Por muchos años, las tripulaciones marítimas que ingresaban al Stella Maris Crew Center and Chapel fueron recibidas con un letrero que representaba a la Virgen María y anunciaba “Misa – Espacio de recogimiento - Relajación /Wi-Fi, café y galletas gratis”.
Ahora, el letrero que invita a puerto seguro a miles de marineros y trabajadores de la hostelería se encuentra tras puertas cerradas en el Port of Los Angeles World Cruise Center, de San Pedro.
Sus mullidos sofás están vacíos. Sus paquetes para la atención de las necesidades de a bordo, que van desde calcetines para abrigar los pies hasta champú y rosarios, permanecen ahí, olvidados. Su máquina de café, está fría, pese a que hay dos barcos Holland America y Princess que recientemente fueron amarrados a un muelle frente a sus amplias ventanas.
Y su Capilla Stella Maris, que es todo un santuario para los marinos de todo el mundo quienes en algún tiempo recibían con entusiasmo la sagrada Eucaristía después de días, semanas o meses en el mar, está vacía.
“Normalmente, solíamos tener de 40 a 50 personas en nuestra capilla, provenientes de esas dos líneas de cruceros”, dijo el padre Maurice Harrigan, párroco de la cercana Iglesia Mary Star of the Sea y de su derivación marítima en Berth 93.
“Y ahora: nada. No se les permite salir de sus barcos. Eso es un gran problema, tanto para ellos como para nosotros. Ellos quieren ser atendidos y nosotros queremos atenderlos. Pero no podemos hacer nada”.
La obstrucción de la capilla de San Pedro ocurre en un momento en el que las líneas de cruceros, paralizadas durante el contagio de COVID-19, reiniciaron sus motores este otoño para realizar giras mundiales.
También coincide con un bloqueo de la cadena de suministro mundial que ha obstruido el puerto de contenedores más activo del país, habiendo quedado hasta 100 barcos mercantes inactivos en alta mar en espera de descargar sus cargamentos.
Con tantos barcos vagando en torno a los puertos de Los Ángeles y Long Beach, no queda muy claro el hecho de por qué miles de sus marineros católicos no han podido acceder a la capilla y al centro para tripulaciones de Stella Maris.
Porque Stella Maris —el nombre en latín de Nuestra Señora, Estrella del Mar—desde la antigüedad ha sido su estrella guía y el faro iluminador de la histórica parroquia María Estrella del Mar, de su ministerio marítimo de 80 años de duración, y de su párroco.
“Tuve un encuentro directo con Nuestra Señora, en el cual ella me invitó a ser sacerdote de su Hijo”, dijo el padre Harrigan, cuya primera Misa, celebrada hace 25 años, coincidió con la fiesta de la Inmaculada Concepción.
‘Parroquia de pescadores’
La Iglesia Mary Star of the Sea, que fue fundada en 1889 en una colina con vistas al puerto de Los Ángeles, ha sido apodada la “Parroquia de los pescadores” por sus vínculos con las industrias de la pesca y las conservas que en algún tiempo prosperaron allí.
Una resplandeciente imagen de María Madre ha permanecido durante décadas en lo alto de su campanario, gracias a sus pescadores —que en su mayoría son croatas e italianos—, quienes dedicaron una parte de su pesca diaria para pagar su estatua de bronce, de 10 pies de altura.
Su bienvenida de brazos abiertos se ha dirigido a miles de marineros y tripulaciones de barcos que atraviesan el puerto de Los Ángeles pasando por Angel's Gate.
El padre James McLaughlin, párroco de Mary Star of the Sea durante la época de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial, fundó la Capilla Stella Maris, una extensión de la parroquia vinculada al Apostolado del Mar, una organización católica que apoya a los marineros necesitados de todo el mundo.
La capilla del muelle y el salón para la tripulación sirven como cabina de mando para los ministerios marítimos de la Arquidiócesis de Los Ángeles.
Por varias décadas, un sacerdote de María Estrella del Mar presidió ahí una misa diaria y ofreció orientación pastoral, incluyendo la Comunión. También trasladaban a las tripulaciones de barcos —en su mayoría extranjeros con permiso de bajar a tierra— a citas médicas y a visitas a sus respectivos consulados.
Cuando no estaban en la iglesia, ubicada en un camarín pequeño y situado en la parte de atrás, decenas de hombres y mujeres pasaban el rato en el salón, se conectaban a sus computadoras, hojeaban su biblioteca, recogían entregas de Amazon o recibían paquetes de artículos de higiene, libros de oraciones y cosas por el estilo, preparados por voluntarios locales de Catholic Daughters of America.
Hasta el contagio del COVID-19, el Stella Maris Crew Center and Chapel recibía hasta 4,000 marineros al año, la mayoría de los cuales provenían de cruceros visitantes y muchos de los cuales eran nativos de Filipinas, del sudeste de Asia y del sur de la India, dice el padre Harrigan.
La capilla se cerró en marzo de 2020 a consecuencia de una orden de salud pública que prohibió el culto en interiores durante la pandemia de COVID-19. Su anterior capellán, el padre Freddie Chua, tiene ahora el cargo de párroco de la Iglesia de la Anunciación, en Arcadia.
Ahora que las restricciones del COVID-19 fueron relajadas y que aumentó el tráfico de cruceros y barcos de carga, los encargados de la Iglesia dicen que a los fieles no les ha sido posible volver. De hecho, sencillamente han desaparecido.
