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Nada es coincidencia: lo que los cristianos pueden aprender de la tierra en la que resucitó Jesús

Durante el tiempo que pasó en la Tierra, Jesús de Nazaret creció, trabajó y predicó en una región del Medio Oriente que hoy llamamos “Tierra Santa”.

Pero otro nombre con el que a veces se conoce al Israel actual es el “Quinto Evangelio”. Como podrá decirle todo cristiano que haya hecho una peregrinación a Israel, la tierra misma de Jesús habla casi tan elocuentemente de él como lo hacen los otros cuatro Evangelios. Sus antiguas ciudades, ruinas, templos y sitios notables nos ayudan a conocer mejor a Jesús como persona: la fe y cultura judías que tuvo, sus milagros y sus propias palabras.

Uno de esos lugares es el Monte de las Bienaventuranzas desde donde se domina el Mar de Galilea. Hoy, ese sitio alberga el Seminario Redemptoris Mater, de Galilea, en el cual se está formando y recibiendo educación la siguiente generación de sacerdotes católicos para Tierra Santa.

Si hay alguien que conozca bien el Quinto Evangelio, es el rector del seminario, el padre Francesco Voltaggio. El padre es originario de Roma y autor de varios libros sobre la cultura judía de la época de Jesús.

Padre, Usted ha vivido en Israel durante más de 20 años y ha escrito mucho sobre las raíces judías de nuestra fe. ¿Cuál ha sido el mayor descubrimiento o revelación que usted, en lo personal, ha obtenido al vivir y estudiar allí?

A mí me ha permitido redescubrir las fuentes de nuestra fe, no sólo a través de los libros, sino también a través del contacto vivo con el pueblo judío, con sus fiestas y tradiciones. Esto se ha dado por medio del contacto con las iglesias árabes orientales, y, especialmente, a través de la familiaridad con los lugares santos de nuestra fe.

¿Qué tan importante es la geografía para entender a Jesús y su misión?

No se puede comprender completamente la mayoría de los eventos de la vida de Jesús sin tener conocimiento de los lugares donde ocurrieron.

Un buen ejemplo de esto es el bautismo de Jesús. El río Jordán se encuentra en el fondo del Valle del Rift, considerado el corte más profundo, la “herida” más profunda de la superficie de la Tierra. Éste es el lugar en el que Juan aclama a Jesús como aquél que quita los pecados del mundo. Lo cual no es casualidad: Cristo descendió hasta nuestras llagas más profundas, penetrando en los pliegues de la humanidad y ahí tomó sobre sí mismo los pecados del mundo.

Otro ejemplo es el episodio de Zaqueo, que tuvo lugar en Jericó, el pueblo más bajo y muy posiblemente el más antiguo de la Tierra. Aquí Jesús se encuentra con un hombre, Zaqueo, que era bajo de estatura y que había pasado su vida tratando de ascender en la escala social, llegando a ser jefe de recaudadores de impuestos.

Jesús se encuentra con este hombre en este punto bajo, en sentido tanto literal como figurado y, sin embargo, incluso allí se las arregla para ponerse por debajo de él. Zaqueo se había subido a un árbol para ver a Jesús, por lo que Jesús debe literalmente mirar hacia él para encontrarse con los ojos de Zaqueo. Jesús, que es Dios, desciende al punto más bajo de la Tierra para encontrarse con un pecador, Zaqueo, y lo conquista, no sólo no juzgándolo, sino amándolo hasta hacerse más pequeño que él.

El entorno geográfico de la escena mejora nuestra comprensión de este episodio, pero la mayoría de los detalles se pierden para aquellos que ignoran la geografía de Tierra Santa.

Un área del río Jordán cercano al lugar en el que la tradición afirma que Jesús fue bautizado. (Foto P. Davide Meli)

¿Y el origen judío de Jesús? ¿Qué tan importante es?

Mucho. Los peritos se han inclinado —justificadamente—a prestar más atención al contexto grecorromano que al trasfondo judío. Pero la investigación sobre la época del “segundo templo” del judaísmo (de 538 a.C. a 70 d.C.) ha progresado mucho últimamente gracias a importantes descubrimientos tales como el de los rollos del Mar Muerto, pero también gracias a un renovado interés en la literatura rabínica, la cual, aunque fue compilada en una época mucho más tardía, refleja todavía los debates y discusiones que tenían lugar en el tiempo de Jesús.

No podemos pasar por alto el hecho de que los autores de los Evangelios y sus primeros lectores no sólo tenían un conocimiento profundo del Antiguo Testamento y de la liturgia judía, sino que también estaban familiarizados con la interpretación del Antiguo Testamento propagada por la tradición oral. Jesús abordó continuamente estas tradiciones orales, que eran probablemente conocidas por sus discípulos y, por lo tanto, cruciales para una completa comprensión de sus palabras.

¿Puede Ud. darnos un ejemplo de esto?

Piensen en el Sermón de la Montaña. Existe una relación muy estrecha entre el Monte Sinaí, en donde el pueblo de Israel recibió las tablas de la Ley y el Monte de las Bienaventuranzas, en donde Jesús reveló la interpretación suprema de la Torá. Esto puede verse en cada parte de los relatos evangélicos.

