Cansado, Diego se sentó en la cama del hospital que ya había sido muchas veces para él un lugar del purgatorio.

Fue a principios de enero de 2020. En el Centro Médico Cedars-Sinai se había retrasado nuevamente un trasplante de médula ósea para evitar la vuelta de su persistente linfoma. Diego, todavía recuperándose de los tratamientos de quimioterapia y de las transfusiones que se le aplicaron, vio que se cerraba para él otra oportunidad, quedando su futuro nuevamente incierto.

Carol Sanborn, a quien los médicos y el personal habían llegado a conocer como la “mamá estadounidense” de Diego, se dio cuenta de que, a estas alturas, a Diego no le gustaba ya la comida del hospital, por lo que le llevó sopa wonton de un restaurante local. Al abrir una galleta de la fortuna que venía en su bandeja de comida, Diego sacó el pequeño rollo de papel que decía: “Eres guiado por el amor silencioso y por la amistad que te rodea”.

Aun confiando en su vida de oración católica para aliviar su ansiedad, ese mensaje fue algo que Diego había llegado a reconocer en el fondo de sí mismo como una gran verdad.

Es, en sí, una notable historia el modo en que este inmigrante indocumentado de 29 años de edad emprendió nueve años antes un peligroso camino, partiendo desde un pequeño poblado situado en las montañas de Guatemala. Después de trabajar siete años en Colorado sobrevino un urgente cambio de planes que lo llevó a Los Ángeles, a recibir un tratamiento que le salvaría la vida y que requeriría que pusiera su confianza en extranjeros y doctores que le ofrecían una mejor posibilidad de supervivencia.

Al final, la poco probable supervivencia del joven inmigrante se dio gracias a tres personas que lo acompañaron en su recorrido y que encontraron en Diego una respuesta a sus propias oraciones.

Erin Meaney, una periodista independiente que enseña inglés en Colorado, se hizo amiga de Diego cuando éste se convirtió en uno de sus estudiantes en 2014. La lengua materna de Diego era el Chuj, uno de los diversos dialectos mayas que existen. El español era su segundo idioma.

Meaney, como muchas otras personas, se sintió atraída por la historia de los orígenes de Diego.

San Mateo Ixtatán, Guatemala, el pueblo natal de Diego, ubicado a una altura de 8,300 pies. (Foto: Shutterstock)

En 2012, él abandonó San Mateo Ixtatán, situado en las montañas Cuchumatanes de Guatemala, convenciendo a sus padres de que utilizaran su casa como garantía con el fin de poder pedir prestados $ 7,000 para pagarle a un traficante de personas que lo ayudaría a reunirse con su hermano mayor, en una ciudad turística de Colorado. Su sueño era ganar suficiente dinero para regresar a Guatemala y ayudar a su abuela, a sus padres y hermanos y a su nueva hija a construir una casa multigeneracional.

Viajando unas 3,000 millas a pie, en autobús y en automóvil, Diego cruzó la frontera de Estados Unidos por el Río Grande, utilizando un salvavidas. Un vehículo que se suponía que lo llevaría más lejos se estrelló y él fue escondido en una casa, junto con otras 20 personas, en lo que esperaba que su hermano le pagara al coyote $ 1,900 adicionales para asegurar su liberación.

Diego llegó a Colorado en la víspera de la Navidad de 2013. El plan que tenía de vivir con su hermano mayor se truncó cuando éste último fue detenido por los funcionarios de inmigración. Eso hizo que Diego se quedara solo, trabajando en la cocina de un restaurante.

En el tiempo en que Diego vivía y trabajaba en una ciudad turística que contaba con una considerable población de inmigrantes guatemaltecos y mexicanos, Meaney llegó a ser para él una amiga de confianza. En septiembre de 2018, ambos se encontraron en la calle. Diego le confesó que acababa de salirse temprano del trabajo y que no se sentía bien. Un mes después, Diego le envió un mensaje de texto, diciéndole que se estaba sintiendo más enfermo y que estaba cada vez más asustado.

