SAN SALVADOR, El Salvador -- En julio se registró un récord de encuentros entre agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza y personas que intentaban cruzar la frontera entre Estados Unidos y México. El numero total es de 213,000 personas, expresó el secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Alejandro Mayorkas, durante un viaje a McAllen y Brownsville en Texas el 12 de agosto.

Mayorkas insistió que los números no cuentan la historia completa, ya que algunos migrantes, desesperados por ingresar, están haciendo cada vez más intentos para entrar. Estos números tampoco cuentan la historia completa de los peligros adicionales de hacer el viaje en la era del COVID-19.

Es una historia que José Andrés Martínez, de 25 años, se considera afortunado de poder contar.

El joven salvadoreño, ex sacristán, intentó cruzar la frontera entre Estados Unidos y México cerca de McAllen, Texas, al menos seis veces entre julio y agosto.

Las autoridades lo capturaron dos veces, liberándolo rápidamente al lado de México. Si bien pudo evadir la captura en otras ocasiones, finalmente dejó de intentar cruzar a mediados de agosto debido al aumento de la seguridad en la frontera. Martínez casi realiza un séptimo intento, pero temió que caminar por el desierto durante los meses más calurosos del año lo hubiera llevado a la muerte.

"A los coyotes, no les vale", dijo Martínez durante una entrevista el 17 de agosto con Catholic News Service, refiriéndose a los traficantes que algunos migrantes pagan para ayudarlos a cruzar la frontera.

Recién llegado de un viaje de tres días en autobús desde México a El Salvador, Martínez relató la caminata de un mes a pie, en autobús, en camionetas, remolques, viendo morir a migrantes por complicaciones de COVID-19 -- en ranchos, hogares privados, y almacenes donde los contrabandistas guardan su cargamento humano mientras lo mueven a través de una intrincada red, aun durante una pandemia.

Entre los que Martínez encontró: niños no acompañados en ruta para reunirse con un padre o madre en los EE. UU., mujeres jóvenes embarazadas que viajaban con bebés, un hombre de 70 años, y mujeres y hombres jóvenes solteros como él, que se aventuraban al norte con la esperanza de "una vida mejor".

Para él, una vida mejor significa ganar más de 250 dólares mensuales como sacristán, que es aproximadamente el salario promedio en El Salvador.

"Mi sueño es comprarle una casa a mi mamá", manifestó. "Vi las casas que construyeron los vecinos (que fueron a trabajar a Estados Unidos). No era envidia, pero . . . el dinero no me alcanzaba".

Había oído hablar del coyote que transportó a dos de sus vecinos al otro lado del Río Bravo y los llevó a Estados Unidos. En unos meses, estaban enviando dinero a casa, dijo Martínez.

Mientras tanto, en El Salvador, Martínez observaba el cierre de negocios debido al impacto económico de la pandemia. No veía la educación como una opción hacia un futuro mejor, explicó, citando el ejemplo de un hombre que conoce con un título universitario que terminó de vendedor ambulante porque no pudo encontrar un trabajo.

"En El Salvador, no hay oportunidades", comentó.

Aunque tenía un trabajo seguro y no se enfrentaba a la violencia de las pandillas, ver la fortuna de sus vecinos "me motivó" a irse, dijo Martínez.

"Aquí no se puede ganar la cantidad de dinero que se gana allá", dijo, refiriéndose a Estados Unidos.

Entonces, junto con su hermano, pidió dinero prestado para contratar a un "coyote" que les cobró $10,000 cada uno y los dos se fueron a mediados de julio. Lo que vio a lo largo del viaje "no se lo deseo a nadie", expresó.

Un viaje que el traficante había dicho que tomaría días se convirtió en semanas, muchos de ellos compartiendo espacios llenos con otros migrantes, ninguno portaba mascarilla, escondiéndose en baños, debajo de colchones, y espacios ocultos mientras las autoridades registraban los autobuses y camiones que tomaron para ir a México.

