La noche del 23 de Febrero, Emmanuele y María Capretti se juntaron con una comunidad de familias católicas misioneras y otros católicos ucranianos en Kiev.

Como cada miércoles por la noche, rezaron, escucharon la Palabra de Dios, y entonaron salmos. Las portadas de los periódicos y los rumores llevaban semanas alertando de una inminente invasión de Ucrania por parte de Rusia. Las familias suponían que, si la invasión comenzaba, afectaría a la zona oriental del país, sumida ya en los últimos años en un conflicto armado con los separatistas pro-Rusia, antes de golpear Kiev.

Los Capretti, junto con sus cinco hijos (de entre 1 y 7 años de edad) y otro en camino, debían decidir qué hacer frente al dilema que enfrentaba el resto de la nación: quedarse o irse.

El domingo anterior por la mañana, rezando con sus hijos en casa, Emmanuele y María habían encontrado ya una respuesta. El marido abrió la Biblia al azar delante de sus hijos. Su dedo señaló una cita del evangelio de Lucas. Leyó: "Nadie que pone la mano en el arado y mira atrás es apto para el Reino de los Cielos". La familia no lo entendió como una orden, sino como un signo de que Dios estaba con ellos y les invitaba a tomar una decisión con total libertad.

Unas horas después de que los misioneros regresaran a sus hogares aquel miércoles, comenzó la invasión. Para su sorpresa, los ataques llegaron a Kiev casi de inmediato. En la calle comenzaron tiroteos contra supuestos soldados rusos infiltrados, y les siguieron explosiones y sirenas antiaéreas.

Hoy, Emmanuele y María se sienten seguros, y convencidos de la decisión que han tomado de permanecer en el país en el que viven desde 2016.

"Desde que tomamos la decisión de quedarnos en Ucrania, Dios nos ha dado muchos signos, muchas gracias", afirma Emmanuele en una entrevista telefónica.

Después de varios años casados y asentados en Brescia, la ciudad natal de Emmanuele al norte de Italia, la pareja fue enviada oficialmente por el papa Francisco como familia misionera del Camino Neocatecumenal a Kiev, junto con otras jóvenes familias, a petición del obispo católico de Kiev.

Durante los últimos seis años, su misión ha sido solamente una: ser una presencia visible del amor de Dios en la capital ucraniana junto a sus hijos pequeños, viviendo y trabajando como la gente normal. Estas familias se reúnen un par de veces a la semana para celebrar la misa y la liturgia de la Palabra, así como para evangelizar en la calle. Algunas familias ayudan dando catequesis en parroquias y otras con la preparación al matrimonio de parejas jóvenes.

Para los misioneros católicos de Ucrania como los Capretti, una nueva misión ha comenzado.

Se ve humo y llamas durante un bombardeo de las fuerzas rusas en Kiev, Ucrania, el 26 de febrero de 2022. (Foto CNS/Gleb Garanich, Reuters)

Dos días después del comienzo de la invasión rusa, Kiev era atacada. Emmanuele tenía que ir a por comida para su familia. Algunos conocidos que ya habían huido les habían dejado las llaves de sus casas y les habían dado permiso para agarrar lo que necesitaran. Emmanuele quedó asombrado de lo que les habían dejado. "Nunca, nunca hemos tenido tanta comida en casa como aquel día" comentaba entre risas. Ese mismo día, más tarde, escuchó que algunos jugadores de la plantilla del equipo de futbol ucraniano del Shakhtar Donetsk se habían encontrado sin comida, refugiados en un hotel de Kiev.

"Escuchar eso me hizo ver el amor de Dios" decía Emmanuele. "Nos dio de comer cuando no teníamos nada, mientras que otros en este país pasan hambre".

Eso no hizo que la situación en Kiev fuera menos aterradora. El temor a los ataques aéreos de Rusia convirtió la ciudad, como María la describe, en una "ciudad fantasma" envuelta en una oscuridad total durante la noche. La familia cubrió sus ventanas con colchones para protegerse de las posibles explosiones. La noche del primer bombardeo, María les cantaba la Letanía de los Santos a sus hijos para tapar el ruido. Mientras Emmanuele y María pasaban la noche en vela por las explosiones, experimentaron nada menos que un milagro en su tiempo como padres: los niños dormían toda la noche del tirón.