Su jefe, el chef del restaurante, se alarmó por el rápido declive de Diego e hizo un viaje de más de dos horas para llevarlo a un hospital regional, sin que éste contara con seguro médico. Para cuando Diego fue trasladado rápidamente en avión a un hospital de Denver, ya estaba inconsciente y su condición había sido catalogada como grave: enfrentaba problemas respiratorios, insuficiencia hepática y renal, y una función cardíaca reducida. Su piel estaba cubierta de una infección causada por hongos y a menudo no estaba lúcido.

El diagnóstico fue Linfoma de células T/NK o NKTL.

Después de seis meses de quimioterapia intensa, Diego fue declarado libre de cáncer hacia finales de febrero de 2019. Pero antes de que se le diera de alta, su trabajador social le advirtió que necesitaría de un trasplante de médula ósea porque de lo contrario, el cáncer podría regresar. Sin un trasplante, podría producirse una recaída en unos cuantos meses.

Diego en 2019, durante su tratamiento de quimioterapia.

El estado migratorio de Diego impidió que el hospital de Denver realizara el trasplante. El personal recomendó el Centro Médico de UCLA, de Los Ángeles.

“Me sentía verdaderamente perdida”, dice Meaney, quien junto con otros miembros de la comunidad habían recaudado fondos para ofrecerle apoyo y recursos a Diego. “Diego había llegado a apoyarse en su fe católica como ayuda en estos tiempos difíciles”.

Teniendo eso en mente, Meaney hizo una búsqueda en Google Maps, para localizar todas las iglesias católicas ubicadas en un radio de 15 millas de UCLA.

“Les envié un correo electrónico a cada una, explicándoles la situación de Diego y preguntándoles si podrían ayudarlo de algún modo a encontrar un lugar donde vivir en lo que se sometía al transplante de médula ósea (BMT, por sus siglas en inglés)”.

Sólo una iglesia respondió: la parroquia de Santa Mónica, ubicada en la ciudad de Santa Mónica. El secretario de la parroquia refirió a Meaney con Lorri Perreault, una directora regional de Caridades Católicas de Los Ángeles, que durante años trabajó en labores de asistencia social en Guatemala e incluso adoptó una hija allí.

“Llegar con Lorri fue como probar suerte a ciegas, y funcionó”, dijo Meaney.

Perreault se puso en contacto con Carol Sanborn, de la vecina parroquia de Corpus Christi, de Pacific Palisades, para ver qué se podía hacer. Sanborn consideró que ella podría ayudar coordinando a feligreses que transportaran a Diego a las visitas al médico, y que tal vez incluso ella, junto con su esposo, Scott —médico de profesión— podían acoger a Diego en su casa por un tiempo.

Eso se transformaría en un período de más de dos años durante el cual los Sanborn asumirían un papel de protectores.

El Miércoles de Ceniza de 2019, al ser dado el alta del centro médico de Denver y todavía, con la ceniza en la frente, Diego habría de viajar con Meaney en un viaje en automóvil que duraría 18 horas, de camino a Los Ángeles.

“Yo estaba muy confundido”, dice Diego. “Cuando terminó mi tiempo en ese hospital, quería visitar a mi familia, en Guatemala. Pero ahora pienso, ¿voy camino a Los Ángeles? Allí no tengo familia. Erin dijo que podía ayudarme en cualquier lugar adonde yo quisiera ir. Lloraba yo casi todos los días”.

“Era un plan loco”, admitió Meaney, “pero realmente no teníamos otras opciones”.

Cuando llegaron a Los Ángeles, otra opción también se había desvanecido: debido a diversas razones, entre las que estaba la condición de indocumentado de Diego, UCLA no pudo admitirlo dentro de su programa de trasplantes.

