Los bandidos salieron de los arbustos que bordeaban la carretera y abrieron fuego justo cuando el padre Aloysius Ezeonyeka terminaba de rezar el rosario. El párroco de la Iglesia del Sagrado Corazón de Ventura conducía por una carretera desierta en lo que la tarde de Año Nuevo le iba dando paso a la noche, camino del aeropuerto de Lagos para visitar a su familia, en el sudeste de Nigeria.

Él pisó a fondo el acelerador, sin bajar la velocidad cuando las balas penetraron en el auto, pensando que era más probable que muriera si se detenía. Una bala le dio en el estómago y otra desgarró uno de sus neumáticos.

“Pero tuve que sostener la herida y seguir conduciendo”, dijo él.

El padre Ezeonyeka está ahora de vuelta en su parroquia de la Arquidiócesis de Los Ángeles, y se describe a sí mismo como curado en “alrededor de un 90%”. Su supervivencia, —que se debe en gran medida a un niño y a su padre, quienes se presentaron como buenos samaritanos— estaba lejos de estar asegurada.

Mientras huía de sus atacantes, el Padre Ezeonyeka sabía que tendría que detenerse antes de desmayarse. Por fin, vio una parada de camiones improvisada.

“Tan pronto como dije, ‘Aquí es donde tengo que detenerme’, el motor dejó de funcionar”, recuerda.

Salió tambaleándose del automóvil y se desplomó.

Pero no había ayuda. Los camiones que había visto estaban averiados. Mientras él yacía en el suelo, sangrando, durante casi una hora, se fue reuniendo en torno suyo gente de buena voluntad.

“Ellos no sabían qué hacer. No tenían vehículo. No había ayuda en camino”, dijo. “Yo estaba rezando”.

Padre Ezoenyeka durante un viaje misionero a Nigeria en 2019 (Foto Kevin White).

El viaje espiritual que parecía a punto de llegar a su fin terrenal había empezado 55 años antes, en una barriada de Nigeria. Cuando era joven, la iglesia le aburría a Ezeonyeka. Él se alegraba de sentir que había dejado atrás a Dios cuando se mudó a Lagos y se convirtió en disc jockey.

Luego, en 1988, experimentó una profunda conversión a través de la renovación carismática católica. Se volvió líder juvenil de su parroquia, en la cual los jóvenes respondían a sus exhortaciones. Comenzó a preguntarse si Dios lo estaba llamando al sacerdocio.

Un año, en la fiesta de su patrono, San Luis, pidió una Misa para implorar ayuda para discernir su vocación.

“Las piezas empezaron a entrar en su lugar”, dice.

Entró a un monasterio benedictino, en donde fue ordenado sacerdote en 2002. Pero, al estar dirigiendo retiros y dando clases, empezó a sentir que estaba llamado a un ministerio activo fuera del monasterio. En 2004 su comunidad lo envió a un “año pastoral” a Los Ángeles, para discernir si ése era realmente su llamado.

Y sí lo fue. El padre Ezeonyeka comenzó sus estudios de posgrado en consejería, mientras que al mismo tiempo apoyaba en parroquias. Le encantaba el trabajo. Finalmente, la Arquidiócesis de Los Ángeles le pidió que considerara incardinarse ahí, dejando a los benedictinos para convertirse en sacerdote diocesano. Después de un año de discernimiento, comenzó el proceso de varios años que lo llevó a la incardinación en 2016.

Cuando viajó desde Los Ángeles el 29 de diciembre, no había vuelto a visitar a su familia desde hacía tres años.

Conocía los peligros del COVID-19, pero por lo demás se sentía seguro. La terrible violencia que impera en el norte de Nigeria por parte de simpatizantes de ISIS que secuestran, violan, torturan y asesinan a cristianos, estaba ubicada muy al norte de su ciudad natal. Él no sabía que, desde su última visita, el sur de Nigeria estaba experimentando una ola de violencia entre pastores nómadas y agricultores locales, así como delincuencia y secuestros perpetrados por bandas criminales.

