En medio de gritos y risas, Kneshell Henderson guía hábilmente a un grupo de escolares jóvenes —que son, en su mayoría, niños de 6 años de edad— a través de una discusión sobre la enfermedad más destructora de la sociedad: el racismo.
El racismo se alimenta, por supuesto, del miedo, que es, a su vez, propiciado por la ignorancia, así que ella hace que los niños, provenientes de dos escuelas diferentes y de múltiples razas y culturas, examinen, discutan y enumeren sus similitudes y diferencias, sus aversiones y sus gustos, lo cual incluye los gatos y la pizza para el desayuno.
Ellos levantan la mano y piden con insistencia que se les escuche, gritan cuando se les pide que respondan al unísono, y todo ello con una familiaridad que haría pensar que han sido amigos desde hace años, cuando en realidad se conocieron tan solo un par de horas antes.
“¡Me encanta lo que escucho!”, dice Henderson en el auditorio de la Escuela Primaria Transfiguration, de Leimert Park. Ante un mural de Martin Luther King Jr. que se encuentra por encima de ella y de los niños, les dice que eso que los hace únicos y diferentes entre sí, es algo que debe celebrarse.
“Nos fijamos en las diferencias y semejanzas que hay entre nosotros en nuestras”, dice. “Quiero que entiendan que es posible que no toda la gente del mundo sea amable con ellos, pero que, aun así, quiero que [los niños] sean amables. Es posible que no les agrades a todos. Pero, ¿te agradas a ti mismo? Dios te hizo especial, con la piel que tienes; no permitas que nadie te cambie esa manera de pensar”.
Henderson tiene tanto éxito que es fácil olvidar el hecho de que ella, que da clases en primer grado, en Transfiguration, nunca había hecho esto antes. Es, más bien, algo bastante novedoso para ella. Y es nuevo para todos.
Cuando la Arquidiócesis de Los Ángeles fundó el Equipo de Trabajo contra el Racismo, en el otoño de 2021, lo hizo con el deseo de evitar grandes discursos y de favorecer, más bien, una acción firme. Cuando el Equipo de Trabajo se comunicó con Evelyn Rickenbacker, directora de Transfiguration y con Neil Quinly, director de la Escuela Primaria St. Monica, ubicada en Santa Mónica, para que fueran las primeras escuelas en tomar parte en el programa reuniendo a sus estudiantes de primer grado, ellos expresaron su interés, pero manifestaron claramente lo que deseaban y lo que no.
“Ni Evelyn ni yo estamos interesados en invertir tiempo en algo que no lleve hacer algo concreto”, dijo Quinly. “Percibimos una línea de acción muy clara; es decir, que esto no debe consistir en hablar, sino en actuar”.
La primera actividad de este día fue la acogida que la galardonada banda de percusión de Transfiguration le ofreció a los niños de St. Monica. Pero los niños, al ser niños, asumieron de inmediato el programa de la mañana y las presentaciones.
“Cuando los [estudiantes de St. Monica] llegaron hoy, las niñas notaron de inmediato que todas llevaban el mismo uniforme”, dice Rickenbacker, que admite que no sabía que las dos escuelas compartían colores escolares y patrones semejantes en los uniformes. “Ellas estaban comentando: “¡Usas el mismo vestido que yo!’. Y así empezó a darse una conexión con alguien con quien nunca antes te habías encontrado”.
La facilidad con la que los niños hacen esas conexiones fue uno de los motivos por los que los directores de las escuelas, —junto con el Director del Equipo de Trabajo contra el Racismo, Mons. Tim Dyer— eligieron a los alumnos de primer grado, para participar en este intercambio.
“Recuerdo que cuando era un sacerdote joven, vi a dos niños pequeños, uno negro y otro mexicano, tomados de la mano, moviendo los brazos hacia arriba y hacia abajo, muy felices”, dijo Dyer. “Recuerdo haberlos mirado, mientras las lágrimas corrían por mi rostro, pensando ‘¿Quién se los va a decir?’ Creo que los niños tienen una manera sencilla de unirse, de hacer amigos, que no sólo nos permite ayudarlos, sino que nos ayuda también a nosotros, al ver su ejemplo de aceptación, en toda libertad, de los demás”.
Eso se hizo evidente cuando los estudiantes formaron parejas tan rápidamente que era difícil saber dónde empezaban los estudiantes de Transfiguration y dónde terminaban los de Santa Mónica; tal era la mezcla de rostros sonrientes, de risas, de estudiantes pasándose, unos a otros, el brazo por el hombro.
Sin embargo, el hecho de ser así, tan receptivos a los demás, hace también que los niños sean vulnerables a cualquier cosa que la gente les manifieste.
“El odio es algo que se enseña”, dice Henderson. “Los niños, por instinto natural, son abiertos y acogedores, hasta que se les enseña a odiar. Si ellos no se muestran abiertos, entonces uno sabe que su entorno puede no ser el más abierto. En ese caso, nuestro trabajo es el de ayudarlos a desaprender eso”.
El Arzobispo de Los Ángeles, José H. Gómez, le encargó al Equipo de Trabajo contra el Racismo que abordara la “lacra del racismo”, enfocándose particularmente en la experiencia que viven los católicos afroamericanos.
Aunque éstos representan alrededor del 6% de la arquidiócesis, muchos católicos afroamericanos podrán decir que a menudo sienten que se cuestiona su fe, que no se les percibe como “auténticamente” católicos.
Evelyn Rickenbacker conoce esa experiencia. Cuando se mudó por primera vez con su familia a Virginia, le preguntó a la gente del lugar, dónde estaba la iglesia católica más cercana y se topó con la incredulidad.
“Se me quedaban viendo, como diciendo ‘Y tú, ¿por qué querrías saber eso?’ ”.
Rickenbacker fue alumna de Transfiguration cuando era niña. Actualmente, alrededor del 80% de los estudiantes de ahí son afroamericanos y su párroco, el padre Anthony Bozeman, SSJ, es miembro del Equipo de Trabajo contra el Racismo.
“El hecho de que los católicos negros a menudo sientan que no son importantes es una cuestión de racismo en sí misma”, dice Rickenbacker. “Por eso quisimos darles la bienvenida [a los niños de St. Monica] con una banda de percusión, para hacerles ver que esto es lo que somos”.
Y lo que ellos son fue acogido de todo corazón y con los brazos abiertos por sus nuevos amigos de St. Monica.
“Ellos se integraron de inmediato”, dijo Kate Kerkorian, maestra de primer grado de St. Monica. “[Los adultos] se sentirían muy incómodos si tuvieran que enfrentarse a una situación de este tipo, pero los niños se incorporan de inmediato y de todo corazón”.
Al mirar hacia el futuro, dice Quinly, él empezó a pensar en desarrollar un programa de estudios para las escuelas católicas que estuviera inspirado en lo sucedido ese día en Transfiguration. Kerkorian dice que ya está planeando actividades para darle seguimiento a esta experiencia, incluso el hacer que sus alumnos pongan por escrito lo que aprendieron. También piensa que propiciará que sus niños se comuniquen por correspondencia con sus nuevos amigos.
Ella dice que le gustaría “corresponder al favor” e invitar próximamente a St. Monica a los niños de Transfiguration.
“Queremos, definitivamente, devolverles el favor, para que esto no sea un evento único”.
Steve Lowery es un periodista experimentado, que ha escrito para Los Angeles Times, Los Angeles Daily News, Press-Telegram, New Times LA, District, Long Beach Post y OC Weekly.