Chris Seminatore y Mike Psomas se desviaron por el paseo marítimo de Venice Beach, llevando un carro con 120 sándwiches caseros de jamón y queso, agua embotellada y Oreos y Nutter Butter Bites.
Su misión: ofrecer sustento a quienes residen, a lo largo de un tramo de media milla de tiendas de campaña, chozas y cobertizos, colocados junto a la playa, y que ahora forman parte de uno de los campamentos para personas sin hogar más grandes de Los Ángeles.
“Qué tal hermano, ¿cómo estás hoy? ¿Sándwiches, agua?, gritó Seminatore, de 52 años, al ofrecerle un par de sándwiches a un hombre barbudo que llevaba una sudadera con capucha oscura y pantalones cortos. “Que tengas un buen día”.
“Gracias, gracias, apreciamos su ayuda”, dijo Zack, de 29 años, quien se rehusó a dar su apellido. El hombre, nativo de Pensilvania y carente de hogar durante los dos años de estancia en Los Ángeles, clavó los dientes en dos sándwiches apilados, al mismo tiempo. “Esto es maravilloso. Es una gran ayuda”.
La brigada de sándwiches, con sede en la Iglesia del Buen Pastor, en Beverly Hills, se cuenta entre las legiones de voluntarios católicos laicos y organizaciones benéficas que están ayudando a decenas de miles de angelinos sin hogar durante la peor pandemia viral acaecida en cien años.
Desde la Gran Recesión hasta el contagio de COVID-19, el porcentaje de personas en el sur de California que carecen de un techo sobre sus cabezas se ha disparado, alcanzando dobles dígitos, según datos del gobierno, y superando a los 60,000 residentes en el condado de Los Ángeles, de los cuales dos tercios viven en las calles de Los Ángeles.
La falta de viviendas ha sido durante mucho tiempo una realidad en el sur de California, pero las señales de esto nunca han sido tan generalizadas ni tan alarmantes. Desde las hileras de tiendas de campaña apiñadas en Skid Row, en el centro de Los Ángeles, hasta el improvisado barrio de barracas situado en la arena de Venice Beach. Desde los campamentos esparcidos por las aceras públicas, hasta los maltrechos automóviles, abarrotados de pertenencias personales y estacionados a lo largo de las aceras de la ciudad.
Los indigentes de la región son ya visibles a lo largo de las autopistas, de los parques, de los vecindarios y de los distritos comerciales, desde el condado de Los Ángeles, hasta los condados de Ventura y Santa Bárbara, que, unidos, constituyen el territorio de la Arquidiócesis de Los Ángeles.
Esta miseria y sufrimiento humanos han atraído la atención nacional sobre una ciudad mejor conocida por sus estrellas de Hollywood, sus autos relucientes y sus relumbrantes olas.
La crisis incontrolada de personas sin hogar ha desencadenado una serie de demandas, tanto por parte de sus defensores como de las empresas locales. Esto ha propiciado el uso de cientos de millones de dólares en fondos aportados por los contribuyentes fiscales, para aplicarlos a programas y viviendas con apoyo permanente. Y ha impulsado el recurso a presupuestos cada vez mayores para socorrer a la multitud de personas sin hogar.
El mes pasado, el alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti, dio a conocer un plan que consistirá en usar mil millones de dólares para construir más viviendas, para trasladar a la gente a hogares permanentes y para acabar con los cientos de campamentos de personas sin hogar.
Al día siguiente, un juez federal provocó una guerra de estira y afloja al ordenar que los fondos propuestos —mil millones de dólares— se reservaran, más bien para proporcionar refugio a unos 2,100 hombres, mujeres y niños que viven en las calles de Skid Row. La ciudad y el condado de Los Ángeles están apelando la decisión.
Los católicos ponen manos a la obra
Aunque los gobiernos locales han batallado para responder al creciente número de personas sin hogar, los católicos de toda la región se han arremangado los brazos para ayudar a los que han caído en la miseria.
Éstos incluyen, pero no se limitan a las Caridades Católicas de Los Ángeles; San Vicente de Paul, de Los Ángeles; la Soberana Orden de Malta, de Los Ángeles; los Caballeros de Colón, de Los Ángeles; El Trabajador católico, de Los Ángeles; y cientos de parroquias de toda la arquidiócesis, incluida la Iglesia de la Misión Dolores, de Boyle Heights, que tiene el único refugio con sede en un santuario de Los Ángeles.
A pesar de las restricciones de salud pública impuestas durante el pasado año, esas agencias y ministerios católicos han incrementado la donación de alimentos, ropa y estuches de higiene, ideando, al mismo tiempo maneras creativas de mantenerse a salvo al estar ayudando a sus amigos sin hogar.
