Gabriela Huizar, de 16 años, no esperaba llorar durante el fin de semana. Pero cuando su pequeño grupo comenzó a compartir historias personales de lucha, duda y esperanza en Dios, se encontró llorando y siendo consolada por alguien a quien acababa de conocer.
“Me validó, me dijo: ‘No estás sola, yo estoy pasando por lo mismo’ ”, recordó. “Es muy difícil que los adolescentes se abran. Pero tener esa confianza construida de entrada realmente me abrió el corazón”.
Gabriela fue una de los 60 estudiantes de secundaria que se reunieron del 26 al 27 de julio en el Centro Juvenil Salesiano San José, en Rosemead, para “Called to Greatness” (Llamados a la Grandeza), un retiro de dos días diseñado para ayudar a los adolescentes católicos a profundizar su fe y encontrar fortaleza en la comunidad. Organizado por el Ministerio Juvenil de la Arquidiócesis de Los Ángeles, el fin de semana ofreció charlas, espacios de diálogo y momentos de oración centrados en el mensaje del kerigma: el anuncio esencial del Evangelio.
El lema “Llamados a la grandeza” fue más que un eslogan. Se convirtió en un desafío —y una invitación— para que los jóvenes vivan su identidad como hijos de Dios en un mundo lleno de distracciones y dudas.
“Nuestro llamado a la grandeza es hacer lo correcto no porque vayamos a recibir elogios o reconocimiento, sino porque Dios nos creó para cosas más grandes y mejores”, dijo el padre Peter Saucedo en su homilía durante la misa del domingo.
Ese mensaje resonó profundamente en Daly Ramírez, de 17 años, quien confesó que a menudo lucha con la culpa y siente que no ha hecho lo suficiente para ser perdonada. “Pero después de las palabras del padre”, dijo, “me sentí escuchada, como si se abriera un mundo nuevo”.

Daly Ramírez, de 17 años, y Sophia Mendel, de 16, posan durante el retiro. (Giacomo Ammazzalorso)
El retiro condensó lo que antes era una experiencia veraniega de una semana en dos días de siete horas llenos de grupos pequeños, misa, adoración eucarística y testimonios entre pares. Los adolescentes fueron invitados a reflexionar sobre su camino espiritual, hacerse preguntas difíciles y compartir sus historias de manera estructurada y espontánea.
El sábado comenzó con juegos para fomentar la comunidad e introducciones en grupo, que ayudaron a romper el hielo y crear confianza entre los participantes. Luego, las sesiones se centraron en momentos clave de la vida de Jesús, invitando a los jóvenes a reflexionar sobre quién es Cristo y cómo su amor llama a cada persona a algo más profundo. El día culminó con una hora de adoración eucarística dirigida por el recién ordenado padre Christian Morquecho, ofreciendo a los adolescentes un raro momento de oración y silencio.
Para muchos, ese silencio habló más que cualquier charla.
“Me encantó”, dijo Sophia Mendel, de 16 años. “Fue un momento de paz, y sentí que me acercaba más a Dios”.
El enfoque en el kerigma —la vida, muerte y resurrección de Jesús— permitió a los adolescentes explorar cómo ese mensaje se entrecruza con sus vidas cotidianas, especialmente en momentos de sufrimiento, duda o miedo. Las conversaciones en grupo abordaron temas como la confianza, la identidad y qué significa seguir a Cristo, invitando a los jóvenes a hablar con vulnerabilidad y a escuchar con apertura.
“Llegué algo confundido sobre mi fe, preguntándome dónde estaba Dios”, confesó Héctor Pineda, de 16 años. “Pero este retiro cambió por completo mi perspectiva. En lugar de preocuparme, aprendí a dejarlo todo en manos de Dios”.
Uno de los momentos más significativos fue el “rito de decisión” del domingo: una ceremonia reflexiva en la que los adolescentes fueron invitados a dejar simbólicamente su culpa y cargas escribiéndolas en un papel que colocaron ante el altar. A cambio, recibieron cuentas de colores de parte de los líderes del retiro, cada una representando un aspecto distinto del discipulado.
“Una cuenta significaba: ‘Jesús te elige para servir’. Otra, ‘Jesús te elige para traer discípulos’ ”, explicó Pineda. “Me impactó. Sientes que estás reconstruyendo todo lo que creías haber dejado atrás”.

Héctor Pineda participa en una dinámica de fe durante el retiro. (Giacomo Ammazzalorso)
La comunidad unida que se formó en solo 48 horas fue el resultado de una planificación cuidadosa y oración por parte del equipo de ministros juveniles y directores del retiro. Gretchen Nobleza, una de las coordinadoras de este año, destacó la importancia de comenzar con ejercicios para construir relaciones como base de la experiencia.
“Darles a los jóvenes la oportunidad de abrirse de verdad es lo que hace que el resto tenga sentido”, dijo Nobleza. “La idea es que lo que se llevan de aquí puedan compartirlo en sus parroquias y ayudar a otros a conocer a Cristo”.
Aunque el formato de dos días presentó desafíos logísticos, Geremy Brosmer, director de la Oficina de Ministerio Juvenil, aseguró que el núcleo del retiro se mantuvo intacto.
“Los carismas, la oración, el compartir entre pares —todo sigue presente”, afirmó Brosmer, quien ha sido líder de grupo, director y ahora parte del equipo organizador en las tres ediciones del evento. “Claro que extrañamos las comidas y las noches largas de un retiro de una semana, pero hemos trabajado mucho para construir comunidad rápidamente”.
Ese esfuerzo no pasó desapercibido. Muchos adolescentes que llegaron inseguros o tímidos se fueron con nuevas amistades y un renovado sentido de propósito.
“Al principio no sabía qué hacer, pero una vez que comencé a hablar con mi grupo sobre nuestros testimonios, sentí que algo cambió”, dijo Daly. “Ha sido increíble: ser escuchada, y sentir que te escuchan”.
Algunos llegaron con sus grupos parroquiales. Otros, como Sophia, fueron invitados por un amigo. Pero la mayoría se fue con la misma conclusión: Dios no está lejos, y no están solos.
“Dios ve el bien con el que te creó”, dijo el padre Saucedo. “Cuando pecamos, simplemente estamos cayendo por debajo de esa dignidad”.