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ROMA - En la que posiblemente sea la cita tergiversada más famosa de la historia, el primer ministro chino Zhou Enlai dijo supuestamente en la década de 1970 en respuesta a una pregunta sobre la importancia de la Revolución Francesa: "Es demasiado pronto para saberlo".

De hecho, ahora sabemos que Zhou estaba hablando con Henry Kissinger no sobre la revolución sino sobre las protestas estudiantiles francesas de 1968, refiriéndose a algo que había ocurrido aproximadamente dos años antes, no dos siglos. Sin embargo, la frase ha pasado al lenguaje común como expresión clásica de la visión a largo plazo.

Resulta que también es probablemente el mejor veredicto que se puede emitir sobre el Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad, celebrado recientemente por el Papa Francisco del 4 al 29 de octubre, al menos si la pregunta es qué significa todo esto para el futuro de la Iglesia: "Es demasiado pronto para saberlo".

Al fin y al cabo, este sínodo no ha sido más que un preámbulo: El desenlace no llegará hasta el próximo mes de octubre, con una asamblea final de un mes de duración, con el mismo elenco de personajes, en la que se reflexionará sobre las cuestiones que han salido a la luz pero que han quedado sin resolver.

Con esta salvedad, he aquí cuatro conclusiones del sínodo recientemente concluido que, pase lo que pase, parecen razonablemente bien establecidas.

Precedente

Desde el principio, el Papa Francisco y su equipo hicieron hincapié en que el propósito de este ejercicio sinodal, anunciado por primera vez en 2020, no era tanto producir resultados concretos como ser pioneros en un nuevo método de ser Iglesia, basado en la escucha y el diálogo entre todas las partes interesadas en la vida católica: no sólo los obispos, sino también el clero, los religiosos y los laicos.

Ese precedente ya está en los libros, y se ha plasmado en imágenes memorables de miembros de todos esos grupos sentados en mesas redondas deliberadamente no jerárquicas para charlar.

Se puede discutir, por supuesto, sobre la letra pequeña. Se puede argumentar que, una vez más, las voces occidentales tuvieron demasiado peso en muchos de los debates, a pesar de la realidad demográfica de que el catolicismo actual es en gran medida una familia de fe no occidental, con dos tercios de sus miembros en América Latina, África, Asia, Oriente Medio y Oceanía.

También cabría preguntarse si los laicos seleccionados para participar en los debates sinodales eran realmente representativos de la amplia franja de opinión católica, o si se excluyó a determinados grupos, por ejemplo, a los devotos de la antigua Misa en latín.

En cierto modo, sin embargo, esos detalles no son el meollo de la cuestión. La cuestión es que, a partir de ahora, será difícil mantener una conversación importante sobre la Iglesia en la que no esté representado todo el pueblo de Dios, aunque sea de forma imperfecta... que, quizás, era lo que Francisco quería decir.

Recordatorio de la complejidad

Según todos los indicios, durante el Sínodo hubo un auténtico intercambio de puntos de vista en muchos frentes, aunque el estricto bloqueo mediático impidió que nos enteráramos en tiempo real.

Por ejemplo, al principio gran parte de la conversación sobre la misión se centró en la asociación histórica entre los esfuerzos misioneros y el colonialismo, incluyendo advertencias sobre los peligros de dañar, e incluso destripar, las culturas nativas al intentar propagar la fe.

Sin embargo, a medida que se desarrollaba el debate, también se recordaba que muchas de las personas presentes en el aula sinodal lo estaban gracias a los heroicos sacrificios de las generaciones anteriores de misioneros. Sin descartar el lado oscuro de las formas excesivamente celosas de proselitismo, este punto de vista insistió en que el cristianismo es en el fondo una religión misionera, y que las contribuciones de los misioneros, tanto históricas como actuales, no pueden despreciarse alegremente.

Aunque quizá estos intercambios no desembocaran en conclusiones brillantes, sí recordaron a muchos participantes la complejidad que entraña reflexionar sobre el destino de una Iglesia mundial de 1.300 millones de miembros, y eso, en sí mismo, tiene indudable valor.

Cardinal Charles Bo, archbishop of Yangon, Myanmar, and president of the Federation of Asian Bishops' Conferences, elevates the chalice during Mass in St. Peter's Basilica as part of the assembly of the Synod of Bishops at the Vatican Oct. 23, 2023. (CNS photo/Stefano Carofei, pool)

Consenso a la moda

Al presentar el documento final de la reunión, técnicamente denominado "síntesis", el cardenal maltés Mario Grech, secretario general del Sínodo de los Obispos, insistió en que estaba "basado en el criterio del consenso".

Así explicaba por qué, en la mayoría de las cuestiones más destacadas, como las mujeres diáconos y el acercamiento a la "comunidad LGBTQ" (un término, por cierto, que nunca apareció en el documento), el sínodo terminó sólo con llamamientos a un mayor estudio y debate. En estas cuestiones, el documento intentaba ofrecer una radiografía razonablemente honesta de las diferencias de opinión que habían surgido, sin sacar conclusiones que no pudieran ser ampliamente compartidas.

Y, sin embargo.

Sin embargo, antes de la apertura del Sínodo, el Papa Francisco resolvió básicamente dos cuestiones profundamente controvertidas por su propia autoridad personal, en respuesta a las preguntas críticas conocidas como "dubia" ("dudas"), que le plantearon cinco cardenales conservadores. A grandes rasgos, el Papa dio un cauto sí a la bendición de las uniones homosexuales, diciendo que podría hacerse caso por caso pero sin una norma o política formal, y un no básico a las mujeres clérigos, aunque permitiendo que pueda ser objeto de estudio posterior.

Lo que aprendimos, por tanto, es que aunque Francisco prefiera buscar el consenso como norma general, cuando se decide no tiene reparos en apretar el gatillo. Dicho de otro modo, fue un recordatorio de que aunque el sínodo proponga, en última instancia será el Papa quien disponga.

El reto de las relaciones públicas

Mientras que para los organizadores el objetivo del Sínodo ha sido escuchar y compartir, para gran parte del mundo exterior, incluidos los medios de comunicación, la ausencia de resultados concretos ha tentado a muchos observadores a considerarlo un fracaso.

Por ejemplo, el 25 de octubre, el Sínodo publicó una "Carta al Pueblo de Dios" de 1.300 palabras, que no sólo no mencionaba ninguno de los temas candentes de los debates, sino que abordaba sólo indirectamente las guerras que asolan Ucrania y Gaza. La veterana periodista italiana Gianfranca Soldati expresó su asombro en un artículo para Il Messaggero que, tras resumir el anodino texto, concluía con este sarcasmo: "Informando desde el Planeta Marte, de vuelta a ustedes".

Tras la publicación de la síntesis final el sábado por la noche, un medio de comunicación español, desconcertado por la falta de resultados claros, lo calificó satíricamente de sínodo "descafeinado".

De cara a la edición de 2024, los organizadores del Sínodo se enfrentan al reto de gestionar mejor las expectativas, insistiendo desde el principio en que se trata más del viaje que del destino.

Sería útil que el "ayuno publicitario" impuesto por el Papa al comienzo del sínodo, que impide a los participantes revelar nada sobre sus debates, pudiera modificarse para permitir al menos una idea más clara de lo que realmente se está hablando. De este modo se podría fomentar la impresión de que el intercambio, en sí mismo, es un signo de salud, aunque no produzca inmediatamente los resultados que algunos anhelan y otros temen.