Myrna Velasquez, nativa de Los Ángeles, que asistió a escuelas públicas durante toda su vida y ahora es instructora adjunta en desarrollo infantil en Los Angeles City College, puede enumerar muchas razones educativas para explicar el motivo por el cual, al cabo de cinco años, sus hijos siguen todavía asistiendo a la escuela de San Patricio, en el norte de Hollywood.
Pero el valor más profundo de la escuela y de la parroquia —que se reveló como un lugar que ella ha llegado a considerar una especie de “refugio espiritual”— podría no haberse revelado si a su esposo, Julian, no lo hubieran diagnosticado de cáncer en etapa 4.
Su hijo mayor, Joseph, comienza el séptimo grado este año. Y era un estudiante de segundo grado en una escuela pública especializada, muy valorada en el momento en el que ocurrió la crisis de salud de su padre.
“Él pensó que su papá iba a morir; estaba sufriendo tanta ansiedad… y los maestros realmente no pudieron ayudarlo en esas circunstancias”, dijo Velásquez. “Una vez que nos pasamos a la escuela de San Patricio, realmente se acercaron a él. Fue una gran diferencia. Él quedó muy agradecido”.
El inicio del nuevo año escolar 2020-2021 se ve acechado por ansiedades e incertidumbres, muchas de las cuales son consecuencia del repentino giro al “aprendizaje a distancia” que empezó en marzo pasado, cuando la pandemia del coronavirus (COVID-19) confinó a la mayor parte del país en el encierro.
Los padres de familia de las escuelas católicas se ven ante la siempre presente opción: mantener a sus hijos inscritos en las escuelas primarias y secundarias con pago de colegiatura, o considerar la alternativa de una escuela pública si el aprendizaje a distancia se convierte en la norma para ambas instituciones en el futuro previsible.
Las consecuencias financieras de la pandemia (pérdida de empleos, reducción de ingresos y recesión económica) se ciernen sobre las decisiones financieras básicas en muchos hogares.
Aun así, muchos padres de familia dicen que vale la pena sacrificarse por la educación católica de sus hijos, especialmente durante una pandemia mundial.
Annabel García, cuyas hijas asisten a primero y segundo grado en la escuela de San Patricio, admitió de buena gana y de manera emotiva que los últimos meses han sido “muy abrumadores”.
Ella explicó cómo estuvo tratando de hacer aprendizaje a distancia y educación en el hogar con sus hijas durante el día, antes de ir a trabajar en un turno de noche. Pero recientemente perdió su trabajo debido a la pandemia y la colegiatura también se convirtió en un problema luego de que el apoyo de la Ley de Ayuda, Asistencia y Seguridad Económica para el Coronavirus (CARES, por sus siglas en inglés) le fuera descontinuado.
“Sólo tienes que hacer que las cosas funcionen, hacer malabares con los gastos, resolver las cosas”, dice García, quien creció dentro del Sistema del Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles (LAUSD, por sus siglas en inglés). “Veo tantos valores que son consecuencia de tener a mis hijas en San Patricio: la disciplina, la formación religiosa. ... Mis hijas llegan a decir cosas como: ‘¿Se alegraría Dios si hago esta elección?’ Ves una diferencia en el respeto moral que ellas tienen y eso es algo de lo que carecemos hoy en día”.
Algunos de los elementos que ofrecen las escuelas arquidiocesanas pueden parecer obvios: la oración diaria y la misa semanal, por ejemplo. Pero algunos también han podido agregar clases destinadas a ayudar a los estudiantes a enfrentar momentos difíciles a un nivel emocional.
La escuela de San Patricio, en el Norte de Hollywood fue una de las primeras en involucrarse en el programa ofrecido por la Universidad Northridge, del estado de California, a través de los servicios de consejería de Catholic Schools Collaborative (Organización de Colaboración con las escuelas católicas). Otras escuelas incluidas son la del Ángel de la Guarda, en Pacoima, la de Nuestra Señora del Rosario, de Sun Valley y las escuelas parroquiales de Sta. Genoveva, en Panorama City.
La directora de la escuela de San Patricio, Raquel Shin, dice que incluso antes de la pandemia, los profesores de la escuela habían visto la necesidad de poner a disposición de los estudiantes un apoyo para la salud mental. La retroalimentación de las clases ha sido abrumadoramente positiva.
