La noción de diálogo se ha atrofiado en nuestra cultura estadounidense, ya que las divisiones partidistas, raciales, económicas e ideológicas han socavado el civismo y la propuesta básica de que podemos aprender de un diálogo con aquellos con los que no estamos de acuerdo. Como consecuencia, el "espacio social" para el diálogo en nuestra vida política, social y religiosa se ha reducido. Desconfiamos de muchos foros de diálogo que en el pasado han sido fuentes fructíferas para alimentar la solidaridad y la sabiduría. A veces desesperamos de la posibilidad misma de dialogar sobre cuestiones clave que son vitales para el futuro de nuestra sociedad, nuestra nación y nuestro mundo.

Por esta razón, tres conceptos que son centrales en el viaje sinodal, en el que la iglesia se ha embarcado este año, son especialmente bienvenidos y proporcionan una oportunidad para renovar el diálogo en los Estados Unidos.

El primero de ellos es el concepto de encuentro. El Papa Francisco ha subrayado que cada vez que entramos en diálogo, debe ser desde una postura de respeto y no desde un deseo de cambiar al otro. El encuentro parte del reconocimiento de la gracia en la vida y las reflexiones de nuestros interlocutores en el diálogo. No busca dominar ni convencer, sino descubrir la sabiduría que hay en el corazón del otro. Francisco modela la noción de encuentro a partir de la relación que Jesús tiene con los que encontró en esta tierra, y con nosotros. Está llena de amor y compasión, y del profundo reconocimiento de que todos somos hijos del Dios que es Padre de todos nosotros.

Un segundo concepto sinodal que habla de la reparación de nuestra cultura del diálogo en los Estados Unidos es el concepto de escuchar. Debemos escuchar de verdad en el diálogo, y no limitarnos a preparar nuestra refutación. Escuchar es el respeto que debemos a los demás en reconocimiento de su igual dignidad. Escuchar surge del reconocimiento de que tenemos mucho que aprender. La escucha comprende que la gracia del conocimiento y la sabiduría no son posesiones que deban atesorarse, sino dones que se encuentran incluso en los lugares y momentos más inesperados.

Un tercer imperativo sinodal que puede ayudar a curar la corrosión del diálogo genuino dentro de los Estados Unidos es la llamada a hablar con honestidad y franqueza en el diálogo. En cada conversación sinodal se nos pide que transmitamos nuestros verdaderos pensamientos, honesta y claramente, sin pretensiones ni distorsiones.

Esta honestidad fomenta el intercambio genuino de ideas y creencias que puede ser la base para la construcción de una verdadera solidaridad en la sociedad y en nuestras relaciones personales. Este tipo de honestidad -que es directa, pero no hiriente; informativa, pero no abrumadora, comunicativa y no estilizada- es esencial para el diálogo en todos los niveles, desde nuestra vida familiar hasta nuestras comunidades religiosas, pasando por la política y el gobierno.

El mandato del proceso sinodal señala la importancia de la comprensión mutua como objetivo de un diálogo sustantivo y significativo. Pero ese diálogo no es fácil. Nos llama a profundizar en nuestras conversaciones con los miembros de nuestra familia, y a profundizar también en nuestra compasión. La búsqueda del entendimiento mutuo nos llama a trabajar por la unidad y la solidaridad entre las comunidades religiosas de nuestro país, un objetivo que hemos dejado de lado en la vida de la Iglesia.

Quizás, lo más importante de todo, es que estamos llamados a cambiar el tono del diálogo en nuestra nación para desterrar la estridencia y la división y promover una conversación y un entendimiento genuinos. La propia crudeza de nuestra cultura política en este momento hace que este objetivo parezca casi imposible.

Pero la visión del diálogo de la Iglesia no admite el derrotismo ni el aislamiento. Trata de aprovechar los diálogos interreligiosos que tanto han contribuido al entendimiento durante los últimos sesenta años. Intenta fomentar un mayor reconocimiento de las gracias y las injusticias que caracterizan a nuestra nación. Destaca los numerosos momentos y elementos unificadores de nuestra sociedad y gobierno. Y se centra en la construcción de una solidaridad entre todas las personas que se basa en el reconocimiento fundamental de que todos hemos sido agraciados por Dios, que nos ha dado todas las bendiciones que conocemos en esta vida.

Dando testimonio de esos dones podemos construir una auténtica unidad basada en la disposición fundamental de la gratitud. Y en esa unidad podemos encontrar el fundamento más seguro para la construcción de una cultura del diálogo y del encuentro.

El cardenal designado McElroy ha sido el obispo de San Diego desde 2015. El 29 de mayo, el Papa Francisco anunció que creará 21 nuevos cardenales el 27 de agosto, incluyendo al obispo McElroy, de 68 años.