Durante casi un cuarto de siglo, Edgar López fue todo un pilar de la Iglesia de Santa Ana en Carthage, Mississippi. El dedicado esposo y padre de tres hijos pasó cuatro años estudiando el ministerio pastoral para dirigir mejor los grupos de oración, el ministerio juvenil y la pastoral social. Él hacía generosas aportaciones, tomadas de su salario de mecánico en una planta avícola local.
El 22 de enero, sus restos carbonizados fueron encontrados junto con los de otras 18 personas que estaban dentro y alrededor de un camión baleado en la ciudad fronteriza mexicano-estadounidense de Camargo, en Tamaulipas. López, un trabajador indocumentado de 49 años, que había sido deportado a Guatemala después de una notoria redada de inmigración que hubo en el año 2019 en las plantas avícolas de Mississippi, había intentado regresar a Carthage, para estar con su esposa, sus hijos y sus nietos.
“La gente está en estado de shock. No pueden creer que algo así pueda haber sucedido”, dice el Padre Odel Medina, sacerdote de los Siervos Misioneros de la Santísima Trinidad y párroco de la Iglesia de St. Anne.
La mayoría de los muertos tenían parientes entre la creciente población de trabajadores indígenas mayas de Guatemala que han llegado a Carthage. Los trabajos avícolas eran laboriosos, sucios y peligrosos, pero pagaban más por una hora de trabajo de lo que los guatemaltecos ganarían en dos días en sus poblados.
La mayoría de los migrantes masacrados eran del desesperadamente pobre pueblo de Comitancillo y buscaban trabajos que los estadounidenses habían rechazado en Cartago durante mucho tiempo, dice el Padre Medina.
Dice que era una amarga ironía que, siete meses después de que el gobierno deportara a cientos de empleados indocumentados de la planta avícola, ellos fueran declarados “trabajadores esenciales” durante el COVID-19.
“Si ellos no trabajaban, no habría comida en la mesa de nadie”, dice el Padre Medina.
López creció en el pueblo de Chicajala, en el que la muerte por desnutrición es común. Él no tenía zapatos para ir a la escuela y fue acosado, tanto por los demás estudiantes, como por los maestros.
Su respuesta a ello, era: “Me gustaría ser maestro y cambiar la forma en que se les enseña a los niños”, dice el padre Medina
Durante su adolescencia, él se fue a la ciudad de Guatemala y entró a Estados Unidos a los veintitantos años. Fue deportado un año más tarde, pero pronto regresó con su esposa y su bebé a Carthage. Compraron una casa modesta en la cual criaron a tres hijos, que ahora tienen entre 11 y 21 años de edad.
Organizó las primeras Misas en español en la iglesia de St. Anne. Además de ser lector, ministro extraordinario de la Sagrada Comunión y encargado de los jóvenes, López era el líder de la “directiva” de la iglesia de St. Anne, una junta pastoral de asesoría que se ocupaba de las necesidades de la comunidad latina. Pasó cuatro años estudiando para obtener la certificación en el ministerio hispano por parte del Southeast Pastoral Institute en Miami.
Ya sea que estuviera en un papel de liderazgo o simplemente participando, “él siempre estuvo al servicio de los demás”, escribió el padre Medina en el boletín de la parroquia.
Juanatano Cano, quien desempeña un ministerio entre los guatemaltecos de la Arquidiócesis de Los Ángeles, nunca conoció a López, pero tuvo una infancia similar a la suya. Sus experiencias en la adultez difieren porque Cano, un consultor de desarrollo de liderazgo que está terminando su doctorado, recibió asilo y papeles para trabajar después de ingresar ilegalmente a Estados Unidos a fines de la década de 1980.
Cano atribuye sus primeras dificultades al prejuicio existente contra su herencia indígena.
“El racismo en Guatemala es peor que en Estados Unidos. Decirle a alguien ‘indio’ es el peor insulto cuando se quiere humillar a alguien”, dice.
