Lo que llama la atención cuando uno se encuentra por primera vez ante “Angels Unawares” (Ángeles desapercibidos) en la plaza de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles es el volumen del objeto en cuestión. La escultura de bronce de Timothy Schmalz, de 20 pies de largo y 12 pies de alto, pesa 3.8 toneladas y esto se trasluce con toda claridad en su tamaño.
Es una figura sólida, casi en bloque, al que parece faltarle sutileza y algún método específico para ser desplazada, tanto así, que una probable primera impresión que produce es: “¿Cómo llegó eso aquí?”.
Pero después de un momento, el bloque oscuro pronto se revela; suavizándose, poniendo de manifiesto un conjunto global de personas apiñadas a bordo de una sencilla balsa. Los inmigrantes o refugiados, abarcan una diversidad de razas y nacionalidades, de circunstancias y de períodos de la historia; sus rostros reflejan la ansiedad y el miedo que aparecen cuando la humanidad propia se ha visto reducida a ser “el otro”.
Y con la misma rapidez, esas primeras impresiones dan paso a la comprensión de que este lugar, la ciudad de Los Ángeles, que lleva el nombre de los ángeles y es conocida por contarse entre las ciudades más diversas del mundo, es el lugar más natural para que aterricen los “Ángeles”.
El Arzobispo José H. Gómez le comentó a Angelus que resulta “adecuado” que la réplica norteamericana de la escultura haya llegado en primer lugar, a Los Ángeles.
“Los Ángeles es un hogar para todos los pueblos; hombres y mujeres de todas las razas, lenguas y nacionalidades viven en este lugar”, dijo. “Somos, ciertamente, una ciudad de inmigrantes”. Pero lo que mucha gente olvida es que también tenemos una larga historia siendo una ciudad de refugio para las personas que huyen de la violencia y de la inestabilidad de sus países de origen”.
El arzobispo, nacido en México y él mismo un inmigrante a los Estados Unidos, recordó el papel desempeñado por la Iglesia local que les brindó un refugio seguro a los católicos que escaparon de la violencia anticlerical de la Revolución Mexicana en la década de 1920, y sus continuos esfuerzos por acoger a los refugiados y migrantes hasta nuestros días.
La primera versión de la estatua se dio a conocer el 29 de septiembre de 2019 en la Plaza de San Pedro, en Roma —en donde permanecerá indefinidamente— durante el 105º Día Mundial del Migrante y el Refugiado.
El Papa Francisco, que participó en la inauguración, dijo que a los migrantes y refugiados se les trata con “indiferencia” en los países económicamente más favorecidos del mundo y que actualmente todavía “a menudo se les mira con desprecio y se les considera la fuente de todos los males de la sociedad”.
Fue el principal asesor del Papa en asuntos de inmigración, el cardenal Michael Czerny, quien en un principio le sugirió la creación de una estatua a su compatriota canadiense Schmalz.
El cardenal Czerny, que funge como subsecretario de la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral del Vaticano, le dijo a Ángelus que el impulso original para la realización de la estatua provino de la “fuerte insistencia del Papa Francisco… en recordar a los excluidos, a los desatendidos, a los despreciados, a los pobres y a los marginados que ocupan las periferias de la sociedad”.
Además de la amistad y nacionalidad que comparten, la elección de Schmalz se dio de manera natural ya que podría decirse que es el principal escultor católico que realiza su trabajo en la actualidad y debido a que su trabajo con frecuencia aborda el tema del cuidado y el apoyo a los marginados, tema que se hace evidente en su famosa escultura “Jesús sin hogar”.
“[El cardenal Czerny] dijo: ‘Tim, necesito una escultura’. Le dije que ya tengo muchas esculturas. Pero él dijo: “No, no, algo nuevo”, y luego habló sobre la idea de la migración. En el momento en que lo dijo, capté lo que quería. Lo dejé todo y volví al estudio”.
Schmalz dice que no tuvo que pensar mucho o buscar muy lejos el concepto de la escultura.
“La idea simplemente me cayó encima”.
De hecho, provino de uno de sus pasajes bíblicos favoritos, Hebreos 13, 2: “No se olviden de practicar la hospitalidad, ya que gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a los ángeles”.
Como ya lo había hecho en “Homeless Jesus” (Jesús sin hogar), —en donde Cristo yace dándole la espalda al espectador, sugiriendo que Dios puede ser encontrado en todas partes, incluso con frío y acurrucado en un banco— Schmalz coloca en medio de “Ángeles” un par de alas de ángel que surgen de entre los 140 personajes que están a bordo de la balsa.
