ROMA - El nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo, asumió la presidencia el 28 de julio en presencia de un enviado de la Casa Blanca y de varios líderes latinoamericanos, así como del rey de España, país del que Perú obtuvo su independencia hace 200 años.
Aunque se ha descrito como católico y devoto de la Virgen María, su partido, "Perú Libre", es marxista. Durante la campaña, varios obispos tuvieron que reiterar que la Iglesia católica local no le apoyaba ni a él ni a su oponente, Keiko Fujimori, principalmente porque los líderes de la Iglesia deben mantenerse alejados de la política partidista, pero también porque el marxismo es una ideología atea.
Castillo, ex maestro rural que ocupa un cargo público por primera vez en su vida a los 51 años, ha prometido gobernar "para el pueblo y con el pueblo". Pero se enfrentará a un Congreso profundamente dividido, reflejo del hecho de que ahora es el líder de un país profundamente dividido.
Aunque ganó las elecciones por un estrecho margen de unos 40.000 votos, sus primeras palabras fueron de división y no de unidad: Utilizó su discurso de investidura para condenar los tres siglos de influencia española en Perú, diciendo que Europa se desarrolló gracias a los minerales extraídos de América Latina con la sangre y el sudor "de nuestros abuelos".
"Este país se fundó con el sudor de mis antepasados. La historia de este Perú silenciado es también mi historia", dijo.
Aunque el discurso incluyó muchas promesas -y sutiles amenazas-, ésta en particular pone en aprietos a los obispos católicos de Perú: Aunque se calcula que entre el 80% y el 90% de la población es católica, los 51 pueblos indígenas del país representan el 45% de la población total.
Al igual que sus colegas obispos de toda Sudamérica, los obispos de Perú ya tienen que navegar por la conflictiva relación de su país con el legado español de la evangelización, y no sin razón: Aunque es injusto afirmar que la Iglesia católica lo hizo todo mal -ya que muchos historiadores llevan tiempo afirmando que sin los jesuitas, franciscanos y dominicos es posible que no hubieses quedad pueblos indígenas-, tampoco se puede decir que lo hiciera todo bien.
Durante su visita en 2015 a Bolivia -un país que comparte gran parte de la historia de Perú- el papa Francisco reconoció directamente la tensión: "Lo digo con pesar: Se cometieron muchos pecados graves contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios."
Y añadió: "Pido humildemente perdón, no sólo por la ofensa de la propia Iglesia, sino también por los crímenes cometidos contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América."
Pero, por otra parte, el tejido social de América Latina ha estado durante mucho tiempo estrechamente entrelazado con la Iglesia católica: Miles de hospitales, escuelas, comedores sociales y centros de rehabilitación no existirían sin la Iglesia, dejando a millones de personas sin acceso a la sanidad y la educación. Más recientemente, los católicos han desempeñado un papel clave en la protección del medio ambiente y de la región amazónica. Durante años, la Iglesia ha sido la voz más fuerte en la crítica del orden económico mundial por anteponer los márgenes de ganancia a las personas.
De ahí la histórica cuerda floja que los obispos y los políticos locales llevan recorriendo desde hace décadas en Perú, pero también en la Venezuela de Nicolás Maduro; en el México del centroizquierdista Andrés Manuel López Obrador; y en la Bolivia del antiguo activista cocalero Evo Morales. Los políticos siguen atacando a la Iglesia por los errores del pasado, mientras la institución se posiciona no sólo como fuente de fortaleza espiritual, sino incluso como refugio y defensora de los pobres y desposeídos del continente.
Los obispos de Perú, Colombia y México tienen una sombra añadida: el papel que tienen los antiguos guerrilleros -y los miembros activos del crimen organizado- en la política nacional. En el caso de Perú, el Congreso cuenta ahora con siete partidarios de Castillo que son antiguos miembros de "Sendero Luminoso", un partido comunista revolucionario y antiguo movimiento guerrillero que tuvo como objetivo al clero durante su periodo más violento, matando a varios sacerdotes y religiosos.
En su primera entrevista tras la toma de posesión de Castillo, el arzobispo Miguel Cabrejos, presidente de la conferencia episcopal peruana, advirtió que "quien ama su sueño político más que el propio país acabará destruyéndolo; ama su opción personal más que el bien común".
"El Perú está dividido, pero no ganamos nada con defender mi sueño personal en lugar del sueño común. Necesitamos crear puentes sinceros de fraternidad y solidaridad. Debemos construir, no destruir", dijo.
En cuanto a la superación de la polarización y el fortalecimiento de la integridad de las personas, Monseñor Cabrejos dijo que "la Iglesia juega un papel importante a través de las obras sociales. Debemos seguir construyendo, especialmente para los más pobres, las mujeres y los niños".
Más allá de las diferencias ideológicas entre los obispos católicos y Castillo, el presidente puede esperar que la jerarquía local no sólo llame al diálogo, sino que muestre un afán por sentarse a la mesa. Sin embargo, también debe saber que no se quedarán al margen y que alzarán su voz mediante entrevistas o declaraciones cuando lo consideren necesario.
Si algo puede esperar Castillo de los obispos peruanos es que no le darán un pase libre por ser un recién llegado a la política, ni le ofrecerán apoyo a menos que empiece a presentar una visión sanadora para el futuro, en lugar de una visión herida del pasado.