El Papa Francisco saluda a miembros de una comunidad indígena del Amazonas durante una celebración y plantación de árboles con motivo de la fiesta de San Francisco en los Jardines Vaticanos el 4 de octubre de 2019. (CNS/Yara Nardi, Reuters)
En su biografía del Papa Francisco, el periodista británico Austin Ivereigh relata una reveladora conversación con un jesuita argentino sobre el estilo pastoral del padre Bergoglio.
El colega observa: “Las personas que podían esperar una reprimenda de él eran aquellas que querían que los demás supieran lo buenas y perfectas que eran. (…) Por el contrario, respondía a la fragilidad con una sensibilidad que no creo haber visto en nadie más. Si se pudiera aplicar una regla matemática a Bergoglio, diría: cuanto mayor la fragilidad, mayor la respuesta de su parte.”
Ese concepto de la Iglesia como “hospital de campaña” resume la vida ministerial de Francisco, desde el inicio hasta el final. Pero también es el corazón de sus enseñanzas más importantes.
Las dos encíclicas sociales del Papa Francisco, Laudato Si’ (“Alabado seas, mi Señor”), de 2015, y Fratelli Tutti (“Todos hermanos”), de 2020, perdurarán como el legado doctrinal más relevante de su pontificado. En su centro está el papa del encuentro tierno con la fragilidad y el sufrimiento… y de la “reprimenda” a quienes aparentan piedad mientras ignoran ese sufrimiento.
Cuando en Laudato Si’ el papa identificó a la Tierra como “la más abandonada y maltratada de nuestros pobres”, clamando por “el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”, fue criticado por algunos por hablar “demasiado” del medioambiente.
Pero Francisco solo seguía el ejemplo de sus predecesores: en 1987, San Juan Pablo II escribió que no podemos “usar impunemente” los bienes de la creación, y en 2009, Benedicto XVI dedicó una sección de su encíclica Caritas in Veritate a la importancia de respetar “la gramática de la creación”, un orden previo escrito por Dios y que rechazamos al ignorarlo.
Francisco comprendió que “la cuestión ambiental” requería un documento completo, así como lo hizo el Papa León XIII en 1891 con Rerum Novarum (“Sobre las cosas nuevas”), al observar la brutalidad de las fábricas de su época. Esa encíclica inauguró la tradición papal de hablar sobre crisis sociales: no solo porque la Iglesia se preocupa por el sufrimiento, sino porque los modelos propuestos por el mundo —el capitalismo sin límites o el socialismo total— no eran respuestas adecuadas.
Eso mismo hizo Francisco en Laudato Si’. Ante un planeta saqueado y en peligro, denunció una “ecología superficial” que niega la gravedad de la situación para justificar estilos de vida irresponsables. Recordó que “no somos Dios” y que estamos atrapados en un “paradigma tecnocrático”, que cree que todo puede resolverse con tecnología. Pero la tecnología no es neutral: implica el uso de poder para imponer una visión específica de sociedad.
La alternativa que propone es la ecología integral. Inspirado en la enseñanza de San Pablo VI sobre el “desarrollo humano integral”, Francisco propone una visión en la que “todo está conectado”: especies, personas y el ambiente conviven en armonía entre sí y con Dios.
La ecología integral une ciencia y pensamiento social, el clamor de la Tierra y el grito de los pobres, para desarrollar modos de vida sostenibles en nuestra casa común.
Este concepto desafía el debate político actual, que muchas veces enfrenta el bien del planeta con el bien de las personas. Ambos olvidan a Dios, advierte el papa, y ambos ignoran la necesidad de encontrar estilos de vida de cooperación armónica.
Aunque resolver estas crisis requiere cooperación global —no por nada la encíclica se publicó antes del Acuerdo de París de 2015—, lo más urgente es una conversión espiritual. El papa elogia la virtud de la sobriedad. Rechaza nuestra “obsesión con el consumo”, esa búsqueda constante de lo que no tenemos. La sobriedad, dice, nos enseña “a ser felices con poco”, a valorar cada persona y cada cosa, a disfrutar lo simple.
Quien cultiva esta virtud “puede vivir mucho, aun con poco”. He aquí la ternura ante la fragilidad: si no aprendemos esto, ni la mejor tecnología ni los acuerdos internacionales resolverán nuestro consumo desmedido del planeta.
El Papa Francisco besa a un niño mientras saluda a refugiados rohinyás de Myanmar durante un encuentro interreligioso por la paz en la residencia arzobispal en Daca, Bangladés, el 1 de diciembre de 2017. (CNS/Paul Haring)
La ternura cotidiana también está en el corazón de su otra encíclica social, Fratelli Tutti. Ante el auge del nacionalismo y la devastación de la pandemia, el papa propone una política del amor fraterno, inspirada en la parábola del Buen Samaritano: la historia por excelencia de la apertura al otro que sufre. Para Francisco, las imágenes de “apertura” o “cierre” representan las dos actitudes posibles: tanto de individuos como de naciones.
Como hizo el Papa León, Francisco desafía dos falsas soluciones actuales: el nacionalismo, que se cierra al extranjero para proteger su herencia cultural, y el globalismo, que uniformiza todo, priorizando las grandes ciudades ricas como Londres, Nueva York o Singapur. En cambio, Francisco afirma que las culturas fuertes conocen y aman su identidad, y están abiertas al encuentro fecundo con el otro: una cultura del encuentro.
Fratelli Tutti también propone la reciprocidad —el intercambio genuino de dones culturales— como forma de superar los conflictos de suma cero entre naciones. Invita a una “cultura del encuentro” profundamente arraigada en los pueblos, que nos haga “apasionados por encontrarnos con los demás, por buscar puntos de contacto, tender puentes, planear algo que nos incluya a todos”.
Pero así como Laudato Si’ recuerda que el olvido de Dios está en la raíz del problema, Fratelli Tutti concluye afirmando: “Sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para un llamado a la fraternidad”.
La capacidad del Papa Francisco para unir visión global y acción local para enfrentar el sufrimiento moderno lo convirtió en un maestro particularmente eficaz y poderoso. En 2025, el concepto de ecología integral parece aún más profético, justo cuando muchos líderes políticos y empresariales deciden ignorarlo.
Las enseñanzas de Francisco no tratan sobre editoriales de moda ni encuestas. Proponen una visión duradera y distinta de la vida —aplicable tanto a las relaciones humanas cotidianas como a los mayores desafíos globales— que la tradición católica ofrece a un mundo herido que tanto necesita esperanza.