Escuela de educación secundaria Obispo Conaty-Nuestra Señora de Loreto suena como un nombre muy notable para una escuela que es bastante pequeña. Es una escuela, escondida en el vecindario de Harvard Heights, al oeste del centro de Los Ángeles, y cuyo grupo de graduadas de último año constó de poco más de 80 mujeres jóvenes, que se reunieron en un campo de atletismo bordeado por casas unifamiliares.
Entre ellas estaba Jeaneth Marroquin, ganadora del premio Kathleen Kinney “Conaty Girl” de la escuela, que se otorga cada año a una graduada que sea fiel representante de la fe, del amor al aprendizaje y de la visión a futuro. Jeaneth es una estudiante del cuadro de honor que se propone entrar a UC Davis para estudiar derecho, con la esperanza de establecer algún día su propio bufete de abogados para “ayudar a las personas que no tienen los recursos que necesitan”.
Serena y seria, ella es una de esas jóvenes que parecen no sólo tener todo ya decidido, sino también programado con semanas de anticipación. Y, sin embargo, hace solo unos meses, Jeaneth se encontraba en un punto en el que “ya no quería seguir adelante”.
Para todos los estudiantes, la pandemia planteó diversos grados de desafíos que variaron desde los inconvenientes hasta las dificultades y tragedias.
Como la mayoría de los estudiantes, Jeaneth luchó con los caprichos del aprendizaje a distancia, ocasionado por la pandemia de COVID-19. Al estar lejos de la escuela, ella echaba de menos, ese “lugar de diversión y alegría” y también a sus amigos y profesores.
Una de las cosas que Jeaneth más había anhelado vivir en la escuela obispo Conaty el pasado año era la ceremonia del anillo junior, programada para marzo de 2020. Pero eso se canceló en medio del encierro inicial a causa del coronavirus, así como también el vuelo de regreso de su abuela materna, María Fulgencia Estrada, viuda de Vásquez, quien había volado desde El Salvador para asistir a la ceremonia.
María terminó así pasando meses con la familia, quien se esmeró todo lo posible para proteger a su abuela. Pero de todos modos el virus encontró el modo de introducirse dentro de la casa de la familia Marroquin, infectando a toda la familia, inclusive a la abuela de Jeaneth, cuyos síntomas la llevaron al hospital. Poco después, la propia Jeaneth fue trasladada de urgencia al hospital en una ambulancia, por problemas para respirar.
Aunque Jeaneth finalmente llegaría a mejorar, su abuela no. Ella falleció en octubre.
Para Jeaneth, el dolor parecía insuperable.
“Mi abuela era todo para mí y cuando falleció, mi mundo se derrumbó”, dijo Jeaneth.
Cayó entonces en una depresión, sufriendo graves ataques de ansiedad. Su salud mental tomó el lugar de su trabajo escolar. Las tareas faltantes de los días que perdió de clases cuando estuvo en el hospital, se acumularon.
“Dejé de poner esfuerzo en una gran cantidad de trabajo que no podía animarme a completar”, recuerda ella. “Mis calificaciones empezaron a decaer, lo cual nunca había sucedido en mi vida, en la escuela de educación secundaria”.
Cuando Jeaneth llegó por primera vez a Bishop Conaty, tuvo problemas académicos, especialmente con las matemáticas. Pero aprendió a abrirse camino a través de las dificultades, convirtiéndose en una estudiante del cuadro de honor e incluso obteniendo una B-más en su clase de pre-cálculo del grupo de honores de último año.
Pero el golpe de perder a su abuela no era algo que pudiera superar. Más bien, la abatió hasta el punto de que su padre, Juan, recordó haberse sentido conmocionado al escuchar a su hija decir que “la vida ya no valía la pena”.
“Ella ya quería colgar la toalla. Sus notas empezaron a bajar”, dijo Juan. “Yo le dije: ‘No, no vas a hacer esto’. Ella amaba mucho a su abuela, así que le dije: ‘Tú le prometiste que ibas a ser alguien; necesitas demostrárselo. No puedes rendirte. Siempre habrá obstáculos, pero no puedes quedarte atascada en ellos. ¡Tienes que esforzarte en estas cosas para que más adelante puedas reír en la vida!” le dijo él a su hija.
Para Juan, lo más difícil fue ver a su hija sufrir serios ataques de ansiedad. “La llevé con psicólogos y todo, y ellos no pudieron ayudarla”, dijo. Finalmente, lo que la ayudó fue la familia, tanto en casa como en la escuela.
Jeaneth dijo que ella asumió que la pandemia significaría el final de las cercanas y enriquecedoras relaciones que disfrutaba con algunos de sus profesores. “Cuando llegó la pandemia, pensé que todo eso cambiaría”.
Pero no fue así. Ella descubrió que sus maestros estaban tan preocupados y eran tan solícitos en una pantalla de computadora como lo habían sido en un salón de clases.
“Durante la pandemia, la escuela funcionó del mismo modo, a pesar de ser virtual”, dijo ella. “Los maestros siempre estuvieron disponibles para nosotros cuando necesitábamos ayuda adicional, la tutoría todavía se estaba dando después de las clases y la escuela en general funcionó de la misma manera que cuando estábamos ahí en persona.
“Cuando necesité consuelo durante la pandemia, puedo realmente decir que el personal de la escuela y los profesores estuvieron apoyándome a través de todo. Nunca podría retribuirle al personal docente de mi escuela todo lo que han hecho por mí”.
Su experiencia, a pesar de ser excepcional, no es de ninguna manera la única entre los estudiantes católicos de educación secundaria del lugar, quienes también enfrentaron desafíos similares en la fase final.
Miguel Geronimo del colegio de educación secundaria Verbum Dei, actuó como intérprete entre su familia y los trabajadores de la salud cuando su abuela, Elia Valdez, contrajo el COVID-19. Cuando ella murió, Miguel dijo que no podía creer que “alguien a quien consideré como una segunda madre se hubiera ido en tan solo unos pocos días”.
Dijo que él se apoyó en sus hermanos para resistir. “Era difícil encontrar las fuerzas para seguir adelante”, dijo Miguel, que asistirá a Cal Poly Pomona para estudiar ciencias de la computación. “El apoyo de la familia permitió que eso sucediera y ellos son la razón principal por la que me esfuerzo por tener éxito en la universidad y después de ella. No sería el hombre que soy ahora si no fuera por ellos”.
Ese sentimiento fue el tema de la ceremonia de graduación en la escuela Obispo Conaty. La familia estaba en la mente y en el corazón de todos. A la estudiante con el promedio más alto, Katherine De Jesus y a Katherine Urbina, la estudiante con el segundo lugar, se les hizo un nudo en la garganta cuando hablaron de sus familias durante sus discursos, así como también a las dos oradoras invitadas del día, Nancy Portillo, superintendente asistente y Theresa Fragoso, de la Fundación de Educación Católica.
“El éxito de ustedes es el éxito de ellos”, les dijo Theresa a los estudiantes.
Jeaneth le atribuye a los valores que sus padres le transmitieron —la humildad, la ayuda a los demás y la fe en Dios— el mérito de haberla ayudado a atravesar estos tiempos tan inusitados.
“Sé que Dios hace todo por un motivo y que el resultado siempre es mejor que el contratiempo”, dijo Jeaneth. “Me siento realmente bendecida por haber llegado hasta este punto. No hubiera podido lograrlo sin Dios, sin mi familia y sin mis amigos”.