“Ahora que reanudamos las clases en el otoño, notamos que los estudiantes están desconectados entre sí y que extrañan el contacto físico con sus compañeros”, dijo Shin. “Esto puede ayudarlos a seguir construyendo relaciones positivas y a disminuir ese estrés y esa ansiedad. Sabemos que muchos están experimentando diferentes realidades en casa y queremos asegurarnos de que sepan que cuando estén con nosotros, nos centraremos en su bienestar”.
Otra ventaja que las escuelas católicas podrían tener sobre las públicas es que podrían tener mayor facilidad para regresar a las aulas, asumiendo que las estadísticas del COVID-19 continúen mejorando en el sur de California y que eventualmente se cumplan los parámetros estatales para las reaperturas de los campus.
El LAUSD, por ejemplo, ya se ha comprometido con la educación a distancia durante el semestre de otoño, y las negociaciones con el sindicato de maestros del distrito, así como también las consideraciones de salud y seguridad, podrían hacer que su reapertura en 2021 sea un asunto complicado.
No es ése el caso en cuanto a las escuelas católicas de la arquidiócesis, dijo el superintendente auxiliar del Departamento de Escuelas Católicas (DCS) Ryan Halverson.
“A medida que los condados vayan viendo una disminución en los casos de COVID-19, hasta quedar por debajo de 200 por cada 100,000 residentes, las escuelas primarias (grados TK-6) pueden solicitar exenciones para regresar a la instrucción en persona”, le dijo Halverson a Angelus. “Muchas escuelas católicas están dispuestas a lograr un regreso seguro al campus y probablemente lo harán antes que las escuelas públicas”.
Aun así, la decisión final de reabrir una vez que se otorgue el permiso, se tomaría individualmente, en cada lugar.
“El proceso de solicitud de exención requiere consultar con los padres, con el personal y con los párrocos, así que nuestras comunidades escolares sopesarán la decisión de regresar”, dijo Halverson.
Si el DCS fuera considerado su propio distrito escolar, sería el tercero más grande del estado, detrás del LAUSD y del Distrito Unificado de San Diego. Atiende a 73,000 estudiantes en 212 escuelas primarias y en 25 escuelas secundarias.
Más de 3,000 maestros, personal y administradores están involucrados en él, muchos de los cuales están donando su tiempo libre en el verano para asegurarse de estar al día sobre cómo mantenerse flexibles en la planeación para el año escolar entrante.
Halverson, quien supervisa la escuela en la Región Pastoral de San Fernando de la arquidiócesis, cataloga el año escolar 2020-2021 como un año en el “que no hubo una transición tan difícil porque las escuelas nunca abandonaron la opción del aprendizaje a distancia. Como mínimo, sabíamos que habría padres que querían eso. Y queremos conservarlos comprometidos”.
Halverson, más recientemente director de la escuela San Cirilo de Jerusalén, en Encino, dijo que cree que las tres cosas centrales que distinguen a las escuelas católicas de otras —fe, comunidad y tamaño de las clases, lo cual permite una atención individualizada— tienen esencialmente que ver con las decisiones que toman los padres.
“Mi ejemplo personal es que tengo una hija (en la escuela de San Cirilo) que está pasando del jardín de infantes al primer grado y que ya conocía a su maestra porque su hermano tenía a esa maestra, así que fue una transición muy fácil”, dijo. “Una escuela pública puede tener siete maestros de primer grado y es posible que no seas presentado por primera vez a ellos hasta ahora, en una reunión virtual”.
El desarrollo profesional de los maestros ha sido un componente fundamental para mantener un mensaje y un plan de aprendizaje consistentes, ya que las cosas han fluctuado durante los últimos seis meses. Eso incluyó una mayor asistencia a la conferencia anual C3, que se centra en los métodos de enseñanza a través de la tecnología. Ésta se llevó a cabo virtualmente, en lugar de en persona, a principios de agosto, a causa de las políticas de reunión instauradas por causa del COVID-19.
“La primavera pasada aprendimos a seguir adelante, a velar porque las escuelas hagan ajustes y respondan a lo que vieron que funcionó y a lo que puede mejorar”, dijo Gina Aguilar, directora de excelencia académica de las escuelas primarias del DCS.