Pero un funcionario de UCLA Health actuó rápidamente y arregló que el cercano hospital Cedars-Sinai se hiciera cargo de esto, lugar en el que el hematólogo y oncólogo Dr. Noah Merin se esmeró por lograr que Diego pasara a la lista de espera para un trasplante.

Merin escuchó la historia de Diego y quedó impresionado por la ironía de todo el asunto: un hospital judío que favoreció los esfuerzos que Caridades Católicas hacía por facilitar las cosas, colaborando con una instalación dispuesta a realizar trasplantes en pacientes indocumentados.

“El plan del Dr. Merin siempre fue: vamos a presionar, pero no nos vamos a apresurar”, dijo Sanborn. “Fue extraordinaria la manera en la que pudo percibir a Diego como la persona que él es”.

El arzobispo José H. Gómez bendice a Diego en la Misa de reconocimiento a todos los inmigrantes, en septiembre de 2019.

En este momento fue cuando le llegó a Perrault la oportunidad de poner en práctica su experiencia, la de esos años pasados en Guatemala. Diego necesitaba un donador de médula ósea y los miembros de la familia son considerados los más compatibles para esto. Los familiares de Diego estaban todos en Guatemala, y con las restricciones de viajes hacia Estados Unidos, el traerlos a Los Ángeles quedaba fuera de discusión.

Con tan solo 24 horas de preparación, Perreault tomó un vuelo nocturno subvencionado por Caridades Católicas. En la ciudad de Guatemala ella se encontró con la familia de Diego: con sus cuatro hermanos, con su mamá y con su hija. Ellos habían viajado durante 14 horas en un autobús abarrotado desde su aldea para encontrarse con Perreault. Ella llevaba consigo estuches con material de laboratorio y con un hisopo tomó muestras bucales de todos los hermanos. Los cuatro resultaron elegibles para ser donantes de Diego.

El coordinador de trasplantes de Cedars-Sinai trabajó en coordinación con el Programa Nacional de Donadores de Médula ósea, una organización sin fines de lucro, y con su registro, Be The Match, para llevar a los dos hermanos de Diego a la Ciudad de México. Su hermano menor sería el donador y el segundo hermano quedaba como respaldo. Ellos pasaron tres semanas en la Ciudad de México, en donde la médula ósea fue recolectada, congelada y enviada a Cedars-Sinai.

Pero como todo eso tomó tiempo, Diego recayó y llegó a necesitar una media docena más de visitas urgentes al hospital para lograr estar nuevamente en remisión y prepararse así de nuevo para el trasplante.

El Dr. Merin con Diego en 2019, durante el tratamiento contra el cáncer.

El trasplante de médula se fijó para el 12 de diciembre de 2019, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Pero la fiebre de Diego se disparó y su hígado no estaba lo suficientemente fuerte como para recibir el trasplante.

El procedimiento se pospuso hasta marzo de 2020, el mes del encierro inicial a causa del coronavirus.

“Cada vez que recibíamos malas noticias, Diego siempre decía: ‘Encontraremos un plan’”, dijo Sanborn. “Su fe fue todo un ejemplo de humildad para todos nosotros. Y pudimos presenciar cómo, quienquiera que viniera a conocerlo durante todo esto, quedaba también fascinado con él. Ellos no estaban haciéndonos el favor a nosotros; lo que querían era darle lo mejor a Diego”.

El 4 de junio de 2020 se programó finalmente el trasplante. Diego logró superar los 100 días críticos del período de posible rechazo posterior al trasplante, perdiendo 80 libras en el proceso. Llevaba consigo una lonchera con docenas de medicamentos prescritos para él, que le eran necesarios.

Mientras tanto, Sanborn, directora del ministerio pastoral de la parroquia de Corpus Christi, presentó a Diego a la Iglesia de Santa Ana, en Santa Mónica para que pudiera integrarse con una comunidad donde hubiera más personas de habla hispana. Él asiste ahí a la misa dominical cada semana, así como también a la adoración de los miércoles.