Han seguido manteniendo también una amplia gama de servicios para personas sin hogar, desde centros comunitarios, bancos de donación de alimentos y refugios, hasta la coordinación de servicios de atención médica, trabajo y apoyo financiero para los pobres.
Debido a los serios recortes de voluntarios durante lo peor del brote de COVID-19, algunas agencias han tenido que limitar las comidas calientes, el asesoramiento personal y un campamento de verano para niños necesitados.
Pero gracias a la reducción de las restricciones y a las vacunas Covid, ha habido una avalancha de voluntarios que están ahora regresando y ayudando a que los servicios vuelvan a la normalidad, dicen los directores de las organizaciones benéficas. Y están de acuerdo en que la diferencia que los ministerios católicos han propiciado es de valor incalculable.
“Los católicos están haciendo mucho”, dijo David García, director ejecutivo de la Sociedad de San Vicente de Paul, LA. “Sin nosotros, se vería mucha más gente padeciendo de hambre. Si cuantificáramos todo el trabajo católico de la arquidiócesis, sería colosal”.
‘No se puede resolver este problema como en el microondas’
Caridades Católicas, cuya sucursal de Los Ángeles fue fundada en 1919, cuando la pandemia de la gripe española mató en todo el mundo a decenas de millones de personas, se preparó para otro shock viral. Durante las reuniones semanales, Mons. Gregory A. Cox, que fue su director ejecutivo durante 28 años, abordó por Zoom la crisis con el personal de alto nivel.
La organización sin fines de lucro, con un presupuesto de $ 55 millones y considerada por las autoridades de salud pública como un servicio esencial durante los bloqueos provocados por el COVID-19, ajustó a los protocolos de seguridad sus 10 refugios que contienen 340 camas, así como también sus 18 centros comunitarios que permanecieron abiertos, con salas de cuarentena dedicadas a familias en riesgo.
Para Mons. Cox, el problema de la gente sin hogar nunca ha sido peor. Cuando fue llamado hace casi cuatro décadas a servir en Caridades Católicas, los residentes sin hogar de Los Ángeles eran en su mayoría hombres que vivían en Skid Row. Pero a medida que el tiempo pasaba, fue viendo a más y más mujeres, luego a un número creciente de mujeres y niños sin hogar y a un mayor número de familias.
A lo largo de la pandemia, Caridades Católicas incrementó su prevención para personas sin hogar, incluida la asistencia para la renta y para pagar la factura de servicios públicos, además de los apartamentos para la atención de adultos mayores. Mientras tanto, los católicos inundaron la agencia con $ 4 millones en donaciones, inclusive, sin que hubiera eventos presenciales de recaudación de fondos.
“La cuestión final es: ¿Cómo podemos mantener los servicios para los pobres y cómo podemos conservar la seguridad de nuestro personal?” dijo Mons. Cox.
En total y según un análisis reciente, Caridades Católicas de Los Ángeles atendió a unos 265,000 residentes durante el contagio de COVID-19.
A medida que disminuyen las restricciones por el COVID-19, muchos de sus 3,300 voluntarios, inclusive los 800 que laboran en sus refugios y centros comunitarios y han sido vacunados, están ahora regresando para ayudar a un personal 350 empleados y cuyo trabajo de repartir alimentos, atender tiendas de venta de artículos de segunda mano y de apoyar a más de 70 diferentes servicios para las personas sin hogar, es excesivo.
Dentro de cinco años, esta organización benéfica busca abrir junto a su oficina —situada al oeste del centro de la ciudad, St. Joseph's Village— un complejo de $ 68 millones, con el fin de ofrecer servicios para la comunidad, un gimnasio, un campo de fútbol y un refugio de 18 camas para niños fugitivos, al igual que un Hogar con 12 camas para adultos necesitados de atención.
Mons. Cox dijo que resolver un problema complejo como el de la falta de vivienda puede llevar años, combinando tanto refugios de transición como viviendas permanentes, así como también, modelos nuevos y efectivos para ayudar a que los residentes con problemas lleguen a vivir en hogares a largo plazo.
“No se puede resolver este problema como en el microondas: abra la puerta, colóquelo ahí por un tiempo corto y queda resuelto”, dijo. “Hubo un tiempo en el que teníamos refugios y no había suficientes viviendas. Ahora, tenemos más dinero para las viviendas, pero hemos dejado de lado los refugios. Se necesitan ambos. Y se requiere de tiempo”.