Aunque él no lo sabía, unos días antes de su partida de Los Ángeles, un viejo amigo también se había enfrentado a una terrible experiencia en su país natal. El padre Moses Chikwe, un seminarista nigeriano que había sido un tiempo compañero de Ezeonyeka durante sus primeros días en Los Ángeles y es ahora obispo auxiliar de la diócesis nigeriana de Owerri, había sido secuestrado.

Al día siguiente de que le dispararan al padre Ezeonyeka, el obispo Chikwe fue liberado, al parecer sin rescate. El padre Ezeonyeka se enteraría igualmente de que un nigeriano expatriado del sur de California y también se había ido a Nigeria durante las vacaciones, fue secuestrado y luego asesinado, a pesar de que su familia había pagado un rescate.

Nada de eso cruzó por su mente cuando él recogió el automóvil de unos amigos en una comunidad dominica de Lagos y se dirigió a casa.

“Yo había vivido en Nigeria toda mi vida [antes de venir a Estados Unidos]. Había viajado de noche y no había tenido ningún problema”, dice.

No tiene idea de quién lo atacó.

“Ellos sólo disparaban indiscriminadamente. Yo no sabía si eran ladrones, pastores o secuestradores”, dice él. “Sentí que no querían que conservara la vida. Decidí que no me iba a detener. Si me mataban, estaba bien y si no lo hacían, también estaba bien”.

Sonny Mopo y su hijo con el Padre Ezoenyeka en el hospital de NIgeria.

Durante una hora estuvo yaciendo en el suelo, en la parada de camiones, desangrándose.

Alrededor de las 6 de la tarde, se acercó un niño pequeño, que no tenía ni 11 años. Luego, el niño corrió hacia su padre, que era dueño de una camioneta de carga, gritando que un hombre se estaba muriendo y que necesitaba ayuda.

“El papá vino y trajo su camioneta”, dijo el padre Ezeonyeka.

El padre era un antiguo policía, conocido como Sonny Mopo o “Sonny the Cop” (Sonny, el Policía). El nombre del niño —en inglés; sale sobrando la traducción— era “God-is-Great” (Dios es grande).

“No podías inventar eso”, dijo el padre Ezeonyeka. “Ese joven me salvó literalmente la vida”.

Sonny the Cop fue a buscar su arma porque tendrían que pasar por el lugar de la emboscada para llegar a la clínica más cercana. Le dijo a su pequeño hijo que condujera y luego, literalmente, viajó como guardaespaldas, escopeta en mano.

Con God-is-Great al volante, los bandidos salieron nuevamente de entre los arbustos, pero Sonny estaba listo.

“Él empezó a disparar su arma al aire. Los bandidos pensaron que era la policía y huyeron”, dijo el padre Ezeonyeka.

Éste estaba en la parte de atrás, acompañado por un hombre católico que lo alentó y oró por él sin parar durante las siguientes siete horas.

Pero cuando llegaron a la pequeña clínica, se encontraron con que ahí había apenas un poco más de ayuda que en la parada de camiones. No había cirujano, ni suministros ni equipo para tratar una herida grave. Sonny the Cop y el hombre católico que estaba cuidando al padre Ezeonyeka imploraron que se usara una ambulancia para llevarlo al hospital universitario de la ciudad de Benin.

El personal dudaba acerca de si los protocolos de selección justificaban poner gasolina en la ambulancia para el viaje de ida y vuelta de dos horas. El sacerdote estaba vomitando sangre.

“Podía escucharlos decirle al médico que atendiera a otros pacientes, que no había forma de que este hombre pudiera recuperarse”, dijo el padre Ezeonyeka.

Él se puso en paz con Dios.

“Yo estaba listo. Me sentí en paz con eso y le dije que le estoy realmente agradecido por la vida maravillosa que Él me dio. Le dije que lamentaba todo lo que había hecho mal. Le entregué mi espíritu”, dijo el padre Ezeonyeka.

“En realidad, tenía un poco de curiosidad de ver el acto final de la muerte de un ser humano y estaba esperándola, con curiosidad de ver cómo sucedería.

“Pues no lo vi”.

