Jessie Tappel nunca tuvo la intención de abrir su propia práctica de asesoramiento clínico. Ella, que es una terapeuta profesional con licencia y una supervisora clínica aprobada, había estado atendiendo satisfactoriamente a sus clientes, dándoles psicoterapia en una clínica basada en principios de fe y ubicada cerca de Washington, D.C.

Su carga de trabajo podía compaginarse fácilmente con las labores que tiene que desempeñar como miembro de la facultad y como administradora de la Universidad de la Divina Misericordia, una escuela de posgrado de Sterling, Virginia, que se especializa en terapias y estudios psicológicos.

Pero en enero de 2021, casi un año después de la pandemia de COVID-19, ella se sintió al límite de sus fuerzas.

El motivo de esto es lo que los profesionales de la salud mental llaman la fatiga por compasión. Y miles de profesionales estadounidenses de la salud mental lo están experimentando.

“Además de estar disponibles para nuestros clientes, tenemos que manejar nuestros propios factores estresantes. La pandemia ha sido la primera ocasión en la que los profesionales de la salud mental están atravesando, colectivamente, la misma experiencia traumática que sus pacientes y al mismo tiempo”, dice ella.

Tappel, al igual que sus colegas, notó que le costaba experimentar empatía hacia sus pacientes y que estaba perdiendo el sentido del humor. “Esos son los primeros signos del agotamiento”, dijo. “Empecé a tener problemas para hacer la transición de las sesiones en persona a las sesiones por Zoom. Lo inmaterial de los encuentros fue algo desconcertante”.

El hecho de abrir su propia práctica, dice Tappel, “fue una manera de tomar el control de una situación cambiante a la que no tuve más remedio que adaptarme.

Las historias de especialistas clínicos como Tappel describen la lucha que se avecina contra lo que algunos llaman la siguiente pandemia mundial. Las tasas de depresión, ansiedad, abuso de sustancias, trastornos alimentarios, suicidio e ideación suicida están aumentando, sin excluir a ningún grupo demográfico. Sigue siendo un enigma apremiante el saber cómo satisfacer la creciente demanda de servicios clínicos.

Una solución obvia es aumentar la cantidad de profesionales disponibles, ofreciendo incentivos para que más personas obtengan un título en este campo. Otra es permitir que los profesionales con licencia traten a los pacientes a través de telesalud, más allá de las fronteras estatales, cosa que 14 estados ya les permiten realizar actualmente a los psicólogos.

Pero a falta de una afluencia inmediata de profesionales, muchos dicen que se necesita una red y una fuerza laboral de salud mental más amplia para salvar vidas y para ayudar a quienes están angustiados. Los expertos dicen que esta red deberá involucrar a padres, cuidadores, maestros, pediatras, maestros y administradores escolares que estén capacitados tanto en métodos de prevención como en maneras de identificar situaciones de emergencia.

“Los consejeros de salud mental no son aquellos a quienes se recurre en primera instancia”, dice Tappel. “Cuando la gente necesita ayuda, acude primero a gente que ya conoce y en quien confía”.

De igual modo, la Iglesia Católica tiene sus propias categorías de trabajadores de primera línea: sacerdotes, religiosas, líderes ministeriales y educadores católicos, por nombrar a algunos cuantos. ¿Qué papel podrían ellos desempeñar en el futuro de la atención a la salud mental? ¿Es el cuidado de la salud mental parte de la misión de la Iglesia o es algo que se encuentra más allá de su competencia? Y, ¿pueden los católicos ofrecer algo propio de ellos para ayudar a detener esta marea?

Amy Shipman, directora de asesoramiento de Caridades Católicas de Oklahoma City, ilustra el asesoramiento a distancia en medio de la pandemia de coronavirus. (Foto de CNS/cortesía de Catholic Charities, Archidiócesis de Oklahoma City)

Salud mental y enfermedad, expresados en cifras

Para comprender la gravedad de la crisis posterior al COVID-19, el punto de partida quizás más revelador y desconcertante sea el que se refiere a los niños y adolescentes estadounidenses.