“Al iniciar este año, veo que los maestros realmente están probando cosas nuevas, esforzándose, aprendiendo y creciendo”, dice Aguilar, que anteriormente fue directora de la Escuela Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, de Downey. “Percibo una sensación de orgullo a medida que avanzamos. Hablamos de que nuestros niños tienen un atributo de aprendizaje de por vida y lo experimentamos también nosotros, como aprendices adultos”.
Leslie De Leonardis, directora de las cinco escuelas que ahora forman parte de la Red STEM de la arquidiócesis, estuvo de acuerdo en que hay “muchas formas creativas de colaborar en un mundo en línea”.
“Se trata más de cómo se aprende que de lo que se aprende”, agregó De Leonardis, quien ha estado trabajando virtualmente desde su casa en Burbank. “Es una manera de pensar. Todo nuestro plan de estudios interdisciplinario se adapta a la tecnología y se aplica al entorno del mundo real, incluso si se trata de una lente, de una cámara o de una pantalla. Todo este proceso es un proyecto STEM en sí mismo”.
Por ejemplo, De Leonardis narró la historia de una familia que se mudó a Florida pero que no estaba contenta con el aprendizaje a distancia que había allí. Se inscribieron, en cambio en la recién formada academia en línea de la Academia STEM del Espíritu Santo, ubicada en el centro de Los Ángeles y sus hijos están tomando clases a 3,000 millas de distancia de ahí.
La escuela de San Antonio, en San Gabriel ha visto aumentar el número de estudiantes, de 67 que había cuando llegó la directora Angela Mastantuono en 2018, a 131 en el año 2019, y con todo y que las inscripciones fluctúan y tienen sus altibajos debido a circunstancias diversas, su número se acercó a 150 para este año escolar. Ya se le ha dado luz verde para abrir su sección preescolar, gracias a su designación como un centro de cuidado infantil “esencial”, con distanciamiento social y todas las demás regulaciones vigentes.
A medida que los planes fueron evolucionando de acuerdo con las cambiantes estadísticas del COVID-19, Mastantuono, su facultad y su personal hicieron un esfuerzo concertado para comunicarse mejor durante el verano, y los padres de familia se convirtieron en una pieza esencial.
“La transparencia fue clave, incluso si no sabíamos todos los entresijos”, dice Mastantuono, que en algún momento de junio emitió un documento de seguridad de 10 páginas sobre cómo regresarían los estudiantes al campus. “Estamos muy comprometidos en esto con ellos”.
Cuando la escuela de San Antonio empezó las clases el 20 de agosto, no se esperó una o dos semanas para la tradicional “Noche de Regreso a clases”, sino que organizó, de inmediato, una virtual.
“Queríamos asegurarnos de que los padres entendieran que no queremos que los niños pierdan su educación y tiene que haber un acuerdo y un equilibrio para que todo esto funcione”, explicó Mastrantuono.
“Como tengo dos sobrinos que van a la escuela pública, veo que la inversión en las escuelas católicas es muy diferente, pues ofrece un diario sustento. Sé que algunos padres tienen dificultades económicas, pero podemos trabajar con ellos, intercambiar conversaciones sinceras y encontrar juntos una solución”.
Ann Marie Camarillo, cuyo hijo mayor está empezando su último año en Don Bosco Tech, y cuyos otros dos hijos, que están en la escuela de San Antonio en quinto y octavo grado y han estado allí desde preescolar, dice que “nunca dudó en mantenerlos en la escuela católica este año, aun sabiendo que podría ser que tuvieran que estar todo el tiempo en casa”.
“En general, siempre es un sacrificio comprometerse con una colegiatura, con o sin COVID-19. Pero la comunidad de la escuela de San Antonio es tan buena que no puedo considerar tener a mis hijos en ningún otro lugar”.
Muriel López tiene un hijo en primer grado, una hija en el jardín de niños y un hijo de 2 años que se prepara para asistir a preescolar, todos en la escuela de San Antonio.
“Definitivamente enviaré a mis hijos de vuelta al campus cuando esa opción se presente, por todas las precauciones de las que no sólo nos hablaron, sino que nos mostraron que se están tomando”, dijo López, cuya familia vive en Whittier, a 10 millas de la escuela de San Antonio. “Sabemos que esto no es a largo plazo. Con todas las cosas que han hecho virtualmente hasta este momento, me puedo imaginar qué tan seguras estarán las cosas en el campus cuando abran nuevamente”.