ROMA - Aunque no es, para nada, la dimensión más importante de la crisis actual de Afganistán, las relaciones entre Estados Unidos y el Vaticano también se han visto afectadas por ella, y algunos se preguntan si la tan mediatizada “primavera” en los lazos entre Washington y Roma que tiene como protagonistas al Papa Francisco y al presidente Joe Biden podría haber sido afectada ser por el conflicto, como uno de los daños colaterales de éste.
No cabe duda de que el Vaticano mira con escepticismo el manejo de la situación por parte de la administración de Biden. Aunque el propio pontífice ha evitado en gran medida abordar el asunto, restringiendo sus comentarios públicos a los llamados a la oración, a la paz y al diálogo, su propio periódico, L'Osservatore Romano, ha sido mucho más directo sobre el tema.
“Es sorprendente que, antes de decidir abandonar el país, no se hubiera anticipado un escenario como ése, que era fácil de predecir, y que no se haya hecho nada para evitarlo”, declaró, incisivamente, L'Osservatore. “Y es aún más grave que se haya tomado semejante decisión a pesar de tener conciencia de sus dramáticas consecuencias”.
El analista italiano de asuntos del Vaticano, Matteo Matzuzzi ha escrito que a pesar de la anticipada esperanza de un acercamiento, facilitado por el católico Biden, quien está orientado a la justicia social, la crisis de Afganistán pone de manifiesto que “las diferencias entre Roma y Washington continúan siendo grandes”. Especialmente en el tema crucial de la perspectiva de la política exterior, que sitúa a “Estados Unidos en primer lugar”. Pone también de manifiesto que “el Papa Francisco no confía en el mundo yanqui”, independientemente de quién esté a la cabeza de él.
Sin embargo, para colocar todo esto en contexto, es importante recordar que las diferentes perspectivas acerca del enfoque correcto entre el Vaticano y la Casa Blanca sobre el tema de Afganistán preceden, con creces, a Biden o al Papa Francisco. De hecho, se remontan al principio de ésta, que se ha convertido en la guerra más larga de Estados Unidos.
Cuando tuvieron lugar los ataques a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, el Papa Juan Pablo inmediatamente denunció el “inenarrable horror” que se había desarrollado en Nueva York y prometió sus oraciones por las víctimas y sus familias. También le envió un telegrama a George W. Bush, que en aquel entonces era presidente de Estados Unidos, para expresar “mi profundo dolor y mi cercanía en la oración por su nación en este oscuro y trágico momento”.
Sin embargo, desde el principio quedó en duda el hecho de si el Papa Juan Pablo II también estaría de acuerdo con lo que en aquel momento parecía la ineludible respuesta militar de Estados Unidos a los ataques, que todos sabían que empezaría por dirigirse al régimen talibán de Afganistán.
El Papa Juan Pablo, durante la audiencia general que tuvo al día siguiente de los ataques, expresó nuevamente su “indignada condenación” por lo que habían hecho los terroristas, pero añadió también que deseaba recordarle al mundo que “los caminos de la violencia nunca conducirán a soluciones genuinas de los problemas de la humanidad”.
Apenas once días después de los ataques, el Papa Juan Pablo realizó un viaje previamente programado a Kazajistán, cuya frontera sur está a sólo unas cuantas horas de Afganistán, a pesar de las preocupaciones que había sobre la seguridad de esa zona, dado que la región estaba en espera de las represalias estadounidenses. Durante el viaje, fue evidente la ambivalencia del Papa sobre el inminente uso de la fuerza.
Durante su discurso del Ángelus del 23 de septiembre, después de una misa en la capital kasaja de Astana, el Papa añadió un llamado especial en inglés para asegurarse de que la comunidad internacional lo escuchara: “Le ruego a Dios con todo mi corazón que conserve la paz en el mundo”, dijo él. En la mayor parte de la cobertura de los medios, esto fue presentado como una reprimenda papal a la inminente intervención militar encabezada por Estados Unidos.
De hecho, esa interpretación fue lo suficientemente fuerte como para que el portavoz del Papa, Joaquín Navarro-Valls, diera aquella noche, en Astana, una entrevista improvisada al periodista Phil Pullella de Reuters, en la cual comparó a Bush con un padre que buscaba defender a su familia, diciendo que la acción militar para prevenir futuros ataques terroristas sería moralmente justificable. En respuesta a esto, la mayoría de los medios de comunicación publicaron historias sobre una “luz verde” por parte del Vaticano para la inminente campaña de Afganistán.
A su vez, la iniciativa de Navarro consternó a los diplomáticos del Vaticano, que se apresuraron a deslindarse de ella. A la mañana siguiente, el padre Federico Lombardi, entonces director de Radio Vaticana y posteriormente sucesor de Navarro, entregó a los periodistas una larga declaración fotocopiada, cuya esencia era que solamente el discurso del Ángelus del Papa Juan Pablo II, y no la entrevista de Navarro, representaba el pensamiento real del Papa.
Finalmente, todo quedó en una especie de confusión, que no se resolvió verdaderamente, hasta dos meses más tarde, cuando el Papa Juan Pablo emitió su mensaje anual para la Jornada Mundial de la Paz. En él, el Papa reconoció el derecho a defenderse de los terroristas, pero insistió en que la acción debería limitarse a los terroristas mismos, y no a naciones enteras, agregando que cualquier acción militar o policíaca debe ir acompañada de “un valiente y decidido compromiso político, diplomático y económico para aliviar las situaciones de opresión y marginación que facilitan los designios de los terroristas”.
Aunque el Papa Juan Pablo II nunca mencionó específicamente a Estados Unidos, el mensaje por el contexto, parecía lo suficientemente claro: se trataba de un rechazo al uso indiscriminado de la fuerza y un rechazo a una campaña militar que no considerara un plan igualmente agresivo para la reconstrucción.
Dos años después, el Papa Juan Pablo y su equipo del Vaticano aplicarían el mismo criterio a su oposición —expresándolo de manera mucho más clara— respecto a la invasión que Estados Unidos organizó hacia Irak.
Por lo tanto, al expresar reservas sobre la política de Estados Unidos en Afganistán, lo cual incluye la abrupta decisión de Biden de retirarse, el Papa Francisco no está solamente canalizando su animadversión latinoamericana hacia la gran potencia del norte, ni está dirigiendo al Vaticano en una dirección dramáticamente nueva con respecto a la anterior.
En lugar de ello, el Papa Francisco parece estar expresando más o menos las mismas reservas que su predecesor tuvo al principio de esta situación. Queda a considerarse qué tan diferente habría sido la historia si el mundo hubiera prestado atención a ello en aquel entonces, y qué tan diferente podría ser el futuro si decidiera hacerlo ahora.
John L. Allen Jr. es el editor de Crux.