ROMA – Una vez más, fue en presencia de “los últimos”, que el Papa Francisco mostró su lado más honesto, explicando a un grupo de migrantes de distintas religiones en la Iglesia de la Santa Cruz en Nicosia, Chipre, que considera su responsabilidad abrir los ojos del mundo ante la tragedia de la inmigración, definiéndola como "la guerra" del la actualidad.

"Nos lamentamos de lo que sucedió en el siglo pasado en los campos de concentración de los nazis, de Stalin... hermanos y hermanas, está sucediendo hoy, en las costas cercanas, que son lugares de esclavitud", improvisó Francisco durante el segundo día de su viaje a Chipre. "He visto testimonios en video de estos lugares de tortura, donde comercian personas.”

“Lo digo porque es mi responsabilidad ayudar a abrir los ojos. La migración forzada no es una habitud casi turística. El pecado que tenemos dentro nos lleva a pensar ‘pobre gente’”, dijo un papa visiblemente frustrado. “Y con ‘pobre gente, cancelamos todo’. Pero esta es la guerra de la actualidad: El sufrimiento de hermanos y hermanas que dieron todo para subirse a un bote sin saber si llegaran a destino.”

“Esta es la historia de esta ‘civilización desarrollada’ que nosotros llamamos occidente” dijo con ironía, para después referirse a los alambres de púa que dividen las fronteras de muchos países de Europa, como una amenaza a los que huyen del hambre, la guerra, la violencia y el conflicto. “Los alambres de púa son una guerra de odio. Esos alambres están puestos para no dejar entrar a los refugiados. A los que vienen a pedir libertad, pan, ayuda, hermandad, alegría, que están huyendo del odio.”

Durante el encuentro con los migrantes, Francisco levantó su mirada del texto preparado para improvisar una y otra vez, añadiendo palabras sentidas, evidentemente tocado por las historias que había escuchado minutos antes por parte de jóvenes de diversas etnias y continentes que contaron sus vidas, sufrimientos, y sueños de una vida de paz.

“Dios sueña una humanidad sin muros de separación, liberada de la enemistad; sin forasteros, sino solo conciudadanos”, dijo Francisco después de escuchar testimonios como el de Rozh, forzado a huir de Irak “para escapar de la violencia, las bombas y el hambre” y a viajar a pie, en camiones o en botes precarios.

Francisco le respondió diciendo que todos estamos “en camino”, y el camino es largo y está formado por subidas y bajadas.

Según Francisco, “no nos deben asustar las diferencias entre nosotros, sino más bien, nuestras cerrazones y nuestros prejuicios, que impiden que nos encontremos realmente y que caminemos juntos”.

Estas cerrazones y prejuicios, dijo el Papa, "vuelven a construir entre nosotros ese  muro de separación que Cristo ha derribado, es decir, la enemistad".

Maccolins, un joven de Camerún, se presentó a sí mismo como alguien “herido por el odio”, y por la “falta de amor que me hace sentir menos que los demás, no deseado, una carga; el odio sutil que me roba una palabra amable, una sonrisa muy necesaria en un día frío; las barreras que me mantienen al margen de la comunidad en la que me encuentro.”

Maccolins Ewoukap Nfongock, un inmigrante de Camerún, se prepara para hablar en la oración ecuménica del Papa Francisco con los migrantes en la Iglesia de la Santa Cruz en Nicosia, Chipre, el 3 de diciembre de 2021. (Foto CNS /Paul Haring)

“El odio, una vez experimentado, no se puede olvidar. Me cambió; nos cambió a nosotros. El odio adopta muchas formas horribles. Está el odio que lleva a un ser humano a utilizar un arma no sólo para disparar a otro, sino para romperle los huesos mientras otros observan. Está el odio que puede invadir el alma de alguien lo suficiente como para violar la vida humana mientras se le mira fríamente a los ojos, así como el odio que puede ser calculador e insensible, que lleva a plantar una mina terrestre, consciente de que destruirá a cualquier persona o cosa que pase por allí sin saberlo”, dijo el joven.

“Me duele no sólo la malicia que mutila, corta o mata a otros, sino el desprecio y la negligencia que provocan incendios, destruyen bosques, minan y marcan la tierra y contaminan el agua que necesito para saciar mi sed y sobrevivir”, narró Maccolins, contando su desgarradora historia sin hacerlo realmente.

Esta experiencia, dijo un Francisco conmovido, “deja una marca, una marca profunda que dura mucho tiempo. Es un veneno del que resulta difícil desintoxicarse. Es una mentalidad distorsionada que, en vez de hacer que nos reconozcamos hermanos, lleva a que nos veamos como adversarios, como rivales”.

El discurso del Papa en este encuentro ecuménico con refugiados e inmigrantes que viven en Chipre y son ayudados habitualmente por Cáritas, estuvo guiado en gran parte por el testimonio de estas personas.

Pero fue en los momentos improvisados, donde Francisco mostró su lado más humano, diciendo, por ejemplo, que los que estaban en el encuentro al menos había logrado sobrevivir, porque “muchos otros han perecido en el camino. Muchos en el gran cementerio del Mediterráneo. Y nos acostumbramos e insensibilizamos ante las noticias: ‘se ha hundido una barcaza vieja, han muerto tantos’…”.

Comentando las palabras de Mariamie, una congoleña que se confesó “llena de sueños”, el Papa ha añadido que “Dios sueña un mundo de paz, en el que sus hijos vivan como hermanos y hermanas”.

Consciente de que los cientos de participantes reunidos llevan quizá años siendo víctimas de la violencia y el olvido, Francisco dedicó prácticamente el mismo tiempo a saludarlos uno por uno que a su discurso.

Francisco pasará su segunda noche en la nunciatura apostólica en Chipre, cuyo patrio se encuentra en la “tierra de nadie” delimitada por la “línea verde”, un enorme muro que separa la República de Chipre del territorio ocupado por Turquía desde 1974.

El sábado volará a Atenas, donde dirigirá un discurso a las autoridades y el cuerpo diplomático en el palacio presidencial. Por la tarde, se encontrará con el arzobispo Jerónimo II, jefe de la Iglesia Ortodoxa de Grecia, y más tarde con catequistas, seminaristas, religiosos y sacerdotes en la catedral católica de San Dionisio.

El domingo volará nuevamente a la isla de Lesbos, lugar que visitó en 2016, para encontrarse nuevamente con refugiados de Oriente Medio en un campo de acogida. Días después del viaje, se espera que medio centenar de migrantes que se encuentran hoy en Chipre viaje a Italia, con el apoyo del Vaticano.

Después de que el papa Francisco denunciara la colocación de "alambre de púa" para impedir el paso de los migrantes y la práctica de enviarlos nuevamente a los migrantes a sus países de origen, el Vaticano anunció que ayudará a trasladar a una docena de migrantes desde Chipre a Italia antes de Navidad.

"Como signo de la preocupación del Santo Padre por las familias y personas migrantes, el viaje apostólico a Chipre irá acompañado en las próximas semanas de un gesto humanitario de acogida de unos 12 refugiados, algunos de los cuales el Papa saludó esta tarde al final de su oración ecuménica con los migrantes", dijo Matteo Bruni, director de la oficina de prensa del Vaticano.

Durante el encuentro de oración, el Papa dijo que no se debe culpar al gobierno de Chipre por saber que no puede acoger y reubicar a los miles de migrantes y solicitantes de asilo que han llegado a sus costas. El país tiene actualmente el mayor porcentaje de inmigrantes de la Unión Europea.