En una Misa de Nochebuena que comenzó apenas al caer la noche para poder cumplir con las restricciones impuestas por el gobierno italiano con motivo de la pandemia de coronavirus, el Papa Francisco invitó a los cristianos a no desanimarse, aun siendo conscientes de ser sobrevalorados por Dios.

“Si miramos la ingratitud del hombre hacia Dios y la injusticia hacia tantos de nuestros hermanos, surge una duda: ¿Ha hecho bien el Señor en darnos tanto, hace bien en seguir confiando en nosotros? ¿No nos sobrevalora?” preguntó el Santo Padre durante su homilía de Nochebuena.

“Sí, nos sobrevalora, y lo hace porque nos ama hasta el extremo,” dijo. “No es capaz de dejarnos de amar.”

En una basílica de San Pedro semivacía por causa de la pandemia, que nuevamente está causando estragos en Italia, con 500 muertos entre miércoles y jueves luego de un verano con una curva baja, Francisco evitó referirse al coronavirus, centrando en cambios su homilía en la esperanza provocada por el nacimiento del hijo de Dios.

Solo un puñado de fieles-no más de 200, comparados a los 7,000 que suele hospedar la basílica- y manteniendo una prudente distancia los unos de los otros y utilizando barbijos, tal como indican las autoridades civiles en Italia, estuvieron presentes en la ceremonia.

Más temprano, el Ministerio de Salud confirmaba que Italia ha superado la cifra de dos millones de contagios de coronavirus durante toda la pandemia, al registrar 18.040 nuevas infecciones entre miércoles y jueves.

El país registra ya 70.900 víctimas mortales desde que se desató la crisis, a mediados del pasado mes de febrero.

Para intentar evitar una propagación aún más acelerada del virus, el gobierno anunció un virtual cierre del país, suspendiendo todas las actividades no esenciales y con un estricto toque de queda.

Durante su homilía, el papa destacó que es habitual escuchar decir que el nacimiento de un hijo es la “mayor alegría de la vida,” puesto que es algo extraordinario que lo cambia todo, “pone en movimiento energías impensables y nos hace superar la fatiga, la incomodidad y las noches de insomnio, porque trae una felicidad indescriptible, ante la cual ya nada pesa.”

La Navidad es esto, indicó el papa: el nacimiento de Jesús es la novedad que cada año nos permite nacer interiormente de nuevo y encontrar en Él la fuerza para afrontar cada prueba.

“¿Estás tentado de sentirte fuera de lugar? Dios te dice: ‘No, ¡tú eres mi hijo!’” dijo el papa. “¿Tienes la sensación de no lograrlo, miedo de no estar a la altura, temor de no salir del túnel de la prueba? Dios te dice: ‘Ten valor, yo estoy contigo’.”

Según Francisco, el ser hijos de Dios es el “corazón indestructible de nuestra esperanza, el núcleo candente que sostiene la existencia: más allá de nuestras cualidades y de nuestros defectos, más fuerte que las heridas y los fracasos del pasado, que los miedos y la preocupación por el futuro, se encuentra esta verdad: somos hijos amados. Y el amor de Dios por nosotros no depende y no dependerá nunca de nosotros: es amor gratuito, pura gracia.”

Llevando su mirada hacia el pesebre, el papa hizo una serie de preguntas respecto al nacimiento del Hijo De Dios, en un establo escudo, en la pobreza, rechazado, cuando merecía nacer como el mas grande de los reyes. Cristo vino al mundo en estas circunstancias, dijo el papa, para hacernos entender hasta qué punto ama la condición humana.

“El Hijo de Dios nació descartado para decirnos que toda persona descartada es un hijo De Dios,” dijo. Al venir al mundo débil y frágil para demostrar que quiere hacer “grandes cosas a través de nuestra pobreza.”

Belén, el papa dijo, significa “Casa del Pan,” y Dios nació en un pesebre para recordar a la humanidad que lo necesita para vivir, así como necesita el pan.

“Cuántas veces en cambio, hambrientos de entretenimiento, éxito y mundanidad, alimentamos nuestras vidas con comidas que no sacian y dejan un vacío dentro,” dijo el papa.

Quien tiene un niño sabe, dijo Francisco, cuánto amor y paciencia se necesitan para cuidarlo: hay que alimentarlo, atenderlo, limpiarlo, cuidar su fragilidad y responder a sus necesidades, que a menudo son difíciles de entender.

“Dios nació niño para alentarnos a cuidar de los demás,” dijo el papa. “Su llanto tierno nos hace comprender lo inútiles que son nuestros muchos caprichos. Su amor indefenso, que nos desarma, nos recuerda que el tiempo que tenemos no es para autocompadecernos, sino para consolar las lágrimas de los que sufren. Dios viene a habitar entre nosotros, pobre y necesitado, para decirnos que sirviendo a los pobres lo amaremos.”

Durante los próximos días, el Papa Francisco tendrá una agenda ocupada, con misas en la basílica de San Pedro, e impartiendo las bendiciones “Urbi et orbi,” a la ciudad de Roma y el mundo, pero no lo hará como de costumbre desde el balcón central de la basílica, sino que desde el interior, para evitar las aglomeraciones de gente.