Como los discípulos, que experimentaron la divina misericordia de Jesús después de la resurrección, todos los cristianos están llamados a convertirse en misioneros, compartiendo el Evangelio del amor y la misericordia de Dios con los demás, expresó el papa Francisco.

"Hoy Jesús también nos dice: '¡La paz sea contigo! Tú eres precioso ante mis ojos. ¡La paz sea contigo! Tú eres importante para mí. ¡La paz sea contigo! Tienes una misión. Nadie puede ocupar tu lugar. Tú eres irreemplazable. Y yo creo en ti'", dijo el Santo Padre el 11 de abril.

El domingo pasado, el Santo Pontífice celebró la Misa de la Divina Misericordia en la Iglesia del Espíritu Santo de Roma, localizada a solo una manzana de la Plaza de San Pedro. La iglesia es el Santuario de la Divina Misericordia de Roma, una devoción iniciada por Santa Faustina Kowalska y promovida por San Juan Pablo II.

Debido a las restricciones de COVID-19, menos de 100 personas estuvieron presentes en la misa, con máscaras y sentadas solo dos personas por banco, excepto si eran miembros de la misma familia.

Al final de la misa, el papa Francisco agradeció a los invitados: enfermeras y médicos del hospital de al lado, refugiados, personas con discapacidad, sacerdotes que sirven como "misioneros de la misericordia", reclusos de varios institutos correccionales, y representantes del servicio de protección civil de Italia. El papa les dijo que representan "realidades donde la misericordia se concreta, se acerca y sirve a los que están en dificultad".

En su homilía en la misa, el Santo Padre se centró en cómo, antes de la resurrección, los discípulos malinterpretaron gran parte de lo que dijo Jesús y cómo lo abandonaron e incluso lo negaron en la hora de su pasión y muerte.

Sin embargo, cuando los discípulos deambulan atemorizados en aquella habitación cerrada, señaló, el Señor resucitado se les aparece y "los levanta con su misericordia".

"Habiendo recibido esa misericordia, se vuelven misericordiosos a su vez", sostuvo el papa. "Es muy difícil ser misericordioso si no se te ha mostrado misericordia".

Diciendo: "La paz sea con ustedes", Jesús tranquiliza sus corazones atribulados y perdona sus faltas, acotó, elevándolos y llenándolos del valor que necesitan para ser sus testigos.

"Los discípulos eran culpables; habían huido, habían abandonado al maestro", afirmó el Sumo Pontífice. "El pecado trae tormento; el mal tiene su precio. Nuestro pecado, como dice el salmista, está siempre ante nosotros".

"Como aquellos discípulos, tenemos que dejarnos perdonar", señaló el papa. "Pidamos la gracia de aceptar ese don, de abrazar el sacramento del perdón. Y comprender que la confesión no se trata de nosotros mismos y nuestros pecados, sino de Dios y su misericordia".

"No confesamos para abatirnos, sino para ser levantados", continuó, y "nosotros -- todos -- necesitamos esto con urgencia".

Hablándoles a los sacerdotes, el papa Francisco dijo que cada vez que escuchen la confesión de alguien, "deben transmitir la dulzura de la misericordia . . . la dulzura de Jesús, que perdona todo. Dios perdona todo".

Cuando Jesús mostró a los discípulos las heridas de su crucifixión, dijo el papa, no solo estaba probando que había resucitado, sino que también les permitió ver y tocar "el hecho de que Dios nos ha amado hasta el final. Él ha hecho nuestras heridas suyas y lleva nuestras debilidades en su propio cuerpo".

Los católicos de hoy, dijo, deben preguntarse si muestran a los demás la misericordia que Dios les ha mostrado y si alimentan a los hambrientos como Jesús los alimenta en la Eucaristía.

"No nos quedemos indiferentes", dijo el papa Francisco. "No vivamos una fe unidireccional, una fe que recibe, pero no da, una fe que acepta el don, pero no lo da a cambio".