Él describió a los guatemaltecos indígenas como descendientes de aquellos que sobrevivieron a la conquista española hace 500 años, huyendo al interior del país. Ningún gobierno ha intentado jamás integrarlos a la economía guatemalteca.
“No había dinero para nuestra educación o atención médica”, dice él, “según el gobierno, nosotros somos un obstáculo para la prosperidad de todo el país”.
La gente del pueblo de Cano sufría un retraso en el desarrollo, tanto físico como intelectual, debido a la desnutrición. “Ellos dijeron que somos estúpidos, que no queremos aprender, que no queremos tener éxito”, dice.
En 1981, se intensificó la prolongada guerra civil de Guatemala. “Vi a los militares bombardear pequeños pueblos y pequeñas aldeas indígenas. Le dije a mi mamá: ‘Vámonos de aquí. Van a acabar con nosotros”, dice Cano.
Ella no quería irse. Así que, en 1982, a los 13 años, él se fue solo a la ciudad. Allí hacía labores domésticas a cambio de alojamiento y comida, asistiendo a la vez a la escuela nocturna. Cuando vio que su diploma de la escuela secundaria no le brindaba oportunidades para progresar, viajó en autobús y en tren a través de México, cruzando a pie la frontera hacia California.
“En ese tiempo no era tan difícil como ahora”, dice.
Se graduó de la universidad, enseñó matemáticas durante 15 años, obtuvo su certificado de director y luego hizo un cambio de carrera hacia la formación de liderazgo. Es consultor del Subcomité de Asuntos Indígenas Americanos de los Obispos Católicos de Estados Unidos. Y es voluntario en la Iglesia de la Inmaculada Concepción, en la Iglesia de la Santa Cruz y en la Iglesia La Placita, en Los Ángeles.
Los migrantes guatemaltecos de hoy traen los mismos sueños y necesidades que él, dice. Y culpa al gobierno de Guatemala por el sufrimiento que ellos padecen.
Incluso para los estándares estadounidenses, los costos de la atención médica son altos en Guatemala, dice él. Al menos dos de los migrantes que fueron asesinados con López buscaban trabajo para pagar la atención médica de familiares: cirugía para un bebé con labio leporino y medicamentos para una madre con diabetes.
“Estas personas murieron porque querían ganar un poco de dinero para una cirugía como ésa, que era tan básica. ¿Por qué el gobierno guatemalteco ignora esto? ¿Por qué? ¿Por qué? Me enferma pensar en ello”, dice.
“Por eso la gente abandona su país, porque son conscientes de que es peligroso, pero toman el riesgo, incluso sabiendo que podría llevarlos a la muerte”.
Los traficantes de personas, conocidos como “coyotes”, están atrayendo clientes afirmando que la administración de Biden ha abierto la frontera, dice Cano.
“Les están diciendo que vengan y que en Estados Unidos se les aceptará y se les dará un estatus legal”, dice Cano. “Le están mintiendo a la gente”.
La doctrina social católica llama a las naciones a regular sus fronteras de manera humana, reconociendo tanto la seguridad, como el derecho humano a migrar en busca de alimentos, atención médica y seguridad, dice Christopher Ljundquist, asesor para América Latina de la Oficina de Obispos de Estados Unidos a favor de la Justicia y la Paz Internacionales. La Iglesia ve la inmigración como una fuente de desarrollo económico y no como un obstáculo para él, dice.
Sin embargo, aproximadamente desde el año 2010, el viaje a través de México se ha vuelto mucho más letal a medida que los cárteles se han ido volviendo cada vez más violentos.
“Los migrantes que van de camino a Estados Unidos son la presa perfecta para estos cárteles asesinos, que los orillan por la fuerza a ser víctimas del tráfico de personas, los secuestran, los extorsionan y, como hemos visto, los asesinan a sangre fría sin el menor escrúpulo”, dice.
Muchos cárteles promueven la devoción a una “horrible mujer, figura de la muerte” cuyo nombre es la “Santa Muerte”, dice.
Cualquiera que esté considerando la migración, dice, debe comprender que “el viaje hacia el norte es peligroso, que en el camino hay asesinos que con frecuencia literalmente adoran a la muerte y que [los migrantes] son vistos por los cárteles como una mercancía humana”.
