A la edad de 81 años, el Cardenal Gregorio Rosa Chávez sigue siendo el más conocido defensor del legado de su amigo y mentor San Óscar Romero, quien fue asesinado hace 44 años durante la guerra civil de El Salvador y hoy es considerado un ícono de la defensa de la justicia social por la Iglesia Católica.
En 2017, el Papa Francisco sorprendió a los observadores al convertir a Rosa Chávez en el primer cardenal en la historia de El Salvador, a pesar de era en ese momento simplemente un obispo auxiliar. Un año después, declaró a Romero santo, la culminación de un largo y arduo camino por parte de Rosa Chávez.
Mucho ha cambiado en El Salvador desde entonces. En 2019, el país eligió como presidente Nayib Bukele, hasta su campaña ajeno a la política, quien ha utilizado tácticas enérgicas para traer cambios radicales al país una vez conocido como la "capital mundial del asesinato". El más conocido es el "estado de excepción" declarado por Bukele, que ha otorgado al gobierno poderes de emergencia para arrestar y encarcelar a decenas de miles de presuntos miembros de pandillas sin debido proceso.
El resultado es un país casi irreconocible en comparación con hace solo unos años. Las tasas de homicidio se han desplomado, el turismo ha aumentado y ha habido pequeñas señales de mejora en la economía del país —todos factores que contribuyeron a la reelección de Bukele en febrero.
Pero desde entonces, Rosa Chávez ha surgido como el principal crítico de la Iglesia Católica en El Salvador de las medidas de Bukele, argumentando que los medios no justifican los fines: no solo el daño al sistema judicial del país, sino también el encarcelamiento potencial de miles de jóvenes inocentes.
Rosa Chávez visitó Los Ángeles en los días previos al día festivo de Romero el 24 de marzo, donde visitó varias parroquias, incluyendo la Iglesia de Santo Tomás Apóstol en Pico-Union y la Iglesia de San Juan Bautista en Baldwin Park, para pasar tiempo con la comunidad salvadoreña local.
Su Eminencia, ¿qué le trajo a Los Ángeles esta vez?
Para mí esta ciudad es muy importante en la historia de nuestro país. Hoy en día es considerada la segunda ciudad más grande de El Salvador, porque tiene la mayor población de salvadoreños fuera de San Salvador.
Así que quise estar aquí sobre la fiesta de nuestro santo, el 24 de marzo, y estar con la gente. Estuve aquí en 2018 para el Congreso de Educación Religiosa en Anaheim y me gustó mucho compartir eso con la gente.
Siempre hemos estado agradecidos por la ayuda que hemos recibido de la Iglesia aquí. Siempre hemos agradecido cuando, luego del terremoto del 1986 [de magnitud 5,7], llegó un avión lleno de ayuda. Eso nunca lo vamos a olvidar.
Según usted, ¿qué pensaría Óscar Romero sobre la situación de El Salvador y de la iglesia en ese país ahora?
Te voy a contar una anécdota que explica lo que está pasando el día de hoy.
El 24 de marzo del año pasado, al arzobispo Jose Luis Alas me pidió celebrar la misa del día de San Oscar Romero. “Toma tú, no puedo.”
Dije, y si tengo que predicar… ¿qué voy a decir en esa misa? Me costó muchísimo hacer esa homilía. Y sufrí mucho haciendo esa homilía.
Yo pensé en una frase Romero decía: “el pastor tiene que estar donde está el sufrimiento”. Así terminé la homilía. Y hablé de esa parte, que no es noticia internacional. Me costó caro esa homilía, me costó muy caro porque hubo un ataque bárbaro contra mí, pero yo no dije nada más de lo que pensaba.
Entonces yo pensé: ¿Que diría Romero en este momento? Esa pregunta es subversiva y es comprometedora, pero si uno no se hace esa pregunta, no es pastor, se acomoda a lo más fácil.
Y estando acá, también pensé: ¿qué es lo que voy a decir en Los Angeles? Y en la misa del domingo pasado, 17 de marzo, en Santo Tomás Apóstol, usé la imagen de tres países: el El Salvador que tenemos, el que queremos, y el que queríamos, por la cual el Mons. Romero dio su vida.
Tenemos una gran imagen en el exterior de lo que es El Salvador. Se siente muy bien, seguro. Y según a quién le preguntemos uno dice como está el país. El que queremos - en esto todo coincidimos — es un país judicial, un país donde todos pueden realizarse plenamente, con salud, educación, trabajo, y vivienda. Un país donde puedes tener sueños, proyectos, sentirte en paz… ese el que todos queremos ahora.
