Para aquellos que ignoran casi todo lo relacionado con las redes sociales, puede resultar abrumador pensar en encontrar un modo de participar en ellas, especialmente cuando esto tiene que ver con la manera en que las utilizan sus hijos o sus nietos.

Y se trata de un tema serio: vigilar la manera en que nuestros hijos usan las redes sociales es algo que nos puede inspirar bastante temor, incluso a aquellos de nosotros que somos un poco más sofisticados en el uso de las redes sociales.

Recuerdo la primera vez que mis estudiantes universitarios me explicaron por primera vez que su uso de Instagram no es todo lo que parece. Con frecuencia existe una cuenta “real” de Instagram, a veces denominada “Rinsta”, en la que los jóvenes cultivan cuidadosamente su imagen y opiniones, que están dirigidas ahí a una audiencia más pública, inclusive, en muchos casos, a adultos. Pero suele también haber una cuenta de Instagram, “Finsta” o “falsa”, que está oculta a la vista del público y en la que sólo unos cuantos amigos selectos y cercanos pueden ver la versión —aparentemente sin adornos— de quiénes son.

“A ver si lo entiendo bien”, les dije a mis alumnos. “¿La cuenta ‘real’ de Instagram es su falso yo, mientras que la cuenta ‘falsa’ es en realidad su verdadero yo?”

Y ellos asintieron con la cabeza.

Aparte de la naturaleza profundamente confusa de esta formulación —y de la pregunta sobre si los jóvenes son siquiera conscientes de quiénes son, independientemente de lo que proyectan de sí mismos en las redes sociales—, esto da qué pensar respecto a cuántos padres de familia piensan que, de hecho, tienen un buen manejo de lo que sucede con sus hijos en las redes sociales, cuando en realidad no tienen la menor idea de ello.

Yo estoy teniendo un despertar similar por lo que respecta a TikTok —esa aplicación de redes sociales perteneciente a los chinos— que les permite a los jóvenes crear y compartir todo tipo de videos de modos nuevos y creativos.

Yo suponía que sería una moda pasajera, que pasaría una vez que los chicos se dieran cuenta de que podían hacer cosas similares en lo que yo pensaba que eran aplicaciones más establecidas y fuertes, como YouTube. Yo asocié esta aplicación principalmente a videos divertidos de juegos que muchos de nosotros solíamos jugar: como evitar que el globo golpee el suelo. O con el fenómeno “Sea Shanty” de hace varios meses, esa colaboración verdaderamente impresionante de cantantes y músicos talentosos de todas partes del mundo que se unen unos a otros en la interpretación de canciones como “The Wellerman”.

Pero a principios de este mes me enfrenté con la realidad: TikTok ya ha superado a YouTube en lo que respecta al “tiempo promedio de visualización” en Estados Unidos y en el Reino Unido. De acuerdo a lo que dice la BBC, este desarrollo, ha “trastocado” la transmisión y el panorama de las redes sociales.

Luego, unos cuantos días más tarde, recibí otra llamada de atención sobre la realidad del contexto que realmente se les está ofreciendo a nuestros hijos, al leer un artículo del Wall Street Journal (WSJ) que describe la manera en la que “TikTok les está ofreciendo sexo y drogas”.

¿Sabía usted que un niño de 13 años puede registrarse para obtener una cuenta de esta aplicación, buscar un tema relacionado con el sexo o las drogas y, a través del algoritmo de TikTok, recibir una dieta constante de sexo y drogas en los videos principales que se le muestran cuando navega ahí?

Las investigaciones del WSJ encontraron que algunos de los videos sugerían explícitamente relaciones sexuales entre adultos y niños. Uno de los videos, por ejemplo, incluía la voz de un hombre dándole instrucciones a una joven que llevaba un leotardo de látex. “Siéntete con la libertad de llorar”, dijo la voz. “Ya sabes que eso es lo que más le gusta a papá”.

Según el WSJ, cuando ellos prestaron más atención a este tipo de videos, el algoritmo de TikTok, “los acorraló en un rincón (de perversión) que muchos usuarios llaman “KinkTok”, que despliega látigos, cadenas y dispositivos de tortura. Con el tiempo, prácticamente todo el feed de este usuario quedó dominado por este contenido, conduciéndolos, inclusive a algunos rincones oscuros cuyo material, que debería estar prohibido, eludía el escrutinio de la aplicación.

En todo caso, las noticias acerca de la relación de TikTok con las drogas son, peores.

El detenerse a ver un video de una mujer joven en busca de marihuana llevó a la sugerencia de ver un video de un pastel con temática de marihuana, lo que a su vez llevó a “la mayoría de los siguientes mil videos que promueven las drogas y el uso de ellas, incluyendo la marihuana, las drogas psicodélicas y los medicamentos controlados”.

Descrito por el WSJ como una “máquina de adicción”, que cuenta con un algoritmo mucho más poderoso que el de YouTube, TikTok aprende muy rápidamente cuál es la mejor manera de abrirse camino en las partes primordiales del cerebro del usuario para mantenerlo navegando ahí todo el tiempo que sea posible.

Esto, unido a la distorsión general e intencional que las redes sociales hacen respecto a la realidad, ha llegado a poner a nuestros jóvenes en un riesgo muy, muy serio. Los índices de depresión y ansiedad de ellos se están disparando. Las tasas de suicidio también están aumentando drásticamente, especialmente entre las niñas. Los niños están cada vez más desorientados y se están desviando del camino que los conduce hacia la educación superior.

Si los padres quieren darles a sus hijos la mejor oportunidad de cimentarse en lo que es real, en lo que la vida ofrece y en lo que es de Dios, es bien conocido que aplicaciones como Instagram, Snapchat, YouTube y Tinder pueden incluir estos objetivos. Pero, si usted es como yo, es posible que haya descartado a TikTok como una pequeña aplicación divertida de videos.

Pero ése no es, definitivamente, el caso. Es posible que sea la peor aplicación de todas. Y esto sí exige nuestra máxima atención.

Charles C. Camosy es profesor asociado de teología y bioética en la Universidad de Fordham. Su libro más reciente es “Losing Our Dignity: How Secularized Medicine is Undermining Fundamental Human Equality” (New City Press, $ 22.95).