Las redadas de inmigración de agosto de 2019 que llevaron a la deportación de López fueron noticia nacional. De los casi 700 trabajadores detenidos, dos tercios de ellos permanecieron en los Estados Unidos. López fue deportado como un delincuente reincidente debido a su anterior deportación en la década de 1990.
Pasó casi un año detenido, sobreviviendo el COVID-19 en lo que atendía a los presos.
“Nunca perdió la fe, incluso con esas terribles experiencias por las que había pasado”, dice el Padre Medina. “Cuando estaba en el centro de detención, me llamó y me pidió libros y rosarios para formar un grupo de oración. Dice que, incluso en esas circunstancias, uno siempre clama a Dios”.
Mucha gente de Carthage intentó ayudar a los detenidos. La iglesia de St. Anne's organizó una clínica legal. El Padre Medina acompañó a López a la corte.
“Intentamos hacer todo lo posible por él, luchar por su libertad, decir que él era una persona de carácter”, dice.
El juez federal dijo que López era el tipo de hombre que le gustaría tener como vecino, pero dijo que la ley le ataba las manos. “Me duele el corazón ver lo que esta gran nación te está haciendo”, le dijo a López al ordenar su deportación.
En julio de 2020, López fue trasladado en avión a Guatemala. Al estar trabajando como voluntario en la parroquia que había construido a través de sus donaciones, extrañaba a su familia.
“Traté de proporcionarle apoyo, oración y guía espiritual”, dice el Padre Medina.
Sin embargo, cuando el sacerdote se fue de vacaciones a fines de diciembre, López no había dicho nada acerca de su regreso. “Yo creo que quería que fuera una sorpresa”, dijo el Padre Medina.
López contrató a un coyote local de confianza, dice el padre Medina. El grupo partió el 12 de enero. Sus familias tuvieron noticias suyas por última vez el día 21 de enero.
Al día siguiente, “el coyote llamó a su familia en Guatemala y les dijo que todos habían sido asesinados”, dijo el padre Medina. “El coyote tenía un hijo que estaba con el grupo y que también fue asesinado”.
Los investigadores mexicanos encontraron cuerpos quemados y ya totalmente irreconocibles en un camión atravesado por 113 balas. La identificación vino a través del ADN. Doce oficiales de policía fueron arrestados para ser asesinados, aunque las autoridades no han identificado el motivo de ello. Se especula desde que se haya tratado de una identificación errónea hasta que un cártel se haya opuesto a permitir que otros trasladaran su mercancía humana dentro de su territorio.
Guatemala declaró tres días de duelo nacional. El presidente de la nación recibió en el aeropuerto los ataúdes envueltos en banderas, en una ceremonia que fue televisada en vivo por todo el país.
El Padre Medina asistió al funeral de las víctimas de Comitancillo, el cual se llevó a cabo en una cancha de fútbol. Un sacerdote local denunció la injusticia que obligó a los aldeanos a buscar trabajo en otro país y la deportación de un hombre que había sido un apreciado vecino durante dos décadas.
La migración no se detendrá, dice el padre Medina. Mientras estuvo allí, dos familias le pidieron que bendijera a sus hijos con motivo de su viaje al norte.
Los hombres de la parroquia cargaron el pesado ataúd sobre sus hombros para llevarlo a enterrar en la parroquia de su aldea, en Chicajalaj, a una hora de caminata por un camino difícil y montañoso. Le dijeron al Padre Medina que el llevar el ataúd sobre sus hombros era una tradición para honrar a quienes habían hecho grandes contribuciones a la comunidad.
“He sido testigo del entierro de un apóstol, de un hombre que reconoció el llamado de Dios y que vivió su vida bautismal con gran esperanza”, escribió el Padre Medina a sus parroquianos.
“Ahora Edgar va a gozar de la presencia de Dios. Que el alma de Edgar y el alma de todos sus compañeros por la misericordia de Dios, descanse en paz”.