Hay algo un tanto extraño en el matiz de una frase que aparece en el principio del episodio en Mateo. En el original griego dice: Jesús “subió a un monte, y cuando se hubo sentado, se le acercaron sus discípulos; abriendo (Él) su boca, los enseñaba, diciendo:”

En la mayoría de las traducciones, esta frase se resume como “subió al monte y se sentó. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así”. Sin embargo, ¿por qué se menciona la boca de Jesús? ¿Y por qué se hace énfasis en que subió a un monte? Pues bien, un judío lo habría entendido de inmediato. A los judíos se les había enseñado que, en el Monte Sinaí, Dios le dio a Moisés no sólo la Torá escrita, sino también su interpretación, la Torá oral, que ellos creían que se le había transmitido a él “de boca a boca”, es decir, de la boca de Dios a la de Moisés. Y Moisés, a su vez, le transmitió esta enseñanza a Josué, que a su vez la pasó más tarde a la asamblea en general, y desde allí se fue transmitiendo a todos los rabinos.

Muchos judíos piensan que al final de esta cadena está el Mesías, el rabino definitivo, el que vendrá y dará la interpretación definitiva de la Torá. Y algunos comentaristas judíos dicen que esta interpretación final será tan hermosa que será designada como una Nueva Torá, como una nueva Ley.

Y, sin embargo, el Sermón de la Montaña parece ser muy diferente de lo que Dios le enseñó a Moisés en el Sinaí. Las bienaventuranzas no parecen mandamientos en lo absoluto.

Por el contrario, cuando Jesús dice “bienaventurados sean”, está diciendo algo que es profundamente congruente con las ideas de los judíos sobre la Torá.

Tendemos a entender los mandamientos, y la Torá en general, como un conjunto de reglas, como una lista de prescripciones. Y, sin embargo, el primero y más importante de los mandamientos afirma: Yo soy el Señor tu Dios, el que te libró de Egipto.

Lo cual no es, en absoluto, un mandato. Entonces, ¿por qué se le llama el primer mandamiento? Los rabinos responden que el primer paso es que Dios se revele a sí mismo, para salvarnos de nuestras esclavitudes, así como liberó al pueblo de Israel. En pocas palabras: para hacernos felices. Sólo cuando Dios se nos ha revelado y nos ha liberado de nuestras esclavitudes, después de habernos hecho “bienaventurados”, podremos nosotros cumplir los mandamientos.

Por eso Jesús empieza diciendo “bienaventurados sean”. Él es el que viene a liberarnos de nuestras esclavitudes, es la máxima manifestación del Dios del Sinaí, que nos hace “bienaventurados”. Sólo una vez que haya hecho esto, podremos nosotros cumplir sus nuevos mandamientos.

Al mirar el Sermón de la Montaña a la luz de la tradición rabínica, se ve que Jesús no aparece como un moralizador o un legislador. Él aparece ahí como el Hijo de Dios, que se hizo hombre para poder darnos su Espíritu Santo y escribir esta ley en nuestros corazones de piedra.

 

Padre Francisco Voltaggio. (Foto tomada de Vatican News)

La manera en la que Ud. lee el Sermón de la Montaña en continuidad con el Antiguo Testamento es sorprendente. Mucha gente tiende a captar este pasaje como presentando una serie de antítesis entre las enseñanzas de Jesús y la Ley judía: “Han oído decir que… pero yo les digo…”

Eso es, nuevamente, porque entendemos mal lo que es la Torá. La Torá, en hebreo, es una enseñanza que contiene, en primer lugar, la historia de la salvación, y ya después, la Ley.

Por supuesto, tanto para los judíos como para los cristianos siempre ha existido la tentación de reducir la Torá a un conjunto de leyes, a un código. Pero San Pablo nunca enseñó que la Torá y la Gracia estuvieran en contradicción. Al contrario, él escribe que la persona de Cristo es el cumplimiento de la Ley. San Pablo se opone a la idea de que podemos ser justificados por cumplir las prescripciones de la Ley, porque considera que nadie puede verdaderamente cumplir la Ley con sus propias fuerzas.

En cuanto a la Ley, la diferencia entre el judaísmo y el cristianismo tiene más que ver con aquello que les permite a los seres humanos llevar realmente a cumplimiento la Ley, más que con las prescripciones concretas en sí mismas. Grandes eruditos judíos como A.J. Heschel dijeron que el hombre tiene que volverse una encarnación de la Torá. Esto es cierto, en un sentido más profundo, en el caso de nosotros, los cristianos, porque el espíritu de santidad que animó la Torá, descendió al corazón de los discípulos en Pentecostés.

Hoy en día, este mismo Espíritu desciende a nuestros corazones a través de la palabra de Dios y de los sacramentos, y nos convertimos así en templo del Espíritu Santo. Jesucristo ha hecho de nosotros templos vivientes, nos hemos convertido en el “sancta sanctorum”. En otras palabras, podría decirse que la diferencia entre el judaísmo y el cristianismo radica en el misterio pascual, sin olvidar ese cumplimiento final del misterio pascual que es la venida del Espíritu Santo.

¿Qué puede aprender hoy la Iglesia de un encuentro con la tradición judía?

Creo que la ganancia más importante sería redescubrir la idea de la iniciación, que fue crucial tanto para el judaísmo como para la Iglesia primitiva.

Para los judíos, fue difícil comunicar completamente y en profundidad el encuentro de 40 días de duración que tuvo Moisés con Dios. Fue algo que les llevó tiempo y fue un proceso gradual. En el Nuevo Testamento, Jesús introduce en su doctrina a los apóstoles, quienes, a su vez, la transmiten a sus discípulos y esto llegará luego a convertirse en el catecumenado, ese camino de iniciación a través del cual la gente se preparaba para recibir el bautismo y era instruida en los misterios.

Creo que el hecho de recuperar la idea de la iniciación cristiana ayudaría mucho a resolver algunos de los desacuerdos actuales entre los llamados liberales y conservadores dentro de la Iglesia.

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Stefano Rebeggiani

Stefano Rebeggiani is an assistant professor of Classics at the University of Southern California.

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