“Ha quedado todo en el limbo”, dijo Nicholas Vilicich, sacristán de Mary Star of the Sea, quien en algún tiempo ayudó a transportar a las tripulaciones en una camioneta de la iglesia asignada a Stella Maris. “Las tripulaciones no pueden, en lo absoluto, bajar del barco. Y nosotros no podemos subir a los barcos. Es una gran pérdida para los miembros de la tripulación que necesitan de nuestra ayuda”.
Mensajes contradictorios sobre los permisos de la tripulación para bajar a tierra
Por décadas, las tripulaciones de extranjeros provenientes de barcos que atracaban en puertos de Estados Unidos podían simplemente solicitar una visa de permiso para bajar a tierra y salir. Luego vino la pandemia, que hizo que los protocolos de seguridad dejaran varados en el mar durante meses a más de 200,000 marineros. Actualmente, a algunas tripulaciones se les están concediendo permisos para bajar a tierra en varios puertos, entre ellos, el de Los Ángeles.
Pero el padre Harrigan, que ha reemplazado al padre Chua como capellán de la Capilla Stella Maris, estaba perplejo acerca de por qué las tripulaciones de los cruceros no estaban acudiendo a Stella Maris. La capilla está siendo abierta una vez a la semana hasta que ellos vuelvan.
Dijo que un sobrecargo de Princess Cruises le dijo que los funcionarios de aduanas federales estaban prohibiendo las salidas a tierra debido a la preocupación de que las tripulaciones de ciertas naciones pudieran escapar del barco. Los funcionarios de las aduanas estadounidenses dicen que ése no es el caso.
En un correo electrónico enviado a Angelus, Jaime Ruiz, jefe de la rama de participación estratégica de los medios para la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) de Estados Unidos dijo: “No hemos realizado ningún cambio extensivo para todo el puerto con respecto a los pases costeros”. “La última vez que lo chequé, había más de 600 pases costeros. Supongo que esta cantidad aumentará a medida que disminuya la congestión del puerto y que las líneas de cruceros reanuden completamente sus operaciones”.
Dijo que los oficiales de CBP realizan una entrevista y una evaluación de riesgos para los miembros de la tripulación que poseen una visa y un pasaporte válidos, con el fin de determinar si se les debe otorgar un pase de tierra. En circunstancias especiales, —como en el caso de una necesidad de atención médica— también otorga permisos para aquellos miembros de la tripulación que no son elegibles para obtener un pase de tierra.
Dijo que sospecha que la disminución de los asistentes a Stella Maris en gran parte pudiera tal vez atribuirse a la pausa ocurrida en las operaciones de cruceros durante el último año, dado que la tripulación de un barco de crucero puede ser de más de 1,600 integrantes, comparado con la tripulación de un barco de contenedores que consta aproximadamente de unas 20 personas. “Las llegadas de cruceros se han reanudado en los últimos meses”, dijo Ruiz, “pero todavía no hemos alcanzado la cantidad anterior al COVID.
“Hemos recibido solicitudes de transportistas, de barcos de cruceros y de capitanes de navíos para denegar los pases a tierra”, dijo. “Sin embargo, seguimos emitiendo el pase de tierra basándonos en la ya mencionada evaluación de riesgos y no en una solicitud de la industria”.
Holland America, una rama de Carnival Corporation & plc, con sede en Seattle, no devolvió las llamadas. Una portavoz de Princess Cruises, que es también una rama de Carnival, dijo que de vez en cuando y debido a operaciones, acuerdos o consideraciones de seguridad, el permiso para bajar a tierra puede no estar disponible.
En un correo electrónico, un portavoz de Carnival Corporation dijo que había hecho algunas comprobaciones preliminares y que “aparentemente los miembros de nuestra tripulación están tomando la licencia para bajar a tierra” en Los Ángeles.
Pero según la Sea Me Crew Foundation, una organización sin fines de lucro, que es un grupo de apoyo para miembros de la tripulación global, con sede en Vancouver, ha habido muchas inconsistencias en lo referente a quiénes pueden bajar de un barco y quiénes no, dependiendo del barco de que se trate y del puerto de escala, así como también del número de casos de COVID-19 a bordo.
“Que yo sepa, [el Princess] no está dejando salir a sus tripulaciones en Los Ángeles”, dijo Krista Thomas, presidenta fundadora de la institución, que cuenta con 60,000 miembros en Facebook. “No he oído de nadie que se haya bajado en Los Ángeles últimamente”.
Entre tanto, el padre Harrigan dijo que él está trabajando con los funcionarios de Princess Cruises para poder prestar servicios a la gente de mar sobre la cubierta, cuando sus barcos están en el puerto.
“Estas personas tienen una vida muy difícil, al ser gente de mar”, dijo el Padre Harrigan, de 58 años, nativo de Glendale, que dejó el mundo de los negocios después de sentir el llamado al sacerdocio. “Y ha sido especialmente difícil para nosotros el atenderlos. A bordo del barco, no tienen Wi-Fi, ni sofás cómodos, ni televisores de pantalla ancha, cosas que todos nosotros damos por descontadas.
“Estoy muy triste, me siento angustiado. Me gustaría que pudiéramos servir a nuestra gente”, dijo. “Aquellos a quienes servimos no pueden venir a darle culto a Dios: no pueden escuchar misa, ni recibir ninguno de los sacramentos. ...Se están muriendo, espiritualmente, de hambre”.