El padre Ed Dover pronunció la homilía durante la Misa fúnebre del 18 de julio de 2025 por el obispo auxiliar de Los Ángeles Joseph Sartoris en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (Peter Lobato)
El fallecido obispo auxiliar de Los Ángeles, Joseph Sartoris, fue recordado en su Misa fúnebre el 18 de julio como un pastor de gran corazón que siempre fue “uno de nosotros” durante sus 72 años de sacerdocio y episcopado en Los Ángeles.
“Fue magnífico para convencernos a todos de que éramos amados por Dios”, dijo el padre Ed Dover, quien fue el homilista del funeral y trabajó junto a Sartoris en la parroquia de Santa Margarita María Alacoque en Lomita a comienzos de los años 90. “Y luego procedía a amarnos como podía, de la manera que podía, sirviendo como podía”.
Más de 500 personas —incluidos asistentes de lugares tan distantes como Alaska y Carolina del Sur— participaron en la Misa fúnebre en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, presidida por el arzobispo José H. Gomez y seguida de un entierro privado en la cripta de la Catedral.
Entre los presentes había amigos, familiares, exfeligreses y cerca de 100 sacerdotes y 11 obispos, incluidos Joseph Brennan de Fresno y Oscar Solís de Salt Lake City, ambos antiguos auxiliares de Los Ángeles como Sartoris.
Los oradores describieron al oriundo de Glendale como un pastor afable que amaba todo lo relacionado con el sacerdocio: desde el ministerio parroquial, hasta las visitas a jóvenes en el centro juvenil, o la organización de peregrinaciones a Europa y Tierra Santa.
“Claramente era feliz en su vocación de toda la vida”, dijo su sobrino, el juez retirado de la Corte Superior de Los Ángeles Stephen M. Moloney, al final de la ceremonia. “Repetía muchas veces que nunca dudó haber tomado la decisión correcta al convertirse en sacerdote”.
Moloney, quien compartía cumpleaños con Sartoris y lo consideraba “como un hermano”, dijo que la espiritualidad de su tío se construía sobre una intensa vida de oración que, en el retiro, incluía la celebración diaria de la Misa en su capilla privada, donde mantenía un altar con fotos de personas por las que rezaba.
Agregó que, tras asistir a un retiro sacerdotal con el venerable Fulton Sheen, Sartoris comenzó a rezar una Hora Santa diaria, práctica que mantuvo hasta el final de sus días.
Stephen M. Moloney, sobrino del obispo Sartoris, pronunció unas palabras durante la Misa fúnebre del 18 de julio de 2025. (Peter Lobato)
El cardenal Roger Mahony, quien ordenó obispo a Sartoris en 1994 y lo asignó a dirigir la Región Pastoral San Pedro hasta su jubilación en 2003, recordó que su personalidad auténtica y sentido del humor lo convirtieron en el obispo más solicitado para Confirmaciones en la arquidiócesis. También rememoró cómo su sonrisa podía “derretir” incluso a las personas más molestas en situaciones tensas.
“Le decía: ‘¿Cómo puedes ser tan amable con todos estos locos?’”, contó Mahony durante su discurso. “Y él respondía: ‘Bueno, ya sabes, todos estamos un poco locos’”.
La Misa fúnebre fue en muchos sentidos un último mensaje de Sartoris a sus seres queridos. En sus últimos años fue cuidado por las hermanas carmelitas en Marycrest Manor, en Culver City. Él eligió las lecturas, los cantos, los oradores y dejó algunas instrucciones.
“Escribió: ‘Por favor no cambien estas lecturas. Creo que tienen algo que enseñarnos a todos’”, relató Dover. “Y al reflexionar en eso, ése era verdaderamente él. Era uno de nosotros. Era Joe, ante todo”.
Entre sus notas dejó una reflexión sobre el pasaje evangélico que escogió para la Misa (Jn 1, 34-49), en el que Jesús invita a Juan y a otro discípulo a “venir y ver” dónde se aloja.
“Ha habido muchos Juanes en mi vida que me han señalado a Jesús, muchos laicos, hombres y mujeres, muchos de aquellos a quienes serví”, citó Dover de los escritos de Sartoris. “[Sartoris] veía a Jesús en nosotros: en los pobres, los heridos, los excluidos”.
Dover, párroco de la iglesia Beatitudes of Our Lord en La Mirada, dijo que allí donde Sartoris servía “formaba ministerios y levantaba a otros servidores de Dios que salían al mundo a convencer a otros de que Dios realmente los ama”, incluso en situaciones difíciles o desordenadas.
Un homenaje en el programa de la Misa también recordó cómo Sartoris se mantuvo cercano a otros clérigos y a “decenas de exsacerdotes que dejaron el ministerio activo y buscaban su lugar en la Iglesia”.
Once obispos y casi 100 sacerdotes estuvieron entre los más de 500 asistentes a la Misa fúnebre del obispo Sartoris. (Peter Lobato)
Sin duda, la parroquia mejor representada en el funeral fue Santa Margarita María, donde Sartoris fue párroco durante 16 años antes de ser nombrado obispo por San Juan Pablo II en 1994.
Al salir del funeral, Ana Marie Lopez recordó haber conocido al “padre Joe” a comienzos de los 90, cuando vivía en Wilmington. Su hija, entonces niña, no se sentía a gusto en la parroquia que solían frecuentar, así que decidieron probar con Santa Margarita María en la vecina Lomita.
“Después de la primera Misa, al salir, [Sartoris] nos dijo: ‘Oigan, ¿ustedes son nuevos? Vamos a comer un pastel’. Desde entonces a mi hija le encantó. Era nuestro sacerdote, y era increíble”.
Guillermo y Silvia Molfetta conocieron a Sartoris en 2013, durante una peregrinación a Tierra Santa con el arzobispo Gomez y unos 300 católicos de Los Ángeles. Los Molfetta fueron asignados al autobús que lideraba Sartoris, entonces ya en sus ochenta. Fue el comienzo de una estrecha amistad que incluyó tres peregrinaciones más por Europa, cenas en su restaurante italiano favorito, y visitas con la familia extendida de los Molfetta.
“Era tan cariñoso, tan lleno de vida, y daba buenos consejos”, dijo Guillermo, feligrés de San Carlos Borromeo en North Hollywood.
Los Molfetta continuaron sus visitas regulares hasta el mes pasado, cuando lo vieron por última vez en Marycrest, pocos días antes de su fallecimiento el 27 de junio, cuatro días antes de cumplir 98 años. Al preguntarle qué los unía tanto a él, Silvia coincidió con lo dicho durante el funeral: Sartoris era un “sacerdote del pueblo”.
“Solo con mirarlo, me daba paz y confianza para entenderlo, y él me entendía a mí”, dijo. “Fue un regalo para nosotros, un regalo de Dios”.