Diego quería recibir el sacramento de la confirmación, el cual recibió en agosto de 2020, en la parroquia de Santa Ana. Esto sucedió pocos días después de que requiriera una cirugía de urgencia de la vesícula biliar, a causa de que su cuerpo estaba tratando de metabolizar todos los minerales de la sangre que se le había transfundido.

Unos meses más tarde, en diciembre, Diego dio positivo al COVID-19 y, a pesar de tener síntomas mínimos, Merin consiguió que se le hiciera a Diego una infusión de anticuerpos monoclonales, con lo que él se recuperó del virus con pocos efectos secundarios.

Actualmente, las tres mujeres —Meaney, Perreault y Sanborn— están de acuerdo en que Diego las ayudó más a ellas, que ellas a él.

En el caso de Meaney, ella misma de religión católica, la experiencia de Diego fue un recordatorio constante del “poder de la fe”.

“Yo sabía que el resultado de la recuperación de Diego no sería prometedor si él no recibía el trasplante, y si Lorri no hubiera respondido a mi correo electrónico e incluido a Carol para asumir la causa, yo habría pasado el resto de mi vida sabiendo que le había fallado a Diego”, le dijo ella a Angelus en una entrevista por Zoom en la que estuvieron presentes Perreault, Sanborn y Diego. “Todos han tenido un impacto muy real en la manera como viviré el resto de mi vida”.

Sanborn dijo que, durante un tiempo marcado por los incendios forestales, los terremotos y el COVID-19, “es agradable ver a tanta gente buena ofreciendo cosas hacer cosas pequeñas y grandes”.

“Uno no tiene muchas oportunidades en su vida de hacer algo que se sabe con certeza que no sólo cambiará la vida de alguien, sino que también le proporcionará una vida”, dijo ella.

Perreault admitió que su encuentro con Diego llegó “en el momento más oscuro de mi vida, en el que me sentía abrumada por varios problemas familiares serios”.

“Nada se me hace más claro que pensar que Dios puso a Diego en mi camino por un motivo importante”, dijo Perreault, quien comentó que el camino que recorrió Diego fue algo que “me inspiró, me humilló y aclaró mi visión acerca de lo que es el amor”.

“En muchos momentos lloramos juntos, él por mí y yo por él; fueron lágrimas de apoyo y de amor”, agregó Perreault. “Él me salvó y yo desempeñé un papel muy pequeño para salvarlo”.

Diego, en la Vigilia Pascual de este año, en la parroquia de Corpus Christi, en Pacific Palisades.

Mientras Diego recibe una serie de vacunas para reconstruir su sistema inmune, su plan de acción es regresar a donde estaba hace años: volver a trabajar en un restaurante local, ahorrar dinero y regresar a Guatemala para ayudar a terminar de construir la casa de su familia.

“Tengo una hija a quien no he visto en ocho años y estoy triste por eso”, dijo Diego. “Gracias a Dios que me he estado sintiendo bien. Quiero comprarle a mi familia cosas para su casa: ventanas, piso, un techo. Es difícil para mí pensar en regresar ahora si es que fuera yo a tener que regresar como lo hice antes”.

Cuando se le preguntó a Diego qué tan agradecido estaba por la ayuda que recibió de las tres mujeres que había conocido a lo largo del camino que recorrió, él tuvo problema con la traducción al inglés de esa palabra.

“Agradecido... ¿quiere decir dar las gracias?” preguntó. “No quiero darle las gracias solamente a una persona. Erin, Lorri y Carol han sido una fabulosa ayuda para mí.

“Quiero agradecerles a todas por haberse unido. Hemos trabajado mucho en el pasado. Ahora estamos en el presente y no sabemos lo que nos depara el futuro”.

Nota del editor: Angelus decidió ocultar el apellido de Diego para respetar su privacidad.