Padre Aloysius Ezeonyeka con su kora, un instrumento común en África Occidental (Foto John Mccoy)

Después de pasar dos horas en la clínica, lo subieron a una ambulancia para el viaje hacia el Hospital Universitario de la Ciudad de Benin.

Él llegó alrededor de las 10 p.m. La mayoría de los médicos e inclusive todos los cirujanos, se habían ido a casa para pasar la víspera de Año Nuevo con sus familias. El personal disponible dudaba que alguien pudiera lograr salvarlo.

Fue entonces cuando una red de sacerdotes nigerianos se movilizó con gran empeño. Cuando los amigos del padre Ezeonyeka fueron notificados de su difícil situación, comenzaron a llamar a todos los que ellos pensaban que podrían ayudar, inclusive al arzobispo de la ciudad de Benin y a los profesores de la universidad a la que estaba conectado el hospital.

Un cirujano regresó y determinó que se necesitaría de todo un equipo de cirujanos para tratar de salvarlo.

“Algunos de los médicos consideraban que era demasiado tarde, pero uno o dos dijeron que no les importaba, que iban a proceder con la cirugía”, dijo el padre Ezeonyeka.

“A partir de entonces, ocurrió simplemente una increíble variedad detalles de bondad”.

Él había perdido tanta sangre que tenían que obtener más antes de continuar. La operación de cinco horas empezó alrededor de la medianoche.

Cuando recobró la conciencia, se vio rodeado de cirujanos, de algunos de sus amigos sacerdotes, de su hermana y de su hermano.

“Cuando se vio que estaba respondiendo, hubo una gran ovación y muchas aclamciones de ‘'¡Bienvenido al 2021!’”, dice él.

El Padre Aloysius Ezeonyeka regresó a la Iglesia del Sagrado Corazón seis semanas después de su roce con la muerte en Nigeria (Foto John Mccoy).

A nueve husos horarios de diferencia, en Santa Bárbara, el Obispo auxiliar Robert Barron, que es el Obispo regional del Padre Ezeonyeka, tomó su teléfono la tarde del sábado 2 de enero y escuchó una historia que había cambiado por haber sido repetida tantas veces y que no era del todo correcta. Al Obispo Barron le dijeron que el Padre Ezeonyeka era el único superviviente de un ataque en el que también se había matado a miembros de su familia.

“Escuchamos decir que le habían disparado muchas veces y que lo dejaron tirado, a un lado de la carretera”, dijo el Obispo Barron. “Cuando recibí la noticia por primera vez, me dijeron que se estaba muriendo. Teníamos muy pocas esperanzas”.

A la mañana siguiente, el Obispo Barron pasó el día en la parroquia del Padre Ezeonyeka, la parroquia del Sagrado Corazón, para dirigirse personalmente a los feligreses en cada Misa. Aunque no lo dijo con muchas palabras, el Obispo Barron creía estar preparando a los feligreses para la muerte de su párroco.

Sin embargo, poco después, el Obispo Barron recibió la noticia de que el Padre Ezeonyeka estaba “en un hospital adecuado y bien atendido”.

Pero surgió un nuevo peligro cuando los medios noticiosos se enteraron de la historia. Los expertos en Nigeria le advirtieron a la arquidiócesis que, si los criminales nigerianos se daban cuenta de que un sacerdote con conexiones estadounidenses estaba indefenso ahí cerca, podrían secuestrarlo para pedir un rescate. El personal de comunicaciones de la arquidiócesis convenció a los periodistas de que no siguieran adelante con la historia hasta que el Padre Ezeonyeka estuviera a salvo.

Cuando el Obispo Barron se comunicó con el padre Ezeonyeka por teléfono, “éste estaba muy débil. Apenas pude entenderlo. Pero estaba consciente y sabía quién era yo”.

El obispo se sintió inspirado, pero no sorprendido, por su actitud.

“Él es un hombre profundamente espiritual, que interpretaría cualquier cosa que le sucediera desde el punto de vista de la Providencia de Dios”, dijo el Obispo Barron. “Ni una sola vez ha expresado enojo o deseo de venganza contra la persona que le disparó”.

Padre Ezoenyeka durante un viaje misionero a Nigeria en 2019 (Foto Kevin White).