La respuesta vicentina
En Los Ángeles, una de las agencias que está confrontando de frente la crisis es la Sociedad de San Vicente de Paul, cuya sede local, en Lincoln Heights, está ahora rodeada de campamentos para personas sin hogar.
Esta sociedad sin fines de lucro, que cuenta con un presupuesto de $ 13 millones y que trabaja a través de parroquias locales, ha estado brindando durante 114 años sus servicios de prevención y ayuda para gente sin hogar en Los Ángeles. Opera un refugio Cardinal Manning Center en el centro de la ciudad, así como también dos tiendas de venta de artículos de segunda mano y un campamento Circle V Ranch, cerca de Santa Bárbara.
“El mensaje sigue siendo el mismo y se remonta a Mateo 25: alimentar al hambriento, vestir al desnudo y dar de beber al que tiene sed”, dijo García, un antiguo ejecutivo de Fortune 500 que se unió a la sociedad hace 20 años.
Antes del COVID-19, sus 2,200 voluntarios (conocidos como Vicentinos a través de sus 140 “conferencias” parroquiales locales) ofrecieron alimentos, ropa, asistencia financiera, etc. a más de 300,000 residentes necesitados.
Pero cuando el coronavirus cerró Los Ángeles hace un año, los vicentinos, famosos por sus visitas domiciliarias a sus amigos necesitados, realizadas personalmente, tuvieron que improvisar con reuniones por Zoom, llamadas telefónicas o charlas distantes. Su refugio de 65 camas, situado en el centro de la ciudad, redujo sus camas a la mitad, en tanto que su comedor de beneficencia y centro de recursos permanecen cerrados.
Se espera que el Rancho Circle V vuelva a abrir este verano a la mitad de su capacidad para ponerse a disposición de hasta 600 niños necesitados.
Mientras tanto, la recolección de alimentos, ropa y juguetes siguió en funciones, acompañando cada reunión de la conferencia con una oración para pedirle a Dios “la fortaleza para buscar y encontrar a los olvidados”.
Cada semana, los vicentinos distribuyen alimentos, ropa y mantas en MacArthur Park, además de cientos de sándwiches en otras partes de la ciudad. También reparten estuches de higiene elaborados por la Soberana Orden de Malta.
Durante el pasado año, los Vicentinos recaudaron $ 800,000 para ayudar a prevenir la falta de vivienda a través de la asistencia para el alquiler y la hipoteca. Pero con una moratoria nacional sobre los desalojos de alquileres que finalizará este verano, se espera un “tsunami de desalojos” que podría requerir de más ayuda.
García dijo que creía que la crisis de las personas sin hogar en Los Ángeles fue causada por el alto costo de las viviendas en el sur de California, por la pérdida de empleos durante la pandemia de COVID-19 y porque muchos presos fueron liberados anticipadamente de las cárceles y prisiones.
“Personalmente, no sé cuál es la solución, pero podemos encontrarla”, dijo. “Creo en los milagros, porque los veo suceder todos los días, simplemente por el tipo trabajo que realizamos”.
Una crisis pasa de ser invisible a ser visible
La iglesia Misión Dolores, fundada por monjas belgas en Boyle Heights hace casi un siglo, es ahora una parroquia dirigida por jesuitas y reconocida por su lanzamiento de Homeboy Industries, ése reconocido programa de capacitación laboral para jóvenes de pandillas.
Sus comunidades de base cristiana también fundaron hace 33 años el Proyecto Pastoral Guadalupe para gente sin hogar, el único refugio, establecido en un santuario, para atender a la gente sin hogar de los Ángeles.
Antes del COVID-19, la parroquia albergaba hasta a 50 hombres en catres situados alrededor de sus bancas de madera y a otros 10 más en otra ala de la iglesia. En 2015 se fundó un refugio separado para 15 mujeres.
Después del inicio de la pandemia, el refugio llegó a ser el único en Los Ángeles que se cerró las 24 horas del día, los 7 días de la semana, bloqueando el tráfico entrante o saliente, con el fin de mantener seguros a los residentes y al personal de la iglesia. Los voluntarios dejaron, entonces de asistir. Y al no poder salir a trabajar, el número de residentes se redujo a más de la mitad.
Ahora, debido a las vacunas COVID-19 y a que los residentes han sido autorizados a salir a trabajar, los catres se están llenando de nuevo. Dentro del tranquilo patio, hay una estatua de San Ignacio de Loyola, representado como mendigo peregrino, que se encuentra junto a los escalones del presbiterio en donde se celebra la misa al aire libre todos los días.