Ahora, ¿cual quería el Monseñor Romero? ¿Su utopía de país cuál era? Decía: “un país según el corazón de Dios. Un país de hermanos”. Eso no somos ahorita, un país donde todos somos hijos de Dios Padre.
Uso la imagen del arcoíris, que tiene siete colores primarios, o el pájaro guacamayo: la paz se hace de muchos colores, donde todos cabemos. Si no, no hay paz. Por lo tanto, es importante tener diálogo, compartir cada uno sus propias propuestas, caminar juntos hacia un objetivo común, así se construye la paz.
Eso hasta ahora no se puede hacer, porque tenemos un país polarizado, donde hay un pensamiento único prácticamente, el “oficial”. Y a el que disiente, le va mal. ¡Así no se construye la paz!
Yo sueño con un país donde la gente es realmente un pueblo. Hay una frase famosísima, que dice, “Dios quiere salvarnos como pueblo. Dios no quiere masa, quiere pueblo”. ¿Qué una masa de gente? Simplemente un montón de personas, y cuanto más alienado estén, mejor.
¿Y qué es el pueblo? Una comunidad organizada que busca el bien común. Mons. Romero trabajó buscando eso, y le decía a la gente lo que estaba pasando en el país, sobre qué aspectos era necesario pensar, qué había que hacer… Esto es lo que hace un laicado crítico, proactivo, que sueña con un mundo de justicia y de verdad.
Cuando uno ve su última homilía, el día que lo mataron, termina diciendo precisamente eso. Que hay que entregar la vida al dolor como hizo Cristo para tener un país donde reinen la paz y la justicia. Ese fue su sueño. Y eso es lo que no tenemos ahora. Entonces hay que trabajar para que esto sea posible en este país que está sufriendo tanto.
Señor cardenal, algunos dirían en estos últimos anos, por fin ha llegado la paz a El Salvador. Pero otros dicen que esa paz solo se ha podido conseguir renunciando a la justicia. ¿Es posible tener los dos en El Salvador?
La gente que visita El Salvador se siente contenta de poder caminar sin temor por las calles, ver las playas, el aeropuerto, es verdad, hay motivos para sentirse a gusto.
Pero yo digo: ¿uno de ustedes tiene la vida más profunda, la verdad de Dios? Porque Dios vence todo.
Están presos más de 70,000 personas en este estado de excepción de estos dos años. Pensemos que cada uno tiene 10 personas que los quieren: sus papás, su familia y sus amigos. ¿Cuánto es 70,000 por 10? 700,000. Es un país de 7 millones y medio de habitantes. Quiere decir que el 10% está sin libertad. Entonces, ¿esto cómo hace sufrir a la gente?
Luego están los que fueron removidos de sus puestos de trabajo en el centro [de San Salvador]: más de 10,000. Y si uno habla, hay miedo de que lo metan a la cárcel. Eso no es paz. Eso es la paz del cementerio, de cierto modo.
Por eso estoy trabajando con paciencia en propuestas para que la gente sienta que no está sola, que sepa que se le escucha, que se trata de acompañarla. Es el papel de la Iglesia, el papel de Jesús y el papel de Romero. Por lo tanto, hay una inspiración en tanta gente que quiere hacer algo, aunque sea en el silencio, discretamente, para que la gente tenga esperanza.
El Papa Francisco, la iglesia, y el mundo han estado siguiendo con bastante preocupación la situación en Nicaragua, donde la iglesia está amenazada de una forma muy directa por el gobierno. ¿Por dónde piensa usted que se podría empezar a buscar esta justicia y esta paz?
Voy a contarte la historia del Monseñor Rolando [Álvarez]. Él iba a salir con un montón de gente en un avión hacia los Estados Unidos. Y decidió no subir al avión, decidió quedarse con la gente. Pasó más de un año en la cárcel.
Conozco a Mons. Rolando desde que era un joven sacerdote. Ese gesto de Rolando es un gesto maravilloso: quedarse con la gente, arriesgarse para la gente.
¿Pero qué pasa en ese país? Que la iglesia no es respetada. Todo es lo que decida la pareja presidencial. Y hacen cosas tan absurdas: les quitan los bienes a la Iglesia, si uno sale [de Nicaragua] ya no puede regresar.
Esa es la realidad, y está totalmente en las manos de lo que decidan dos personas. Eso puede también pasar en El Salvador: el gobierno tiene todo el poder, y no hay nadie quien lo defienda a uno. Es casi pornográfico como se producen las decisiones. Pero en realidad [la gente de Nicaragua] necesita sentirse acompañada por nuestra oración. Deben sentir que no están solos, y Dios hará lo demás en su momento.
En estos momentos, Nicaragua vive un Viernes Santo. Ojalá que pronto llegue la resurrección.