Y es algo que tampoco ha sentido.

“Oré por estos criminales, para que Dios toque sus corazones y los cambie”, dijo el Padre Ezeonyeka.

Su respuesta a todo el incidente ha sido de abrumadora gratitud.

Agradeció a los médicos y a las enfermeras, que colocaron su cama en un lugar en el que pudieran vigilarlo constantemente. Estaba agradecido hacia ese desconocido que oró a su lado durante la frenética búsqueda de ayuda médica, animándolo a aguantar. Se sintió conmovido por el amor de sus hermanos sacerdotes que llamaron, a altas horas de la noche de un día festivo, a gente con poder, para que le brindaran la atención médica necesaria para salvar su vida.

Siente una inexpresable gratitud hacia Sonny the Cop y God-is-Great (cristianos no católicos) que regresaron a la parada de camiones para recoger sus pertenencias y dejarlas al cuidado de su familia y de sus amigos sacerdotes. Él permanece en contacto con ellos, esperando poder ayudar a God-is-Great a obtener la educación que necesita para cumplir su sueño de llegar a ser médico.

Sobre todo, está agradecido con Dios.

“Dios no podría haber sido más maravilloso para mí. No sólo porque sobreviví. Si hubiera muerto, habría dicho lo mismo”, dijo.

“Fue una de las experiencias espirituales más fuertes que he tenido en toda mi vida. No me cabe la menor duda de que todo lo que me pasó fue guiado por Dios, inclusive la bala. Podrían haber pasado muchas cosas que no sucedieron. La bala pudo haber dado en mi cabeza, en mi pecho, en mi hígado. Pero entró ligeramente por debajo del pulmón y desgarró el intestino. Y eso fue en el momento en que yo acababa de terminar de rezar el rosario”.

Él aprecia el amor y la preocupación de sus amigos, feligreses y superiores estadounidenses, que estuvieron dispuestos a hacer todo lo que fuera necesario para traerlo de regreso a los Estados Unidos para recibir tratamiento. Pero para él era importante recuperarse en Nigeria bajo el cuidado de aquellos le habían salvado la vida.

“Sentí que la atención que recibí de los médicos y enfermeras en [el hospital universitario] era realmente de un estándar mundial”, dijo.

Después de dar negativo a la prueba de COVID-19, salió de Nigeria el 8 de febrero, llegó a Los Ángeles al día siguiente y regresó rápidamente a sus tareas parroquiales. Ahora está notablemente más delgado, después de haber bajado 25 libras en el transcurso de su terrible prueba.

Su experiencia cercana a la muerte “cambió mi perspectiva de la vida y me cambió como sacerdote”, dijo. “Me enseñó lo fugaz y corta que es la vida y que a veces nos enfocamos demasiado en cosas que no importan”.

Él no es ajeno a las necesidades médicas que hay en todo el Sur: su parroquia dirige una misión médica que ha ayudado a personas de muchos países, inclusive a una aldea de refugiados nigerianos. Pero él nunca se había dado cuenta de lo mal equipadas que están las clínicas médicas comunes y corrientes hasta que fue él quien necesitó la ayuda.

En viajes anteriores a casa él había llevado juguetes para los niños. Ahora quiere llevar suministros médicos. Y tiene la intención de prestar más atención pastoral a los feligreses con emergencias médicas y a los trabajadores de salud que los atienden.

“Al estar en aquel pabellón, rodeado de tanta gente que sufría, de gente que murió allí, vi el verdadero trabajo que cuesta el tratar de salvar vidas humanas”, dijo.

Se siente humillado y afirmó que muchos de los que lo ayudaron eran católicos que hicieron un esfuerzo adicional porque él es un sacerdote católico.

“Abrazar tu sacerdocio es un gran gozo”, dijo. “Ellos te aman. Lo mínimo que puedes hacer es corresponder, amando al pueblo de Dios, estar ahí para ellos, orar por ellos y ayudarlos a amar a Jesús. Disfrutar del sacerdocio es un don maravilloso. Yo no veo esto como algo terrible que me haya sucedido.

“Es, más bien, algo que realmente me ha cambiado”.