“La falta de vivienda aparece en los periódicos y se habla de ella como de ‘la nueva crisis’”, dijo el padre Brendan Busse, SJ, sacerdote vicario de la Misión Dolores. “Pero hemos estado haciendo esto aquí durante 30 años o más y la falta de vivienda siempre ha estado presente, aunque no siempre de manera visible.
“Ahora es visible”, dijo. “La sabiduría de este lugar es lo que siempre hemos estado haciendo y lo que necesitamos hacer aún más”.
Esa sabiduría, dijo, incluye ganarse la confianza de cada residente y la obtención de los servicios que ellos se merecen, desde cheques de apoyo por parte del gobierno hasta asesoramiento laboral y atención médica, que pueden ayudar a cada uno de ellos. El año pasado, el Project Proyecto gastó $ 500,000 en tarjetas de alimentos para los pobres.
“Ellos se sienten seguros, se sienten interconectados”, dijo Verónica Meza, directora del Proyecto Guadalupe para los Desamparados. “Con Dios, todo estará bien”.
Caballeros al rescate
Al otro lado de la ciudad, en uno de las zonas más ricas del país, media docena de voluntarios se reúnen todos los días para preparar cientos de sándwiches de jamón y queso americano para la gente sin hogar.
El programa Feed My Poor (Alimenten a mis pobres) de la Iglesia del Buen Pastor, en Beverly Hills se originó a partir de un desayuno caliente semanal —ahora cancelado por la pandemia — dispuesto para unos 100 a 150 residentes sin hogar.
Entonces, los líderes de la iglesia pensaron: si no podemos traer a nosotros a la gente sin hogar, nosotros les llevaremos la comida a ellos. Luego, los voluntarios se ofrecieron a comprar el pan, los embutidos, la fruta fresca, etc.
Los sándwiches resultantes, preparados por hacendosas manos de la Iglesia Episcopal de Todos los Santos, de la Iglesia Presbiteriana de Beverly Hills y del Templo Sinaí salen ahora precipitadamente a través de la puerta y cruzan la ciudad. La nueva organización sin fines de lucro aprovechó también un camión de comida para ofrecer comidas calientes. Desde marzo, han entregado 250,000 comidas.
“La mano de Dios ha estado guiando todo”, dijo el padre Edward Benioff, párroco de la iglesia del Buen Pastor. “Dios nos ama a todos. Y en tiempos de crisis, él impulsa a la gente a comprometerse”.
Uno de esos voluntarios es Mike Psomas, director del capítulo local de la Orden de Malta, una orden religiosa fundada hace nueve siglos con el fin de ayudar a los pobres y enfermos.
Durante el COVID-19, la Clínica Médica gratuita de la Orden de Malta cerró. Y sus 250 “Caballeros” y “Damas” se vieron obligados a cambiar, de preparar desayunos calientes en el Centro San Francisco, ubicado en el centro de la ciudad, a preparar cientos de almuerzos fríos al día en el Buen Pastor.
También cambiaron de una línea de ensamble grupal de estuches de higiene personal en la iglesia italiana de San Pedro, cerca del centro de la ciudad, a empacar cepillos de dientes, calcetines, Kleenex y otros artículos en salas de estar familiares. Como resultado, la productividad se duplicó a 1,440 kits por mes.
Una unidad móvil de la Orden de Malta ahora entrega al mes 50,000 libras de frutas y verduras a las despensas de alimentos, atendiendo a unas 1,000 familias a la semana.
El ayudar a los pobres es un aspecto esencial de mi vida, más importante que mi práctica de la contabilidad”, dijo Psomas, de 57 años, quien ejerce como presidente de la orden en su localidad de Los Ángeles y dice que él se ha transformado al servir a los necesitados.
“Empecé a verme a mí mismo en ellos. Empecé a ver a Jesús en ellos. Y entonces se convirtió más bien en una vocación”.
Una mañana, de fines de abril, después de un viaje de 10 millas para llegar al malecón de Venecia, él y Seminatore avanzaron a través de una fuerte brisa. Las palmas crujían por encima de sus cabezas. Pequeñas olas espumosas bailaban a través de un mar verdoso, más allá de las hileras de tiendas de campaña agitadas por el viento y habitadas por los hambrientos.
Cada sándwich es recibido con una sonrisa y con palabras de agradecimiento.
“Ustedes son maravillosos”, dijo Adam Schneider, de 44 años, que ha carecido de hogar de manera intermitente durante cuatro años, después de que su esposa muriera de un ataque cardíaco y después de haber perdido su trabajo como inspector de casas embargadas. “Esto ayuda mucho”.
“¡Y estas cosas perduran!”