Los papas han sido sistemáticamente más amables con Dante de lo que Dante lo fue con los papas.
Él puso a algunos soberanos pontífices en las alturas del cielo y a otros los retrató en el purgatorio, saldando ahí, agradecidos, sus pecados. Sin embargo, el autor consignó a no pocos, a las profundidades del infierno, donde pareció deleitarse describiendo sus tormentos.
De hecho, a muchos de los papas de la vida de Dante les fue mal en esa otra vida que él imaginaba. Y por boca de uno de los condenados, el poeta aventuró incluso una profecía de que el Papa reinante pronto se uniría con aquellos de sus predecesores de peor reputación, en el eterno Lugar de Castigo.
Sin embargo, a cambio de ello, los papas posteriores sólo le han dirigido elogios.
A fines del siglo XIX, el Papa León XIII le rindió homenaje, y de igual modo lo hizo su sucesor inmediato, el Papa Pío X. Pero en 1921, el Papa Benedicto XV dedicó una encíclica —la segunda expresión docente más elevada de la autoridad papal— a Dante, dirigiéndola a los “profesores y estudiantes de literatura y aprendizaje del mundo católico”.
Dante, escribió el Papa Benedicto, ocupa el primer lugar “entre la multitud de genios célebres de los que puede jactarse la fe católica, que han dejado frutos eternos en la literatura y el arte”. El Papa Benedicto no relativizó la declaración. No evadió el tema. De hecho, redobló el elogio, argumentando que “el mundo entero”, no sólo Italia, debe “rendirle honor a esa noble figura, que es orgullo y gloria de la humanidad”.
Los papas posteriores siguieron su ejemplo. En el año 1965, al final del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI dedicó a Dante la extensa carta apostólica “Altissimi Cantus” (Para el VII Centenario del nacimiento de Dante Alighieri), a quien llamó “el señor del altísimo canto”.
En nombre de la Iglesia, el Papa Pablo, elogió no solamente el arte del poeta, sino también su virtud. La Iglesia, dijo, “coloca a Dante entre los ilustres, los que se revisten de valor y prudencia, que componen poemas, siguiendo las leyes del arte, y que aman la belleza”.
No debería, pues, causar sorpresa que el Papa Juan Pablo II —él mismo un poeta— aludiera a Dante como fuente doctrinal, citando el Paradiso en su carta apostólica sobre el rosario, emitida en 2005.
El Papa Benedicto XVI, por su parte, pronunció un discurso en 2006 en el cual utilizó “La Divina Comedia” como clave para entender su primera encíclica, “Deus Caritas Est” (“Dios es amor”). Su texto abarcó los misterios centrales de la fe —Trinidad, Encarnación, caridad— y los iluminó con las intuiciones de Dante.
El reinado del Papa Francisco coincide con el séptimo centenario de la muerte del poeta, y el Pontífice ha respondido a ello con dos declaraciones sustanciales: un mensaje dirigido al Pontificio Consejo de la Cultura en 2015 y la carta apostólica “Candor Lucis Aeternae” (“Resplandor de la luz eterna”), emitida este año. El Papa Francisco incluso citó a Dante en su carta encíclica “Laudato Si” (“Alabado seas”).
En su carta más reciente él alienta a los católicos a leer al maestro, a quien llamó “profeta de esperanza y testigo de la sed de infinito ínsita en el corazón del hombre”. Dante, declaró el Papa, “nos puede ayudar a avanzar con serenidad y valentía en la peregrinación de la vida y de la fe que todos estamos llamados a realizar, hasta que nuestro corazón encuentre la verdadera paz y la verdadera alegría, hasta que lleguemos al fin último de toda la humanidad, ‘el amor que mueve el sol y las demás estrellas’ ”.