Los contrabandistas pintan el viaje "de color de rosas" expuso Martínez, como si fuera rápido, sin esfuerzo, pero yo pasaba días sin agua ni comida, tenía prohibido usar el baño, dormía en el suelo junto a extraños rodeado de basura, incluyendo pañales sucios que otros habían dejados atrás.

"Me desesperé", agregó.

Incluso en la era del COVID-19, los contrabandistas y sus ayudantes han realizado pocos cambios en la forma en que operan.

Martínez dijo que una de las casas a las que los llevaron a él y a su hermano se veía bonita por fuera, pero tan pronto como entraron, tuvieron dificultades para encontrar un lugar para sentarse. Estaba tan lleno de gente y se dirigieron al segundo piso, donde vieron a personas que supusieron estaban enfermas de COVID-19, quienes tosían, luchaban por respirar, estaban "muy mal", explicó.

La promesa de acercarse a la frontera lo mantuvo en marcha, dijo Martínez. El primer intento de cruzar el río los llevó tan cerca de McAllen que pudieron ver las luces de la ciudad fronteriza en la distancia.

Desde un lugar que parecía una zona de ranchos, lo llevaron a una camioneta con otras seis personas, pero casi tan pronto como salieron de la camioneta y comenzaron a caminar, pequeños objetos negros comenzaron a volar a su alrededor.

"Mala suerte", dijo. "Drones."

Las autoridades les tomaron las huellas digitales, se documentó su cruce no autorizado, y los devolvieron rápidamente al otro lado de la frontera.

Durante el segundo intento, caminaban por el desierto y todo parecía ir bien hasta que alguien vio a los agentes fronterizos en la distancia.

"Lo bueno es que muchos de la 'migra' (oficiales de inmigración) son gordos" y se pudieron correr de ellos pero no de los perros, explicó.

En el tercer intento, los contrabandistas intentaron que cruzaran en una balsa.

"Pude ver cocodrilos, caimanes, serpientes" en el agua, expresó.

Podía sentir que la balsa comenzaba a desinflarse y le pidió al hombre que lo guiaba que hiciera algo.

"No te preocupes, no te van a morder", le dijo el hombre.

"Mi hermano no quería seguir", agregó, pero después de que finalmente bajaron de la balsa, volvieron a ver la ciudad en la distancia, esta vez con un espacio abierto entre los muros fronterizos. Pero casi tan pronto como la vieron, los agentes comenzaron a correr tras ellos nuevamente.

"Había tantos obstáculos y vimos morir a un joven de 17 años y a un anciano", dijo. Un hombre más joven que viajaba con el hombre mayor tomó la difícil decisión de dejar su cuerpo atrás, expuso Martínez.

Justo antes de que él y su hermano se rindieran, Martínez dijo que los coyotes los habían llevado a un almacén donde volvieron a ver a personas enfermas con lo que creían que era COVID-19. Ellos vieron a los coyotes envolver los cuerpos de los que probablemente habían muerto a causa de la enfermedad en mantas y arrojarlos a camiones. Dado que los camiones iban y venían bastante rápido, Martínez indicó que asumió que tiraban los cuerpos en los alrededores.

Los contrabandistas les dieron a los hermanos una última oportunidad para cruzar, pero una que implicaría caminar por el desierto sin agua.

"Estábamos asustados y sabíamos que no podíamos soportarlo más", señaló.

Les tomó tres días llegar a casa en autobús a San Salvador.

"Estoy alegre", expresó. "Uno conoce su cama, su colchón ... la comida de mi mamá. le doy gracias a Dios".

El gobierno no ofrece ayuda para los repatriados, añadió, pero un sacerdote le ha dicho que intentará ayudarlo a encontrar otro trabajo.

Algunos le preguntan si intentará volver a cruzar la frontera.

"Dije que 'No,' y le dije a la gente que no es fácil", explicó. "Pero si no encuentro un buen trabajo, tal vez lo intentare de nuevo".

Tiene que pagar la deuda que contrajo para hacer el viaje fronterizo y ahora no tiene trabajo.

"Eso me mantiene bastante abatido, me preocupa. No estoy durmiendo bien", acotó. "Le pido a Dios que por favor me abra una puerta".