Un estudio reciente del CDC reveló que el 20 % de las hospitalizaciones de adolescentes a principios de 2021 fueron por emergencias psiquiátricas, en tanto que las visitas a la sala de emergencias por intentos de suicidio aumentaron casi en un 50 % en lo que respecta a las adolescentes.

El Children's Hospital, de Oakland, California, informó de un aumento del 66 % de niños de 10 a 17 años que dieron señales de ideación suicida en 2020. Las hospitalizaciones por trastornos alimentarios aumentaron un 75 % en ese mismo año.

Los casos de abuso y negligencia infantil no se denunciaron o se denunció una escasa cantidad de ellos durante el cierre de las escuelas y fue difícil encontrar terapias sobre duelo para los niños que perdieron a uno o más de sus padres o cuidadores a causa del COVID.

Además, se dieron mayores tasas de inicio o de aumento del abuso de sustancias en adultos jóvenes. El CDC encontró que los adultos jóvenes reportaron las cifras más altas de ansiedad y depresión que cualquier otro grupo de edad (69.2 % reportaron una de las dos cosas o ambas).

A estas alturas, casi todos los investigadores están de acuerdo en que los decretos de encierro y el cierre de las escuelas están relacionados con el aumento en el aislamiento y la ansiedad entre los jóvenes. Pero otros señalan que los niños y los adolescentes ya estaban manifestando cada vez más sentimientos de desesperanza y tristeza desde antes de la pandemia. COVID, según piensan, fue solamente un acelerador de la situación.

Jean Twenge, psicóloga de la Universidad Estatal de San Diego, dice que la investigación sobre la salud mental durante la pandemia y antes de ésta sigue corroborando su hipótesis de que las crecientes tasas de depresión y enfermedades mentales entre niños y adolescentes están más relacionadas con el uso de las redes sociales que con cualquier otra cosa.

“Estamos sufriendo a causa de una crisis que hasta hace poco la gente no se atrevía a mencionar en voz alta”, le dijo Mitch Prinstein, director científico de la Asociación Estadounidense de Psicología, a The Washington Post en el mes de marzo. “Básicamente, hemos descuidado a nuestros propios hijos durante décadas. Y es debido a que hemos pasado décadas sin hacer nada por los niños, que estamos presenciando este aumento de casos”.

La Dra. Sarah Vinson, profesora asociada de psiquiatría y pediatría en la Facultad de Medicina de Morehouse, señala que la adolescencia y la adultez temprana son, por su naturaleza misma, momentos de transición durante los cuales los jóvenes buscan orientación. Sin embargo, la gente a la que normalmente recurren en busca de consejos no ha atravesado situaciones como éstas anteriormente”, le dijo ella a The New York Times, en 2020. Esa incertidumbre puede llevar a la desesperanza sobre el futuro.

“La desesperanza es uno de los grandes impulsores del suicidio”, explicó. “Normalmente, el asunto no es querer estar muerto sino, más bien, no querer vivir de ese modo, trátese de lo que se trate”.

En el peor de los casos, los tiempos de espera para tener acceso a citas con psicólogos infantiles han llegado a alcanzar entre nueve y 12 meses en algunas ciudades de Estados Unidos. The New York Times informó que incluso antes del COVID, había alrededor de 8,300 psiquiatras y 4,000 psicólogos para 15 millones de niños con problemas de salud mental tratables.

California espera que la nueva legislación equilibre esa discrepancia. El superintendente estatal, Tony Thurmond, está intentando lograr que se apruebe un proyecto de ley que contrataría a 10,000 médicos dedicados a la atención de la salud mental para que atiendan a sus 6,3 millones de estudiantes. Los profesionales recibirían subvenciones de $25,000 a cambio de dos años de servicio en áreas con grandes necesidades.

Otra barrera importante para obtener ayuda incluye el costo del tratamiento. Las compañías de seguros de Estados Unidos pagan, en promedio, menos por los profesionales de la salud mental que por los médicos de atención primaria. Y aunque algunos profesionales ofrecen escalas de costos flexibles, otros no pueden asumir las pérdidas que resultan de reducir los costos.

