Cuando hace cuatro años, Ashley Giron llegó para a asumir el cargo de directora de la escuela católica St. Jane Frances de Chantal, de North Hollywood, les pidió a los maestros y al personal que elaboraran una lista de las mejoras que les gustaría que se hicieran en la escuela durante los siguientes cinco años.

Todo se sometió a discusión y pronto la lista se convirtió en una “Lista de sueños” de gran alcance y que abarcaba de todo, desde techos nuevos hasta mejores tuberías y clases electivas más dinámicas.

En aquel momento, eso pudo haber parecido una práctica positiva, pero probablemente desde una perspectiva demasiado optimista. La escuela del Valle de San Fernando había visto bajar sus inscripciones hasta llegar a 150 en los últimos años (era de 180 cuando llegó Giron). Sus finanzas no eran ideales y su campus, inaugurado en 1951, estaba empezando a dar muestras de su edad, por decirlo amablemente.

“Con mucha frecuencia, la tubería se estaba desbordando en alguna parte”, recuerda Giron acerca de su primer año.

Pero de entonces para acá, esa Lista de Sueños se parece más a una Lista de tareas pendientes. Muchos de esos elementos han sido ya marcados como “terminados” y, como resultado, St. Jane Frances está escribiendo su propia historia de resurgimiento: El cambio de la escuela, ahora en su 70 ° año escolar, ha visto cómo se fortalecen sus finanzas y cómo gran parte de su campus ha sido arreglado o mejorado. Pero quizás lo más impresionante es que sus inscripciones han aumentado a 250 estudiantes durante la pandemia de COVID-19.

Al hacer un recorrido por la escuela, Giron señala los pisos nuevos y relucientes, los proyectores inteligentes en las aulas, la pintura fresca y, sí, también la plomería nueva. La transformación física suscitó un tal impacto que maestros como Brittnie Nerkins dijeron que se sentían un poco nerviosos cuando los estudiantes regresaron a un campus relativamente nuevo el verano pasado.

“Fue un algo atemorizante”, dijo con una amplia sonrisa. “Estábamos recuperando la presencia de estos niños que no habían estado en un salón de clases durante año y medio y querías decirles cosas como, ‘¡Oye, ten cuidado, no rayes los pisos! ¡No toques la pintura! ¡Oye, ya sabes que no debes traer ese Gatorade aquí, al salón de clases!”

En las aulas de Santa Juana Francisca se han instalado nuevos suelos, pintura y equipos educativos gracias a las subvenciones de las fundaciones Shea y Smet. (Foto Víctor Alemán)

El comentario, dicho en tono de broma, de Nerkins, es recibido con risas por sus colegas durante una reunión de maestros. Una de ellas es Kathleen Richardson, quien inició el programa preescolar de la escuela en 1986. Richardson, al igual que otros maestros, se enorgullece de mostrar su salón de clases, de señalar el piso y los armarios nuevos, las puertas que han sido reemplazadas. Tal vez está inclusive más orgullosa que los demás, dado que ella asistió a la escuela en la década de 1950.

“Cuando piensas en dónde estábamos y dónde estamos ahora, te quedas realmente asombrada”, dice Richardson.

En un tiempo de desafíos sin precedentes para la educación católica, St. Jane Frances se destaca como una historia de éxito. ¿Qué se necesitó para que esto sucediera? Aquí hay tres componentes que ayudaron.

El principio parróco-directora

Desde la llegada de Giron, ella y el párroco de St. Jane Frances de Chantal, el Padre Antonio Carlucci, dicen haber establecido entre ellos una asociación basada en el respeto mutuo y en una perspectiva compartida sobre la escuela.

Juntos, buscan recursos externos para reparar y mantener la infraestructura de la escuela. Juntos, han ayudado a optimizar las finanzas de la escuela, lo cual incluye facilitar para los padres la tarea, a menudo delicada, de la recaudación de colegiaturas. Juntos, contratan a los maestros y deciden sobre la dirección académica y espiritual de la escuela.

“Necesito trabajar con un párroco que esté dispuesto a trabajar conmigo. El Padre [Carlucci] ha sido maravilloso, probablemente porque ha sido educador durante gran parte de su carrera ”, dijo Giron, refiriéndose al hecho de que Carlucci ha trabajado con seminaristas. “Él no es un supervisor puntilloso de mi trabajo. Él es increíble, confía en mí”.

Carlucci será el primero en decir que así es. También dirá que la escuela funciona gracias a la energía y el talento de Giron, y que el papel de él es el de apoyo activo.

“Reconozco que soy sacerdote y que no sé tanto sobre la escuela como ella”, dice. “Confío en ella, la escucho”.

Por supuesto, hay ocasiones en las que algunas personas de la comunidad escolar pueden no estar de acuerdo. Aunque un párroco puede ser valioso para conversar con los presidentes de fundaciones o para negociar con los contratistas, la interacción más esencial que tiene es con los padres de familia de la escuela que en ocasiones ven las cosas de manera diferente.

“Hay veces en los que los padres de familia acuden a mí porque no les gusta lo que ella está haciendo y yo les hablo muy claro. Les digo: ‘No vengan conmigo, hablen con la Sra. Giron. Porque yo estoy convencido de lo que ella les dice’. Y a veces ellos dicen: ‘Pero usted tiene la última palabra’, y yo les digo ‘Sí, y la última palabra es ‘Hablen con ella’”.

