ROMA — Dentro de seis meses, las elecciones de mitad de período de Estados Unidos ofrecerán la primera verdadera indicación electoral de la dirección que parece estar tomando el país. El partido de un presidente por lo común pierde escaños durante la primera mitad de su mandato. Durante los últimos 100 años, se han perdido, en promedio, unos 30, y los bajos índices de aprobación del presidente Joe Biden parecen respaldar la perspectiva de que ocurran victorias republicanas.
Por otro lado, las cifras que favorecen al expresidente Donald Trump son tan bajas como las de Biden, y no hay certeza de que los estadounidenses estén dispuestos a secundar a un partido que está aún dominado por Trump. En las encuestas de las boletas genéricas, en donde se le pregunta a la gente si es probable que vote por los demócratas o por los republicanos en las elecciones intermedias, parece haber un empate.
Da la casualidad de que varios acontecimientos de este otoño parecen también ofrecer pistas sobre la dirección futura que emprenderá la Iglesia Católica, aunque ninguna de ellos es tan explícita como la votación que ocurrirá concretamente en Estados Unidos.
Por un lado, el proceso extraordinario dispuesto para el Sínodo de 2023 de los Obispos—el sínodo sobre la sinodalidad— llegará a la mitad de su camino. La nueva fecha límite para que las conferencias episcopales y las iglesias orientales presenten sus síntesis de las aportaciones que recibieron durante la fase de escucha diocesana del proceso es el 15 de agosto.
(Nota de pie de página: no sé quién tuvo el sentido del humor de establecer esa fecha límite porque en Italia, el 15 de agosto es el festival del “ferragosto”, que es un momento en el que absolutamente toda la gente del país está de vacaciones y se encuentra en las montañas o en la playa Se podía igual haber fijado como fecha límite el 15 de septiembre, porque no va a haber nadie en las oficinas como para trabajar con el material que llegue mucho antes de esa fecha).
Esas síntesis, suponiendo que sean reveladas al público —y, seamos sinceros, el Vaticano también podría publicarlas formalmente, porque de todos modos se filtrarán inevitablemente— proporcionarán una idea de cómo están reaccionando los grupos de obispos ante esta práctica y qué temas consideran ellos que deberían estar a la cabeza de la lista de tareas pendientes de la Iglesia.
El 11 de octubre de este año se cumplirá también el 60º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, esa reunión masiva de obispos de todo el mundo que estructuró a la Iglesia moderna y cuyo legado define todavía las principales fallas del debate católico.
No hay suficiente claridad aún sobre el modo en el que el Vaticano planea celebrar ese acontecimiento. Sin embargo, puede pensarse con alguna certeza que las universidades católicas de todo el mundo, los medios de comunicación católicos, las organizaciones y los movimientos católicos y otros personajes del escenario eclesiástico realizarán simposios, publicarán documentos, organizarán conferencias y emitirán comunicados de prensa, todo lo cual proporcionará otra manera de medir la temperatura de la Iglesia en este momento crítico.
Casualmente, el día 11 de octubre se conmemora también otro aniversario importante para la vida católica. En esa fecha, pero del año 1992, el Papa Juan Pablo II promulgó el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, un compendio de la doctrina católica preparado por una comisión encabezada, en aquel entonces, por el Cardenal Joseph Ratzinger. Y el secretario de la comisión era un joven obispo auxiliar y distinguido teólogo dominicano de Viena, Austria, llamado Christoph Schönborn, que es ahora un cardenal y aliado del Papa Francisco.
En ese tiempo, los católicos liberales se opusieron al catecismo, no sólo por su contenido sino por la idea misma de que la Iglesia debiera tener un solo volumen oficial que contuviera su doctrina. En el pasado, señalaban esos críticos, los catecismos se publicaban regionalmente, como el famoso Catecismo de Baltimore, de Estados Unidos, lo cual reflejaba la diversidad de la Iglesia universal.
Como resultado de esto, la cantidad de iglesias locales que elijan celebrar el aniversario del catecismo del Papa Juan Pablo II, comparado con el número de las que lo ignoren, ofrecerá también otro indicador de la postura actual de la Iglesia.
Finalmente, está también presente la realidad tácita de que varios personajes de la Iglesia ya están pensando en el próximo cónclave, es decir, en la siguiente elección papal.
Algo de esto tiene que ver con el aspecto de la salud del Papa Francisco, dado que él ya tiene 85 años, posee un solo pulmón, sufre de un caso grave de ciática y tiene ahora una rodilla lesionada que limita su movilidad. Por otra parte, nada de eso parece impedirle estar programando un itinerario de viaje para este verano que avergonzaría a Grateful Dead, haciendo escalas en el Líbano, posiblemente en Jerusalén, en la República Democrática del Congo, en Sudán del Sur y en Canadá.
Sin embargo, gran parte de la especulación, se debe simplemente al hecho de que una parte de la Iglesia nunca se entusiasmó con este pontificado y está ansiosa porque haya una transición. Hace poco le pregunté a un amigo de Europa del Este cuántos obispos de su país votarían para reelegir al Papa Francisco en una votación secreta y él me contestó que dos, ambos designados directamente por este Papa. El resto, dijo, están confundidos y alarmados por lo que están viendo ocurrir en Roma y están contando los días para que cambien los vientos que impulsan a la Iglesia.
Por muy prematura que sea, esa conversación sobre el siguiente Papa seguramente continuará, y puede que se acentúe al acercarse los diversos aniversarios y acontecimientos que se conmemorarán durante el año.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, este otoño debería proporcionarnos una buena prueba de cómo están las cosas tanto en Estados Unidos como en la Iglesia, aun si del lado católico, no quedarán claramente definidas en blanco o negro, como será el caso de las elecciones concretas.
John L. Allen es el editor de Crux.