Lamentablemente, a los adultos estadounidenses tampoco les está yendo bien. Las “muertes por desesperación” o las fatalidades causadas por suicidio, sobredosis o abuso de sustancias y/o alcohol, siguen aumentando y se reportan tasas increíblemente altas de ansiedad y depresión en hombres y mujeres.

Gallup lo expresó de la siguiente manera:

El hecho de protegerse durante el COVID-19; el diario temor de perder el trabajo; el miedo cotidiano a que un ser querido afectado muera de COVID-19; la situación de que los niños permanezcan en casa, en la escuela remotalo cual causa un retraso en el aprendizaje y, al mismo tiempo, la separación de los amigos, los cambios dramáticos respecto al modo y lugar en el que trabajamos… y lo más grave: la inimaginable ansiedad de no saber qué vendrá después, son variables que, tomadas en conjunto, provocan un daño a la salud tan grave como el virus o incluso peor”.

Mucha gente todavía está lidiando con un dolor no resuelto, provocado por la pandemia. Incontables trabajadores de primera línea están sufriendo por el trastorno del estrés postraumático, provocado por los repetidos y repentinos aumentos de casos de COVID-19, así como por la escasez de personal y de equipos. Y los terapeutas matrimoniales dicen que los casos que atienden se han disparado.

Aunque no todos los adultos están angustiados, muchos describen su estado mental actual en términos de lo que los profesionales llaman fatiga de la resistencia”, o el agotamiento que surge por tener que mantener una actitud positiva cuando hay tanto que aún se desconoce o que está cambiando.

La espiritualidad y la práctica religiosa son factores importantes para superar el trauma. David Rosmarin, profesor asociado de la Escuela de Medicina de Harvard y director del Programa de Salud Mental y Espiritualidad del Hospital McLean, expresa en un escrito que publicó en Scientific American, que “el único grupo que vio mejoras en cuanto a salud mental durante el año pasado fueron aquellos que asistieron a celebraciones religiosas, por lo menos semanalmente (ya sea de forma virtual o presencial).

La investigación y el trabajo de Rosmarin se han enfocado a ayudar a otras personas de su campo a que incorporen la vida espiritual de sus pacientes dentro su terapia, ya que esto produce mejores resultados. Él lamenta que “casi el 60 % de los pacientes psiquiátricos quieren hablar sobre la espiritualidad dentro del contexto de su tratamiento… y, sin embargo, rara vez les brindamos esa oportunidad”.

De qué modo pueden los líderes religiosos desempeñar un papel en la crisis

El diácono Ed Shoener, de la Diócesis de Scranton, Pensilvania, no podría estar más de acuerdo en que la fe, especialmente el catolicismo, puede aportarle un modo particular de sanación a la gente afectada por enfermedades mentales.

En 2019, tan sólo tres años después de que su hija Katie muriera por suicidio, Shoener fundó la Asociación de Ministros Católicos de la Salud, después de recibir una respuesta abrumadora ante la esquela que escribió para su hija, en donde dijo que Dios “me dio un palo en la cabeza para que yo considerara participar en un ministerio de salud mental”.

Las palabras de Shoener sobre Katie las cuales se hicieron virales le suplicaban a la gente que no redujeran a quienes padecen de una enfermedad mental, meramente a esta condición, haciendo notar que ellos simplemente requieren de más recursos y apoyo, al igual que quienes padecen de cáncer o de cualquier enfermedad física. Él explicó que Katie amaba a Jesús y que ella simplemente perdió una batalla contra el trastorno bipolar que padecía.

El diácono Ed Shoener habla en OneLife LA el 22 de enero. (Víctor Alemán)

Después de buscar a fondo en Internet y de enterarse de que la Diócesis de San Diego era la única diócesis católica romana con un ministerio de salud mental organizado, él se puso en contacto con el obispo auxiliar de San Diego, John Dolan, que perdió dos hermanos suyos por suicidio. Juntos crearon esa asociación, que tiene como objetivo hacer que el ministerio de salud mental sea una parte esencial de la vida parroquial, al igual que el ministerio de duelo, el ministerio de prisiones o el de apoyo social.

