CIUDAD DEL VATICANO — Creer en un Cristo amoroso y compasivo y seguirlo significa dejarlo entrar en el corazón y asumir sus mismos sentimientos, afirmó el papa León XIV.

“Significa aprender a tener un corazón que se conmueve, ojos que ven y no miran hacia otro lado, manos que ayudan a los demás y alivian sus heridas, hombros que cargan con el peso de quienes lo necesitan”, dijo el pontífice en su homilía durante la Misa matutina del 13 de julio.

El papa celebró la Eucaristía en la pequeña iglesia de San Tomás de Villanueva, justo al cruzar la plaza principal frente a la villa pontificia de Castel Gandolfo. Llegó a este pueblo sobre la colina, al sur de Roma, el 6 de julio, para un breve descanso que se extenderá hasta el 20 de julio.

Durante la homilía, centró su reflexión en el Evangelio del día: la parábola del Buen Samaritano.

“Esa parábola nos desafía constantemente a examinar nuestras propias vidas”, dijo el papa León. “Inquieta nuestras conciencias dormidas o distraídas, y nos advierte sobre el riesgo de una fe complaciente que se conforma con la observancia externa de la ley, pero es incapaz de sentir y actuar con la misma compasión misericordiosa de Dios”.

“La parábola trata, en realidad, de la compasión”, explicó. Enseña que “lo que cuenta es cómo miramos a los demás, porque revela lo que hay en nuestro corazón. Podemos mirar y seguir de largo, o podemos mirar y dejarnos conmover por la compasión”.

“La parábola nos habla primero de la forma en que Dios nos ve, para que nosotros, a su vez, aprendamos a ver las situaciones y a las personas con sus ojos, llenos de amor y compasión”, continuó. De hecho, el Buen Samaritano representa a Jesús, el Hijo de Dios, quien “miró con compasión a la humanidad y no pasó de largo”.

Esta parábola es un gran reto para todo cristiano, dijo el papa, porque “si Cristo nos muestra el rostro de un Dios compasivo, entonces creer en Él y ser sus discípulos significa dejarnos transformar y asumir sus mismos sentimientos”.

“Una vez que somos sanados y amados por Cristo, también nosotros podemos ser testigos de su amor y compasión en nuestro mundo”, que necesita “esta revolución del amor”, señaló.

El Buen Samaritano se encontró con un hombre herido que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, recordó el pontífice.

Hoy, ese camino “lo recorren todos los que descienden hacia el pecado, el sufrimiento y la pobreza”, explicó. Lo transitan “todos los agobiados por los problemas o heridos por la vida”, los que “pierden el rumbo y tocan fondo”.

Ese camino es transitado también por “todas esas personas que son despojadas, robadas y saqueadas, víctimas de sistemas políticos tiránicos, de una economía que las empuja a la pobreza y de guerras que matan sus sueños y sus propias vidas”, denunció.

“¿Qué hacemos nosotros? ¿Miramos y seguimos de largo, o abrimos el corazón a los demás como hizo el samaritano? ¿A veces nos conformamos con cumplir con nuestro deber o consideramos prójimos solo a quienes forman parte de nuestro grupo, piensan como nosotros, comparten nuestra nacionalidad o religión?”, cuestionó.

“Jesús trastoca esta forma de pensar al presentarnos a un samaritano, un extranjero o hereje, que actúa como prójimo de ese hombre herido. Y nos pide que hagamos lo mismo”, afirmó el papa.

“Mirar sin seguir de largo, detener el ritmo frenético de nuestras vidas, permitir que la vida de los demás —quienesquiera que sean— con sus necesidades y problemas, toque nuestro corazón”, dijo. Eso es “lo que nos convierte en prójimos unos de otros, lo que genera verdadera fraternidad y derriba muros y barreras”.

“Al final, el amor prevalece y se muestra más fuerte que el mal y la muerte”, concluyó.

Después de la Misa, el papa León saludó a muchos feligreses, sacerdotes y religiosas dentro del templo. Luego caminó la corta distancia que separa la parroquia de la villa papal, por una ruta cercada por vallas metálicas, saludando y bendiciendo a los miles de fieles reunidos en la plaza.

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Carol Glatz