debatiendo una ley para legalizar y liberalizar el aborto, a dos años de que el Congreso rechazara una propuesta similar.

El 11 de diciembre la cámara de Diputados, como era esperado, dio media sanción a un proyecto que permite a adolescentes de 15 años realizarse un aborto sin la autorización —o acompanamiento- de los padres.

El argumento de quienes proponen el aborto en la Argentina es que este es un crimen que se da en clínicas clandestinas, y que de legalizarse, podría salvarse la vida de miles de mujeres. Sin embargo, se sabe que en este país mueren mas mujeres dando a luz que por un aborto inducido.

En un intento de que el proyecto se convierta en ley, a último momento quienes lo proponen incluyeron la objeción de conciencia institucional, pero es responsabilidad de los centros de salud privados que rechacen la práctica—la amplia mayoría, según estudios locales—hacerse cargo de los gastos de traslado de la paciente.

Se espera que, de poder garantizar una mayoría que al momento Fernández no tiene, el Senado vote el proyecto dentro de la octava de Navidad, es decir, entre el 26 y 29 de diciembre, antes del receso estival. El aborto es un tema absolutamente divisivo en la Argentina, y los legisladores tienen libertad por parte de sus partidos para decidir.

Una demostración prolife ante el Congreso Argentino, 28 de noviembre de 2020. Crédito: Faro Films.

Sin embargo, cuanto mas lejos se encuentren las provincias que los senadores representan de la ciudad de Buenos Aires, mas crece la oposición al aborto entre los ciudadanos. Pero, por otro lado, más crece la dependencia de los gobiernos locales del aporte del gobierno nacional.

A Fernández legalizar el aborto le permitiría cumplir una promesa de campaña, por lo que aquellos que se oponen—el 60 por ciento de los argentinos, según la última encuesta, una cifra mayor incluso que la del 2018- sabían el que debate tendría lugar.

Pero fue el propio presidente que en marzo les pidió a sus compatriotas que se encerraran en sus casas para detener el avance del COVID-19 porque “una vida que se pierde no se recupera, pero la economía si,” quien insistió que mientras el mundo atraviesa una pandemia que causó la muerte de más de 1.6 millones de personas, no es el momento de debatir esta ley.

Pero ante un año que fue peor de lo esperado, en el que la Argentina tuvo la cuarentena más larga del mundo-superando los 200 días—, en el que la pobreza creció hasta alcanzar casi al 60 por ciento de la población, en el que sus propias filas ocuparon ilegalmente terrenos atentando contra la propiedad privada, y en el que la inflación fue la segunda más alta del mundo, precedida solo por la de Venezuela, Fernández necesita una “victoria.”

A su vez, el proyecto se debate, una vez más, mientras Argentina negocia casi desesperadamente con el Fondo Monetario Internacional. Esta superposición, muchos indican, no es una coincidencia. Entre los que piensan así se encuentra el sacerdote Pepe di Paola, conocido por ser miembro del grupo de los “curas villeros,” que viven y realizan su ministerio en las chabolas de Buenos Aires.

Durante su exposición ante la Cámara de Diputados, afirmo que el debate por la legalización del aborto responde a intereses internacionales y no a la voluntad del pueblo, nombrando específicamente al FMI, como lo había hecho en el 2018. Di Paola es una de las personas con la que el Estado espera dialogar en caso de que estalle la situación social en la Argentina, donde la “calle,” es decir, la protesta social, tiene una enorme injerencia en la política.

Aunque no reconocido abiertamente por el FMI, si hay abundante evidencia de injerencias internacionales en la legalización del aborto en el pais del líder de la Iglesia Católica. Por nombrar un ejemplo de los muchos disponibles, la noche posterior al ingreso del proyecto en el Congreso, el Cabildo de Buenos Aires—símbolo de la independencia argentina—y el Ministerio de Salud fueron iluminados de verde, el color pro-aborto, por Amnesty International, una organización que defiende la vida, la libertad y la integridad física de todo tipo de personas, incluidos terroristas y narcotraficantes con el argumento de que tienen derecho a un juicio justo.

Paradójicamente, las personas no nacidas no tienen los mismos derechos para Amnesty International.

Esta misma ONG, cuando el debate se debatió en el 2018, invirtió cientos de miles de dólares para publicar un aviso de una pagina entera en la contratapa de The New York Times advirtiendo a los políticos argentinos que estaban siendo “observados.”

El motivo de esta presión, que el papa considera “colonización ideológica,” es relativamente simple: si logran legalizar el aborto en el país del primer pontífice latinoamericano, podrían generar un “efecto dominó” en el resto de los países, de mayoría catolica y conservadores en estas cuestiones.

El Papa Francisco, quien suele mantenerse alejado de la política argentina, y que de hecho ha rechazado encuentros y comunicaciones con ex presidentes para evitar ser utilizado políticamente, intervino en el debate al menos tres veces en el último mes, algo que no había hecho en el 2018.

Los mensajes fueron claros y contundentes, como lo fueron sus interlocutores: un grupo de madres de las villas miseria de Buenos Aires, que le habían pedido que fuera su voz en el debate ya que el gobierno las ignoraba al presionar para que el aborto sea “legal, seguro y gratuito,” con la carta entregada a traves de una diputada del Pro, el partido opositor a Fernández , el padre Di Paola y un grupo de ex-alumnos de su época como profesor de colegio secundario.

Palabras más, palabras menos, el mensaje fue siempre el mismo: el aborto no es una cuestión religiosa, sino científica que antecede cualquier credo. El aborto es un asesinato. Y el profesional de la salud que se presta para realizar abortos es un asesino a sueldo.

Según fuentes dentro de la conferencia episcopal argentina, el Papa Francisco decidió intervenir en el debate, en gran medida, porque Fernández y su entorno lo incluyen cada vez que pueden. Al menos una vez por semana en los últimos meses, el presidente hablo sobre el tema, y dijo frases como “espero que el Papa Francisco no se enoje conmigo,” o “yo soy católico, pero estoy resolviendo un problema de salud publica,” o “soy un católico que no cree que el aborto es un pecado.”

En varias oportunidades trajo también a colación a San Agustin y Santo Tomas, argumentando que ellos tampoco veían al aborto como “un crimen tan serio,” porque con una ciencia mucho mas rudimentaria y sin accesos al ecografía, no estaban seguros de en que momento entra el alma en la persona.

Esta actitud desencadenó no sólo la reacción del papa, sino también la de los obispos argentinos, que en esta oportunidad estuvieron mucho más activos en el debate, con comunicados, entrevistas, reuniones y llamados a los senadores indecisos, y también mediante varios gestos, incluidas jornadas de ayuno y oración en defensa de la vida no nacida.

Es aún incierto si el debate se dará en el Senado antes de fin de año, pero lo claro es que Fernández, quien se considera abanderado de la legalización del aborto en la Argentina, continuará intentando aprobarlo, como quien tira una moneda repetidas veces hasta que salga “ceca.”

Mientras tanto, la Iglesia Católica y todo el movimiento pro-vida de la Argentina continuarán trabajando para que se protejan las dos vidas: la de la madre gestante y la del niño por nacer.