Parte de la misión de Shoener es ayudar a los católicos a que comprendan la distinción entre ministerio y terapia. Los ministros, explicó, pueden ser capacitados para detectar cuándo es necesario que alguna de las personas a quienes acompañan sea canalizada con un profesional y para que sepan a dónde enviarla. Pueden ser capacitados en lo que se llama “primeros auxilios de salud mental” y en acompañar a quienes cuidan de alguien que padece una enfermedad mental.

“Nuestro trabajo es hacerle saber a la gente que Cristo está con ellos en medio de sus problemas, incluso en medio de la psicosis, de la ideación suicida o después del suicidio de un ser querido”, le dijo Shoener a Angelus. “Con demasiada frecuencia, las personas se sienten abandonadas o estigmatizadas a causa de una enfermedad”.

Para empezar a desempeñar un ministerio en su parroquia de Brookline, Massachusetts Emily Johnson, estudiante de posgrado en trabajo social en Boston College, acudió con el diácono Shoener.

Yo estaba buscando un grupo en el que convergieran la fe y la salud mental”, dijo ella. Después de hablar con su párroco, Emily empezó a desempeñar un ministerio en el que hay reuniones una vez al mes y que atrae entre 10 y 12 personas en cada sesión.

Ella dice que con demasiada frecuencia los católicos, y en especial los adultos jóvenes, sufren en silencio porque se enfrentan a la comparación con lo espiritual, a la vergüenza y a la sensación de que la gente de fe no debería padecer de estas cosas. Emily dirige ahí las oraciones y las discusiones sobre temas que van desde cómo manejar el ayuno durante la Cuaresma cuando se tiene un trastorno alimentario hasta cómo el hecho de perdonarse a uno mismo es tan importante como el asistir a misa y confesarse, para encontrar la paz.

Shoener ha sido testigo de cómo la gente de su propia parroquia ha encontrado la libertad y la sanación, inclusive aquellos que, décadas atrás, perdieron a un ser querido por suicidio o adicción.

El obispo auxiliar John P. Dolan de San Diego en 2017. (Foto CNS /David Maung)

“Durante mucho tiempo, la gente temía ser juzgada, temía escuchar que su ser querido estaba en el infierno”, dice él. Pero aquí “hablamos de qué tan comunes son estas enfermedades y de cómo el Papa Juan Pablo II cambió el concepto que se tiene al respecto”.

Un ejemplo, dice Shoener, es el modo en el que la Iglesia ha empezado a hablar sobre la enfermedad mental, ya menos como una cuestión de pecado y de culpabilidad, y más en términos de enfermedad. Él le hace notar a la gente que el Catecismo revisado de la Iglesia Católica habla de la oración que la Iglesia realiza por aquellos que mueren a causa de una enfermedad mental.

El panorama de la Iglesia también está cambiando. Los miembros del clero, tales como el obispo James Conley de Lincoln, Nebraska, han hablado abiertamente acerca de sus propias dificultades y tratamientos, y la Iglesia ha promovido las causas de canonización de figuras tales como el beato Rutilio Grande, que padec una enfermedad mental.

El Papa Francisco incluso elaboró su intención de oración de noviembre de 2021, dedicándola a las personas que sufren de depresión, que están sobrecargadas de trabajo y abrumadas por el ritmo de la vida diaria actual. “Y… no olvidemos que, a la par de la indispensable consulta psicológica, que es útil y eficaz, las palabras de Jesús también ayudan”, dice él. “Me viene a la mente y al corazón esa frase: ‘Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio”.

El asunto es la evangelización”, dijo Shoener, “es acoger dentro de la Iglesia a la gente que vive con enfermedades mentales y a las familias que los apoyan, asegurándoles que hay un lugar en el que pueden encontrar compasión y consuelo”.

Al igual que en el caso de otras crisis globales, puede que, dentro de esta escala, la Iglesia sólo pueda contribuir de manera moderada en el alivio del sufrimiento. Pero en su trabajo de hospital de campaña, es lógico que se tenga necesidad de ella para abordar un problema que es a la vez grave y creciente, llevando a la gente la luz de Cristo, quien, como dice Shoener, “llevó incluso a las enfermedades mentales a la cruz”.

Elise Italiano Ureneck es consultora en comunicaciones, que escribe desde Rhode Island.