Tuve el gusto de darle inicio a la Semana de las Escuelas Católicas (del 29 de enero al 4 de febrero) al celebrar la Misa para conmemorar el 100 aniversario de la Escuela Inmaculado Corazón de María en el este de Hollywood.
Esto nos recuerda el perdurable legado de nuestro ministerio de educación aquí en Los Ángeles. Esta escuela, que fue fundada por las Hermanas del Inmaculado Corazón de María y fue luego administrada durante muchos años por las Hermanas Religiosas de la Caridad, sigue prosperando hasta el día de hoy.
Además de ofrecer un nivel académico de primer nivel y una buena formación religiosa, la escuela cuenta con un coro de niños de fama mundial que se ha presentado en el Carnegie Hall y ante el Papa Francisco.
¡Y ésta es tan solo una de nuestras escuelas!
Nosotros tenemos a nuestro cargo el sistema escolar católico más grande de la nación, con 254 escuelas que atienden a aproximadamente 67,400 estudiantes. Y tengo el gusto de informarles que nuestra cantidad de inscripciones ha aumentado nuevamente este año. Durante los últimos dos años, las inscripciones han subido en más del 4%.
Y, lo que es más importante, el rendimiento académico de nuestros estudiantes sigue siendo excelente, incluso con los desafíos que hemos tenido que enfrentar a causa de la pandemia durante estos últimos años.
Nuestras escuelas son una luz de esperanza y estamos cambiando vidas y cada día alentando a la gente. Cerca del 70% de nuestros estudiantes provienen de familias de bajos ingresos.
La educación sigue siendo el factor individual más importante para ayudar a la gente a ascender en nuestra sociedad, abriéndoles oportunidades económicas y ofreciéndoles un medio para salir de la pobreza.
Muchos de nuestros estudiantes han llegado a ser los primeros de sus familias en asistir a la universidad y en graduarse de ella. Y muchos regresan a casa para convertirse en líderes dentro de sus comunidades.
Siento una gran admiración por nuestros directores, profesores y familias, y por los muchos benefactores y órdenes religiosas que ofrecen su respaldo y hacen posible esta educación.
Nuestra Fundación de Educación Católica desempeña un papel esencial. El año pasado, la fundación proporcionó 16 millones de dólares en asistencia para la colegiatura de más de 12,000 estudiantes de 200 escuelas.
Pero hay miles de familias más que están en espera de poder enviar a sus hijos a escuelas católicas y lo harían, si tan solo pudieran pagar la colegiatura. Yo sigo teniendo el sueño de hacer posible una educación católica para cada niño.
La educación católica es un hermoso don.
Porque lo que los estudiantes aprenden en las escuelas católicas va más allá de aprender a leer y a escribir, de estudiar ciencias y matemáticas. Todas esas materias son importantes y nosotros nos esforzamos por ofrecerle a cada estudiante una educación excelente y completa.
Pero la educación católica es “católica”. Eso quiere decir que forma parte de la misión que Jesús le dio a su Iglesia hace 2000 años.
Recordemos que, antes de ascender al cielo, Jesús les ordenó a sus discípulos que predicaran el Evangelio hasta los confines de la tierra y que hicieran discípulos de todas las naciones. También nos ordenó que le enseñáramos a la gente a observar todo lo que Él ordenó.
Jesús envió a su Iglesia, no solo a predicar sino también a enseñar.
Cuando leemos los Evangelios, vemos una y otra vez, cómo Jesús estaba “enseñando” en las sinagogas, en las calles, en los hogares de la gente. A Jesús, los discípulos lo llamaban “maestro”.
Y Él sigue enseñando a través de nuestras escuelas católicas.
Nuestra fe católica va más allá de las emociones y los sentimientos. Nuestra fe tiene un contenido, una verdad. Y esa verdad tiene un nombre: Jesús.
El propósito más profundo de la educación católica es el de ayudar a nuestros jóvenes a conocer a Jesús. Porque cuando llegamos a conocerlo, nos encontramos con el Dios vivo.
Cuando nos encontramos con Jesús, encontramos las respuestas a las preguntas que brotan de nuestro corazón: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo y adónde voy? ¿Para qué debería vivir? ¿Qué es una buena vida y por qué debería yo querer ser una buena persona? ¿Qué es lo que Dios quiere de mí? ¿Qué camino debería yo seguir para encontrar la felicidad?
La educación católica empieza en Jesús y en la verdad que Él revela en su Evangelio. Jesús no nos enseña la ciencia o la gramática. Él no nos enseña cómo especializarnos en una profesión determinada ni cómo usar la tecnología.
Jesús nos instruye sobre algo más fundamental. Nos hace ver que el mundo tiene un orden, un propósito y un designio. Y Jesús nos hace ver que ustedes y yo fuimos creados para cosas más importantes, que todos fuimos creados para el amor, la santidad y la gloria.
Jesús nos enseña que Dios tiene el plan ideal para nuestra vida, que cada uno de nosotros es un hijo de Dios, que fue creado para amarlo y servirlo y para servir en el amor a nuestros hermanos y hermanas.
Cuando seamos conscientes de eso, podemos considerarnos ya verdaderamente educados.
Oren por mí y yo oraré por ustedes.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que ella conserve a nuestros jóvenes siempre cerca de Jesús para que Él les enseñe el camino de la felicidad y del cielo.