"Ver a los niños siempre contentos y tranquilos en medio de esta situación ha sido una gracia de Dios", dice María. "Hemos visto como Dios nos ha dado una gran paz en todo momento, a pesar del miedo". Unos días después, conforme los ataques sobre Kiev se intensificaban, Emmanuele se fue en la noche a una iglesia para la catequesis semanal. Nadie más apareció, pero sí encontró el coche que otra familia misionera que ya había huido había dejado para que ellos lo usaran. "Salir aquella noche era una locura, dejando a mi mujer y mis hijos solos en casa: una locura absoluta" admitía Emmanuele.

Pero el riesgo mereció la pena. El coche llevó a los Capretti a la estación de tren de la ciudad, donde les esperaba un caos que a Emmanuele le recordaba al de la película "La vida es bella". "Era el pánico total", recordaba. Era el viernes 4 de Marzo. Un mar de gente esperando salir corría hacia las puertas del tren, donde había soldados armados con ametralladoras apostados. Para subir a bordo del tren, la familia tuvo que dejar sus maletas llenas de ropa en la estación. "Fue como si el Señor abriera el Mar Rojo para nosotros ese día," decía Emmanuele.

La familia estuvo las siguientes 12 horas en un vagón abarrotado en dirección a Uzhhorod, una ciudad al oeste, en la frontera con Eslovaquia, lo más lejos posible de la violencia pero sin abandonar Ucrania. El tren atravesó los campos de Ucrania en la más absoluta oscuridad. Los celulares debían estar apagados para evitar ser detectados por las fuerzas enemigas. La familia no tenía nada que comer ni que beber, ni donde sentarse o por dónde moverse. Para aliviar sus necesidades, los pasajeros encontraron un hueco entre dos vagones donde poder hacerlo.

Los niños se durmieron en el suelo y, para asombro de sus padres, no protestaron ni una sola vez. ("Fueron ángeles", decía María, mientras se oía el alboroto de fondo durante la entrevista una semana más tarde.) Un hombre cedió su sitio para que María, embarazada de seis meses, pudiera sentarse. Y una mujer que iba en el tren se ofreció a cargar a su hija de 1 año para que la exhausta pareja pudiera atender las necesidades de sus otros cuatro hijos.

Llegaron a Uzhhorod a las 4 de la mañana del día siguiente, llevando solo sus documentos de viaje. Una semana más tarde, María no podía creer la historia de su odisea. "Todavía no sé como nos metimos en aquel tren."

Foto de un expositor de alimentos vacío en un supermercado cerca de Kiev, tomada por Emmanuele Capretti el 2 de marzo.

En Uzhhorod, se han unido a los Capretti otros misioneros obligados a huir de diferentes partes del país.

Allí, los Capretti continúan viendo la acción de la mano del Señor. Primero fueron acogidos por un seminario local, pero desde entonces una familia ucraniana les ha ofrecido una casa para vivir. Fueron a una iglesia local donde la agencia católica de asistencia, Caritas, había descargado un contenedor de ropa donada para que pudieran elegir.

De momento, continuarán su trabajo junto con los otros misioneros refugiados en su nueva ciudad. Cuando les preguntan por qué no han vuelto a la seguridad y la comodidad de su casa en Brescia, Emmanuele contesta que las bendiciones hablan por sí mismas.

"No vemos que Dios nos esté llamando en este momento a regresar a casa", dice Emmanuele. "¿Que cómo nos sentimos? En paz. Nuestros hijos están contentos. Llegamos aquí sin nada más que lo puesto y ahora tenemos ropa."

Los Capretti seguirán rezando para que la guerra termine, y para que la nación que han aprendido a amar se libre de lo peor. Aun así, Emmanuele teme que, aunque Rusia ceda y se llegue a la paz, Ucrania no vuelva a ser la misma. Mientras algunos ucranianos se han quedado valientemente, muchos de los millones que ya se han marchado han encontrado mejores trabajos y condiciones de vida fuera.

"La cuestión es: ¿Cuántos de aquellos que han dejado el país y están construyendo vidas mejores en otros sitios querrán volver?" dice Emmanuele.

La familia dice que les conforta especialmente el testimonio de otros católicos en Ucrania, entre ellos sacerdotes amigos que se han quedado en Kiev y otras ciudades en conflicto para servir a los católicos que permanecen allí. Y pase lo que pase en el futuro, los Capretti dicen que nada – ni nadie – les podrá quitar los milagros que han visto.

"En todo esto, he visto al Señor como nuestro Padre. Nos ha dado la certeza de que Él es el Padre de nuestros hijos, y de que lleva nuestra historia," dice María.

"La mayor gracia de este tiempo es que el Señor nos ha dado una comunión y una calma que no vienen de nosotros," dice Emmanuele.

"Nunca he visto la acción de Dios en mi vida como la he visto en estos días."