La única respuesta ética y práctica a la pandemia de coronavirus es la solidaridad, no la competencia -- incluso en lo que respecta a las vacunas -- manifestó un sacerdote que trabaja en la Comisión COVID-19 del Vaticano.
La necesidad de desarrollar y distribuir ampliamente vacunas contra el coronavirus es el ejemplo perfecto de cómo priorizar la solidaridad sirve al bien común, una lección que la enseñanza social católica ha estado promoviendo durante décadas, expresó el padre Augusto Zampini, secretario adjunto del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral y miembro de la dirección de la comisión.
Recibir la vacuna "no es una competencia, porque si llego primero y el otro no, no funciona", dijo el padre Zampini, señalando que la mayoría de los científicos coinciden en que, para proteger a todos, al menos el 70 por ciento de la población necesitaría ser vacunado o haber tenido COVID-19 y recuperarse.
La propagación mundial de la pandemia ha demostrado la necesidad de una vacunación mundial, continuó. No basta con que unos pocos países ricos vacunen al 70 por ciento de su población porque el virus no se detiene en las fronteras.
"Si una persona no está a salvo, nadie está a salvo", declaró el padre Zampini.
Incluso si las vacunas son caras, agregó, aun así, son la forma más rentable de poner fin a la pandemia y a los miles de millones de dólares que le está costando al mundo en atención médica, pérdida de empleos, desaceleración de la producción, y otras consecuencias económicas.
El Vaticano, dijo el padre Zampini, está pidiendo el acceso universal a las vacunas con un énfasis especial en la vacunación de los pobres, ancianos, migrantes, y otras poblaciones vulnerables que a menudo quedan fuera de los programas de salud pública "porque este es un caso en el que, si no vacunamos a todos, no funcionará".
El papa, la Comisión COVID-19 del Vaticano, la Secretaría de Estado del Vaticano y sus representantes, Cáritas Internationalis, y la Academia Pontificia para la Vida también han estado pidiendo una flexibilización de las protecciones de patentes para que las vacunas COVID-19 aprobadas internacionalmente se puedan fabricar a menor costo en múltiples instalaciones alrededor del mundo, y así poder ser entregadas rápidamente a poblaciones cercanas.
Las patentes son necesarias para motivar y recompensar la investigación, la innovación, la creatividad y la inversión, dijo el padre Zampini, "pero ahora lo que necesitamos es una innovación urgente para el bien común".
El padre Zampini también dijo que, si la mayor parte del dinero invertido en el desarrollo de la vacuna "es dinero público", lo cual lo es, entonces la vacuna debe considerarse "un bien público" y no simplemente un producto para vender.
El mundo ha experimentado pandemias antes, "pero nunca una como esta que afectó tanto a todos los países del mundo y a todas las personas del planeta", dijo. Los derechos de propiedad deben protegerse, pero la comunidad internacional también tiene otros bienes que proteger: la vida y la salud de su gente, en primer lugar.
Sin embargo, el objetivo de la Comisión COVID-19 del Vaticano no es simplemente "la vacunación para todos", expresó. "El objetivo es un planeta más saludable, donde podamos tener personas e instituciones saludables".
La pandemia "es una crisis muy grave relacionada con la salud pública, la geopolítica, la economía, el empleo, el cambio climático", la educación y más, dijo el padre Zampini.
La comisión, que está en constante diálogo con expertos en salud, diócesis, y órdenes religiosas de todo el mundo, también está tratando de ayudar desarrollando material educativo que explique el coronavirus y las vacunas, incluido el juicio de la Iglesia Católica sobre la moralidad de su producción, agregó.
Con la confianza de las comunidades locales y sus vastas redes locales, dijo el padre Zampini, los líderes y organizaciones católicos y otros religiosos tienen un papel importante que desempeñar para aliviar los temores y convencer a las personas de que vacunarse es bueno para ellos y para sus vecinos.