No se ve ni se menciona a quién pertenecen las alas, pero el mensaje es claro: lo divino vive entre nosotros y en nosotros y negarlo es negar nuestra propia humanidad.
“Ésta es un arma de 20 pies para desafiar la insensibilidad de la gente hacia sus hermanos, hacia los extranjeros”, dice Schmalz. “Es un desafío para todo ese odio que surge de definir a alguien como el otro”.
Aunque esas definiciones son comunes actualmente, lo han sido a lo largo de la historia de la humanidad, por lo que Schmalz representó a sirios actuales que huyen de un país devastado por la guerra, a judíos que huyen de la Alemania nazi, a indios Cherokee en el Sendero de las Lágrimas y a la Sagrada Familia de Nazaret: sin hogar, cansados y desesperados.
Schmalz, que habló por teléfono con Angelus desde su casa, que está en las afueras de Toronto, admitió haberse “obsesionado” un poco con la escultura, trabajando en ella casi todo el día hasta haberla completado y considerándola tanto una “homilía visual” como una obra de arte.
“Esto es parte del proceso para llegar a ser un mejor cristiano”, dijo. “Es una medicina”.
Por supuesto que las realidades modernas nos hablan de que puede ser una medicina difícil de tomar para algunas personas, para algunos gobiernos, etc. De hecho, la circunstancia misma de que “Ángeles desapercibidos” haya sido colocada en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, nos habla de eso.
Aunque el arzobispo Gómez dijo que no considera esa obra como algo de naturaleza “política”, sí lo ve como una fuerte “expresión de nuestra humanidad común y como un llamado a la conciencia de la gente”.
Aunque el cardenal Czerny, por su parte, tampoco definió la obra como política, dijo que “lamentaría que la escultura fuera recibida con silencio e indiferencia”.
“Espero que la escultura genere discusión, diálogo y una honesta reflexión sobre por qué algunas personas tratan a los demás de una manera que ellos mismos no querrían ser tratados y de un modo completamente opuesto a cómo fueron tratados sus padres o sus ancestros”, dijo el Cardenal jesuita de 74 años.
El cardenal tiene algo de experiencia sobre el tema. Cuando era un niño pequeño, sus padres huyeron de la Checoslovaquia de posguerra en 1948 en búsqueda de una vida mejor para su familia, en Canadá. Llegaron a Canadá en barco y su viaje ahora forma parte para siempre de la escultura de Schmalz.
“Todos los que han cambiado de país o que recuerdan la migración de sus padres o de sus abuelos tienen recuerdos viscerales que son únicos para su familia y universales en cuanto a la experiencia humana que tuvieron”, dijo él.
“Así que es conmovedor pensar en tus propios padres, especialmente cuando te das cuenta de que los riesgos que corrieron, los temores que superaron y los desafíos que tuvieron que enfrentar, los asumieron principalmente por sus hijos”, dijo el cardenal Czerny, que fue nombrado cardenal por Papa Francisco el año pasado. “Para mí, es muy conmovedor verlos representados como parte de toda la familia humana en movimiento, unida en la fe, en la esperanza y en el amor”.
El cardenal Czerny, que considera que “Ángeles desapercibidos” es una “declaración dramática de ese Evangelio de Cristo, que dice, ‘era extranjero y me recibieron’”, dice que la fuerza de este monumento es ocupar espacio en la visión y en la mente del público.
“Una escultura ubicada en un espacio público tiene una conexión inherente con las personas ‘en movimiento’”, dijo. “Los espectadores la ven precisamente porque están transitando”.
Por eso, el arzobispo Gómez dijo que su única decepción con respecto a la estatua, cuya presencia en la catedral calificó como un “honor”, es que “no hallan podido verla más personas, debido al coronavirus”.
“Ángeles desapercibidos” dejará la catedral en septiembre y su próximo destino será la Universidad Católica de América, en Washington, D.C. La estatua visitará otras ciudades y existe la posibilidad de que algún día regrese a Los Ángeles.
El arzobispo Gómez, por su parte, espera con entusiasmo ese día.
“Para mí, la estatua ha sido un recordatorio diario durante estos meses de pandemia de que toda la humanidad es una sola familia y de que todos estamos llamados a amarnos y a cuidar unos de otros”.