Estaba yo leyendo la novela de Eric Nguyen “Things We Lost to the Water” (“Las cosas que perdimos en el agua” (Penguin Random House, $ 14.43) cuando empezaron a aparecer en las noticias las imágenes de haitianos desesperados que esperaban ingresar a nuestro país a través de México.

Pensé en la frase de Percy Bysshe Shelley, “hecatombe de corazones rotos”, en relación a la tragedia humana que relatan esas imágenes y en la Cruzada de los Niños, un desastre humano histórico y casi olvidado cuyo impacto fue enorme, en el cual algunos jóvenes europeos del siglo XIII emprendieron un intento desesperado de llegar a Tierra Santa.

La quizás exagerada novela de Nguyen trata de inmigrantes vietnamitas en Nueva Orleans. Una de sus ficticias tramas narra la historia de una familia que abandona Vietnam para convertirse en “refugiados que huyen por barco” cuando el padre de familia decide, de repente, quedarse. La resentida esposa le escribe con persistencia a su esposo, hablándole de sus hijos, uno de los cuales nació en un campo de refugiados. Y finalmente recibe una carta en la que él le dice que ya no quiere que ella se comunique con él en el futuro.

Para mí, fue la imagen de varios aviones llenos de hombres haitianos deportados a Puerto Príncipe, lo que me sonó como un eco de la novela. ¿Fueron separadas las familias? ¿Se volverían a ver esas personas después de una trayectoria errante que llevó a algunos de ellos a través de Brasil y Chile hasta nuestra frontera con México?

No hace falta ser un defensor de las fronteras abiertas —que no lo soy— para resentir el dolor humano causado por la frustración de aquellas personas que estuvieron tan cerca y tan lejos de realizar su ilusorio objetivo. La novela de Nguyen intenta explicar, de manera bastante imperfecta, la repercusión que tuvieron los traumas de su experiencia de inmigrantes en la vida de cada uno de los miembros de la familia que llegaron a Nueva Orleans. Como les sucede a los predicadores ambiciosos, Nguyen parece haber tenido problemas a la hora de encontrar un final, pero lo hace con un acontecimiento ostentoso: el huracán Katrina que, de algún modo, reúne a la familia.

Estaba leyendo la novela para compararla con “Afterparties” (HarperCollins, $21.99), una muy aclamada colección de relatos del hijo de unos inmigrantes jemeres de Camboya, Anthony Veasna So, cuyo primer libro fue publicado de manera póstuma después de su sobredosis fatal de drogas, a finales del año 2020.

“Afterparties” ofrece escenas de la vida de los jemeres que fueron reubicados en la ciudad natal de So, Stockton, California, y sus alrededores. Es un mundo del que yo sabía muy poco, el de un pueblo que intenta dar sentido a su vida en un contexto cultural que es a veces abrumadoramente alienante para ellos. Es un mundo de inmigrantes que están esforzándose por salir adelante, administrando tiendas de donas y tiendas de comestibles especializados. Y sus fracasos se reflejan en la conciencia de sus hijos, parcialmente asimilados a la nueva cultura, huérfanos de la cultura budista tradicional y, sin embargo, todavía extranjeros a una cultura californiana, impregnada de drogas, moda, sexo promiscuo y búsqueda de dinero en cualquier rincón del estado en el que se encuentren.

Ambos escritores muestran una aguda conciencia de los muchos traumas existentes en la vida de los inmigrantes. Sus libros contienen algunos ejemplos de buena escritura, por lo que no sorprende que ambos figuraran este año en la lista de lectura del ex presidente Barack Obama.

“What We Lost to Water” tiene una escena que recuerda la novela “Crimen y castigo” de Dostoyevsky, en la se le pide a un joven inmigrante vietnamita que golpee a una mujer china que administra una tienda de comestibles. El aspirante a Raskolnikov se desanima cuando la mujer china le prepara algo de comida porque él mencionó que tenía hambre.

Hay una historia en la colección de So que describe a una mujer, tan angustiada por la muerte trágica de su hija, que desarrolla la convicción de que un bebé nacido de una pariente suya es la reencarnación de su perdida hija amada. Organiza entonces una celebración, con monjes budistas, y una fiesta, de la cual la hija de la difunta intenta huir.

Nguyen describe otra ceremonia budista, basada en una tradición vietnamita, que consiste en cambiar el nombre del difunto para que éste no se convierta en un fantasma hambriento y vuelva a perseguir a la familia cada vez que se hace mención de su antiguo nombre.

La novela y los relatos breves ofrecen también una franca crítica de los regímenes comunistas de Vietnam y Camboya, cosa que me sorprendió. En un tiempo en el que parece estar regresando a este país una especie de falsa nostalgia por los experimentos socialistas, es aleccionador escuchar la voz de los inmigrantes que han vivido bajo los males del comunismo.

Ambos escritores tienen el perfil que ahora está de moda en los círculos literarios: son representantes de culturas de inmigrantes, están alienados, no están conectados por la religión a la cultura occidental tradicional; y están muy interesados en los desafíos específicos de vivir con una atracción por personas del mismo sexo.

Lo último es una especie de autenticidad, de rigor para la seriedad actual, que no exime a las producciones de Disney, las cuales solían ignorar semejantes distracciones. El tropo produce el efecto de esas muñecas rusas (matrioshkas): una alienación dentro de una alienación dentro de una alienación.

La alienación es, en general, lo que impera en nuestra cultura y esto explica en parte por qué nos sentimos abrumados por la ansiedad y por la ira. Los traumas de los inmigrantes pueden reflejar el conflicto que hay entre Estados Unidos y la idea misma de Estados Unidos. Vemos personas desesperadas por formar parte de una sociedad que está fracturada en muchas subculturas rivales. En un concurso basado en la cultura darwiniana, los más aptos no siempre sobreviven y, como resultado de esto, el mínimo común denominador de la cultura podría llevarnos de vuelta a la Edad de Piedra. La pérdida de los valores pertenecientes a culturas históricas coincide con la ausencia de los mismos en nuestra propia cultura.

Había un personaje en un viejo espectáculo de Broadway que llevaba en su bolsa un espejo de maquillaje de bolsillo, roto. Cuando se le preguntó por qué usaba semejante objeto, ella dijo que la hacía ver como ella se sentía. Eso se parece un poco a lo que siento al leer las dos novelas y mirar las noticias de estos días de desesperación en la frontera. No nos vemos tan bien lado a lado. Quizá eso sea un mensaje sobre el cual podemos meditar.

Mons. Richard Antall es párroco de la Iglesia Holy Name en Cleveland, Ohio y autor de varios libros. Su última novela, “The X-mas Files” (Atmosphere Press), ya está a la venta.