Giron señala que gracias a la asociación que hay entre ellos es que se dio el cambio relativamente rápido de St. Jane Frances.

Giron y el párroco de Santa Juana Francisca, el padre Antonio Carlucci, atribuyen a una estrecha colaboración la mejora de las finanzas y la infraestructura de la escuela, al tiempo que ha aumentado su número de alumnos de 180 a 250. (Foto Víctor Alemán)

“Es algo así como un aspecto decisivo para el éxito de una escuela”, dice ella. “Es algo realmente liberador saber que él me respalda y que tengo la autonomía para lograr que se realice lo que se tiene que hacer”.

Maestros con una misión

No es ningún secreto que los maestros de las escuelas católicas a menudo deban tener un desempeño superior que el de las escuelas públicas.

Además de enseñar las mismas materias, también se espera que los maestros de escuelas católicas

apoyen la vida espiritual de sus alumnos, ofrezcan un ejemplo fidedigno y transmitan lecciones que vayan más allá de lo académico.

“Las escuelas públicas no enseñan religión y ésa es la diferencia”, dijo Reynald Ventura, quien asistió a St. Jane Frances cuando era niño y está ahora allí en su primer año de enseñanza a los niños de primer grado. “Ésa llega a ser la base de nuestro modo de enseñanza”.

Como las escuelas católicas les piden a los maestros que hagan más —y a menudo con menos recursos— las escuelas como St. Jane Frances buscan candidatos que sean innovadores, maestros que “no se vayan a limitar a dar clases solamente con el libro de texto y ya”, dice Giron.

En pocas palabras, buscan alguien que “considere su trabajo como una misión”, añade la directora.

Ese estándar fue puesto a prueba durante el cierre inicial por el COVID-19 y obligó a los maestros a cambiar rápidamente al aprendizaje remoto. Los maestros estuvieron disponibles después del horario escolar. Algunos llevaban paquetes de aprendizaje a las casas de los estudiantes cuando sus padres no podían recogerlos.

“La consigna fue: ‘Estamos disponibles a todas horas, para cualquier cosa que necesites”, dijo Nerkins, quien también se desempeña como subdirectora de la escuela. “Tuve estudiantes que me enviaban correos electrónicos a las ocho de la noche, haciéndome preguntas sobre la tarea. Yo les respondía sus preguntas y luego les decía que ya era tarde, que dejaran de trabajar”.

Quizás esa muestra de compromiso tenga que ver con el aumento de inscripciones en la escuela durante la epidemia de COVID, piensa Nerkins.

“Varios padres de familia se me acercaron y me dijeron qué felices se sentían por la manera en la que manejamos las cosas”, dijo. “Esos padres de familia se lo comentaron a todos sus amigos y los amigos decían: ‘No ha sucedido eso en la escuela de mis hijos’. Creo que así es como se corrió la voz sobre lo que estamos haciendo aquí y creo que por eso es que mucha gente quiso enviar a sus hijos este lugar”.

Arreglo de la plomería

Como lo hicieron muchos antes que ella, Giron manejó primero los problemas de plomería con parches, haciendo todo lo necesario para sacar adelante ese día. Pero cuando los estudiantes de secundaria comenzaron a quejarse de los baños, Girón supo que había que buscar soluciones a largo plazo. Su primer problema fue que no tenía el dinero para emprenderlas.

Entonces Giron empezó a buscar ayuda fuera de la escuela. Encontró dos organizaciones sin fines de lucro dedicadas a ayudar a las escuelas católicas, las fundaciones Shea y Smet.

“Ellos llegaron y se encargaron de todo”, dijo Giron, antes de aclarar: “Bueno, no de todo. Recuerdo que les mostré todos los elementos de la lista de sueños y dijeron: “Mmm, no’”.

Pero, juntos, trabajando en unión con Giron, el dinero de la subvención trajo nuevo equipo para los salones de clase y, en lugar de parches, los problemas se solucionaron de modo más permanente. Esos baños de la escuela secundaria son ahora dignos de lucirse. Una parte inferior de la escuela que un tiempo se usó para almacenamiento fue remodelada, transformándola en un auditorio que

ahora sirve para actuaciones de todo tipo.

El reacondicionamiento fue sin duda bien recibido por los profesores. Pero lograr que los estudiantes se entusiasmaran por regresar el otoño pasado a un campus virtualmente nuevo (más o menos) fue una hazaña en sí misma.

“Se podía ver en sus rostros lo felices que se sentían de estar aquí, lo mucho que apreciaban los cambios”, recuerda Giron. “¡Hubo mucha alegría!”

Giron dice que poner las finanzas de la escuela en orden y estar dispuestos a pedir ayuda a socios externos es algo que le ha permitido a la escuela prosperar, manteniéndose, a la vez, más enfocados en lo que es importante. Consciente de que está encargada de formar los corazones y las mentes de los estudiantes de la escuela, sabe que esto se logra de mucho mejor manera si las cosas están en orden también a nivel de los ladrillos y el cemento.